Biden asumirá el miércoles: 21 mil soldados lo protegerán, aunque el FBI ya advirtió que se esperan manifestaciones violentas. No estará Trump, a quien buscan borrarlo para siempre del mapa político y quien deja un camino sembrado de espinas y un país con profundas grietas internas.
Lo que sí es claro es que el díscolo empresario ya aceptó que se le venció el alquiler de la Casa Blanca y las imágenes de la mudanza de sus bártulos fueron profusamente difundidas por los medios de comunicación. Este mismo miércoles, Trump viajará a Florida para no protagonizar la entrega del poder a su sucesor. No quiere la foto poniendo la banda presidencial en Biden.
Mientras tanto, y en otra muestra de rebeldía adolescente, busca dejarle el camino sembrado de espinas en política exterior: endureció las sanciones contra Cuba e Irán, dos frentes que marcaron un giro de 180° sobre la estrategia que había legado la administración Obama. Al mismo tiempo, profundizó los ataques a empresas chinas con su incorporación a la lista de entidades peligrosas para la seguridad nacional. Esta vez cayó otro fabricante de telefonía celular, Xiaomi, lo que elevó la queja de Beijing.
Todavía resuena en los despachos políticos el jaleo del 6 de enero, cuando la certificación de Biden en el parlamento debió suspenderse por unas horas a raíz de la ocupación violenta de grupos trumpistas que trataron de impedir la ceremonia. El incidente mostró el rostro verdadero de este particular momento que vive EE UU. Los atacantes casi no tuvieron resistencia y recién una semana después los más altos jefes militares del país expresaron su oposición a lo que consideraron como “un asalto directo al Congreso de los EE UU, al edificio del Capitolio, y a nuestro proceso constitucional”, según el documento refrendado por los ocho miembros del Estado Mayor Conjunto que presentó el general Mark Milley.
A fines del año pasado, diez ex secretarios de Defensa emitieron una carta pública recordando a los funcionarios del área su obligación de respetar la Constitución. Encabezó esta movida Mark Esper, que fue echado en noviembre por Trump en un momento en que era evidente que estaba armando un Pentágono a su medida para buscar apoyo a su deseo de permanencia en el poder. Esa vez designó en puestos claves a los que consideró los más leales a su proyecto político. Que pasaba entre otras cosas, por “traer a casa” a las tropas expandidas en todo el mundo. Luego de varios entredichos con generales más reacios, el jueves el hombre que remplazó a Esper, Chistopher Miller, anunció que “los niveles de fuerzas en Afganistán han llegado a 2500 y el Pentágono continúa con la orden presidencial de reducir las tropas a cero para mayo de 2021”.
El futuro de Trump parece opaco y algún humorista cordobés podría decir que ahora lo llaman “damajuana”: todos esperan que pierda la manija para agarrarlo del cuello. Por un lado, los demócratas volvieron a abrir un impeachment y esperan sumar los votos suficientes en el Senado como para bloquearle cualquier sueño de regreso dentro de cuatro años.
El alcalde neoyorquino, Bill de Blasio, a su turno, dijo que pondrá fin a acuerdos para operar el Carrusel de Central Park, las pistas de patinaje Wollman y Lasker, y el campo de golf de Ferry Point tras la “letal insurrección”, de conformidad con las cláusulas estipuladas en los contratos. Ni su hija Ivanka y su esposo Jared Kushner -que llevó adelante una estrategia diplomática paralela en Medio Oriente- escapan al estigma. “Cualquiera que tenga un mínimo de respeto por sí mismo y por la democracia, que tenga valores y una carrera que preservar, o quien no quiera que sus amigos le critiquen en público o en privado, ahora se mantendrá alejado de Ivanka y Jared”, dice la revista Vanity Fair que, se dice en los círculos que la pareja, supo frecuentar estos años.
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