Propone darle sepultura a la Organización de Estados Americanos, a la que acertadamente tacha de organismo lacayo.
Cuánta diferencia va del saboteado Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826 y la Conferencia Panamericana de Bogotá de 1948 que dio origen a la OEA? Mucha distancia en sus objetivos, pero el monroísmo y el santanderismo presentes como constantes. Santander invitó al delegado norteamericano y para ello excluyó con claro sesgo racista y político al representante de Haití. De la aspiración integradora de Bolívar poco se pudo concretar en Panamá, entre los recelos de las elites criollas y la definición estadounidense de comprender el continente como su espacio de natural expansión imperial, bajo la premisa del presidente Monroe de “América para los americanos”, entendidos éstos como los norteamericanos llamados WASP (White Anglo-Saxon and Protestant). Solo 20 años después del fracaso de la reunión del Istmo, México era invadido por EEUU y perdía la mitad de su territorio, por lo que no es fortuita la preocupación de su actual presidente en poner sobre la mesa el retomar el proyecto latinoamericano del Libertador.
Tras un siglo del primer zarpazo imperial sobre territorio latinoamericano, y ya erigido en potencia mundial, se convoca una Conferencia Panamericana, pero desde el interés de Washington de fortalecer el control político sobre los gobiernos del continente en el marco de la Guerra Fría. No bastaba, la impostura del convenio militar del TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca) que claramente no aplica cuando no es de la apetencia de la Casa Blanca –como en el caso de las Malvinas-. Con el Bogotazo de fondo y una Colombia incendiada por el magnicidio de Gaitán -que nos legó esta guerra que aun hoy no culmina-, se fundaba la Organización de Estados Americanos, casi como extensión virreinal del Departamento de Estado, y se nombraba al colombiano Alberto Lleras Camargo –digno heredero de Santander- como primer Secretario General del organismo. Rápidamente se desnudaría más el cariz neocolonial de la OEA, que callaba en el derrocamiento de Arbenz en Guatemala, pero corría presurosa a expulsar a Cuba revolucionaria por orden de EEUU.
Tras más de 70 años de este adefesio diplomático, que en aplicaciones amañadas de su carta democrática acosa gobiernos adversarios de Washington, pero mantuvo el reconocimiento de todas las dictaduras del continente -desde los Somoza hasta Jeanine Añez, pasando por todos los golpes de Estado de la doctrina de Seguridad Nacional con Pinochet a la cabeza- vale la pena discutir su pertinencia. En buena hora, AMLO pone el dedo en la llaga, un nuevo momento político en América Latina requiere recuperar y potenciar una nueva arquitectura institucional para la región, tarea ineluctable para los gobiernos y proyectos alternativos del continente, independiente de los réditos electorales o las presiones corporativas.
Acierta López Obrador al afirmar: “Ya es momento de una nueva convivencia entre los países del continente, el modelo impuesto hace más de dos siglos está agotado, no tiene futuro ni salida. Digamos adiós a las imposiciones, las injerencias, las sanciones, las exclusiones y los bloqueos…Es un asunto complejo que requiere una nueva visión política y económica. La propuesta es ni más ni menos que construir algo semejante a la Unión Europea, pero apegado a nuestra historia y a nuestra realidad, a nuestras identidades. En ese espíritu no debe descartarse la sustitución de la OEA por un organismo verdaderamente autónomo, no lacayo de nadie, sino mediador a petición y aceptación de las partes en conflicto. Es una gran tarea para buenos diplomáticos y políticos.”
Durante la ola de impugnación al neoliberalismo en el presente siglo, emergieron nuevas propuestas de integración y articulación regional, que han recibido fuertes embates ante la contraofensiva conservadora en la última década, pero cuya vigencia es parte del debate actual. Además de múltiples acuerdos bilaterales de cooperación y el inicio de convenios de diverso orden con referentes geopolíticos y de cooperación distintos a Washington, durante la primera década del siglo XXI surgieron el ALBA-TCP (2004), PetroCaribe (2005), UNASUR y el Consejo de Defensa Sudamericano (2008), la CELAC (2011), así como la redinamización y ampliación de Mercosur. Todas estas instancias fueron de entrada cortapisas a la lógica imperial norteamericana sobre la región y claves herramientas diplomáticas en la disputa continental, sin dejar de representar también en la mayoría de los casos elementos de consenso con algunos intereses hegemónicos y quedar sometidas a la fragilidad propia de la inestabilidad política en la región.
Cuando AMLO sugiere construir un modelo similar a la Unión Europea, vale también revalidar otras iniciativas esenciales para la soberanía regional que no pudieron concretarse como el Banco del Sur o el sistema monetario del SUCRE. La inherente interdependencia económica entre EEUU y México especialmente obliga a unas necesarias relaciones de integración, pero sin desmedro de la soberanía. AMLO no propone una ruptura con EEUU como denuncian las derechas latinoamericanas. Cooperación para el desarrollo y bienestar de todos los pueblos de América Latina y el Caribe, y un abierto multilateralismo que saque a Nuestra América de la subordinación estratégica de la OEA.
El discurso de AMLO empata con el inicio de gestión del presidente Castillo en Perú y su nuevo canciller, el veterano excombatiente Héctor Béjar, que de facto ha dejado sin Lima, al autodenominado Grupo de Lima. Desde México y desde Perú, se rechaza el bloqueo a Cuba, se aboga por la reactivación de la institucionalidad regional distinta de la caduca OEA, se promueve la salida incruenta, soberana e institucional a la crisis venezolana y se avanza en el desconocimiento del cargo títere de Juan Guaidó, en cuya defensa tozuda solo se empecina la cancillería colombiana, que sigue con el trasnochado discurso del terrorismo internacional como si G.W. Bush aun fuese el presidente de EEUU.
No obstante, para poder asumir la apuesta de AMLO de culminar la inconclusa gesta de integración latinoamericana, falta consolidar los procesos democráticos existentes en el continente y arrebatarle a la derecha continental en 2022 sus dos fortines en Nuestra América: Colombia, cuyos pactos militares y exportación de mercenarios son amenaza para la seguridad regional; y el Brasil, potencia regional, sometida ahora a la insania fascista de Bolsonaro. Solo así, esa cosa tan fea, que es la OEA, como lo cantara Carlos Puebla, quedaría relegada al museo de la ignominia. Ya el santanderismo colombiano ha enviado su pieza de colección, símbolo de lo mandado a recoger que es la OEA: el ultramontano embajador Alejandro Ordoñez Maldonado, a quien todavía lo espero en los estrados judiciales y en la Comisión de la Verdad.
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