Almudena Grandes: «Los nazis perdieron la guerra y ganaron la posguerra»

Por: Mónica López Ocón

La escritora viajó a Argentina para presentar su última novela, Los pacientes del doctor García (Tusquets).

“Tengo una relación de amor con Buenos Aires que no tiene orígenes familiares, ni biográficos”, dice Almudena Grandes que ha viajado a la Argentina para presentar la cuarta entrega de su saga Episodios de una guerra interminable, un libro monumental de más de 700 páginas que se llama “Los pacientes del doctor García” que pone el foco en un hecho real: la red de evasión de criminales y jerarcas nazis liderada por Clara Stauffer. 

La novela que tiene escenarios diversos, principalmente Madrid y, hacia el final, Buenos Aires. “He venido a Buenos Aires muchas veces. La primera fue en el año 90. La editorial en la que publico pone todo su afán es sacarme de Buenos Aires. Me dicen ´estaría bien que fueras a Rosario, a Mendoza´, pero a mí me gusta mucho esta ciudad y mi última historia termina aquí. No es que haya puesto Buenos Aires en lugar de Lima o Santiago. La historia desembocaba naturalmente aquí porque el hecho real que cuenta la novela ocurre entre Madrid y Buenos Aires, destino final de los nazis ayudados por la red. En la novela hay fragmentos de mi vida porteña, de mis viajes. Por ejemplo, el edificio de apartamentos en el que se aloja Manuel Arroyo Benítez cuando viene a Buenos Aires (un personaje real nacido en León en 1910) es el Trianón de Avenida Callao donde me quedé yo en unos cuantos viajes. Cuando la historia de la novela llegó hasta aquí, me di cuenta de que yo conozco sólo el Buenos Aires de los ricos. La editorial me aloja en el centro o en Recoleta. Las presentaciones han sido en esos sitios donde muy bien podían vivir los nazis pero no un hombre que se quiere alejar de ellos. Por eso recurrí a una amiga mía de aquí que es muy entusiasta y de cuyo criterio me fio mucho. Le dije que necesitaba que me dijera en qué barrio de Buenos Aires un agente de la República que quiere infiltrarse en una red nazi  podía pasar desapercibido, un barrio que fuera de clase media baja, muy popular y populoso. Me dijo que ese hombre tenía que vivir en la calle Combate de los Pozos. A las dos horas me mandó otro correo diciendo que cerca del lugar donde me había indicado que pusiera a vivir al personaje había un café antiguo muy famoso, de la época del tango que se llamaba Café de los angelitos. Soy española y pensé que lo de los angelitos era cursi. Pero entré en Internet y me enteré de la historia. Este café a principios del siglo XX era un lugar de encuentro habitual de delincuentes. Había un comisario que cada vez que había un robo o algo así decía “vamos a ver qué están haciendo esos angelitos. El dueño del bar aceptó esa ironía y le puso ese nombre a café.” Y allí, en el Café de los Angelitos, que tiene un lugar protagónico en la novela de Almudena, tuvo lugar esta charla. 

-Además de Buenos Aires, en tu novela aparece el lenguaje porteño. ¿Cómo lo conocías tan bien?

-Hace cuatro años, cuando estaba punto de comenzar a escribir la novela, fui a unas jornadas sobre español de la Casa de América en Madrid. Estaba allí el director de la Fundación García Márquez de Cartagena de Indias, una poeta peruana que vive en España y Jean-Louis Soler. Hablábamos del español, de la lengua común, de lo que implicaba escribir en español. De repente Soler tomó la palabra para decir una cosa que me pareció muy interesante que había que decirle que sí al lenguaje estándar porque es verdad que hay que escribir de una forma que sea inteligible para  la comunidad latinoamericana pero que a veces hay cosas que no tienen sentido. Él había leído una traducción de una novela de Don Winslow ydijo: “lo que no entiendo es por qué los guardaespaldas del Chapo Guzmán tienen que hablar como si fueran de Valladolid”. Me pareció muy bien el comentario y como en la novela hay personajes porteños, me dije que iba a intentar que vosearan. En una novela que ha sido muy larga  complicada de escribir eso fue como una fiesta. Cada vez que llegaba el momento de vosear me la pasaba bomba. Cuando acabé a novela se la mandé a mi editora argentina para que la corrigiera y encontré cosas que me impresionaron un montón, como que en la Argentina no decís “deprisa” sino rápido. Jamás se me hubiera ocurrido que eso fuera. Me corrigió sólo siete veces en el voseo y me sentí muy orgullosa.

-El lenguaje es muy porteño. Lo que no sé es si en los 40 la gente interpelaba a otra diciendo “flaco”.

-Es que la literatura tiene no tiene que ver con la verdad, sino con la verosimilitud. El registro tiene que ser verosímil para el lector contemporáneo. En España hay palabras que en; los años 40 no se decían, por ejemplo, follar. Se decía joder, pero ahora el verbo cambió de sentido, quiere decir molestar, estorbar. Hay que ser fiel al pasado pero no a costa de que ser ininteligible para el lector del presente. Son mecanismos delicados que hay que manejar con cuidado. En esto siempre me acordaré de Francisco Ayala, un escritor español del 27 que se exilió en Argentina y luego volvió a España. Murió a los 103 años en Madrid y tuve la suerte de conocerlo y de preguntarle por muchas cosas. Ayala fue agente de Negrín en el 38, el presidente de la República, por lo cual el Negrín de mi novela es el Negrín de Ayala. Cuando estaba escribiendo Inés y la alegría tenía en la cabeza una escena que no recuerdo si la escribí en la que Inés le hacía un corte de mandas al universo en general. Le pregunté a él si en los años 30 se hacían cortes de mangas. No se me olvidará jamás la cara con la que me miró. Esa cara quería decir: “¿Tú eres idiota o qué te pasa? (risas). Me dijo que sí, pero me valieron más sus ojos. Creo que lo que decimos, no todo, pero casi todo no lo hemos inventado nosotros. 

-Es cierto, pero a veces, hay expresiones que tienen una duración breve que corresponde a una época 

-Si, pero ya no llego tan lejos. 

-En tu novela reformulás el concepto de pasado como algo que nunca cesa de suceder. ¿De qué manera el pasado está siempre en nuestras vidas?

-La novela pretende recordar 25 años de la dictadura franquista, desde el final de la Guerra Civil hasta 1964. Y, sí, esta novela se puede entender como un deber de memoria. La memoria no tiene que ver con el pasado como dice a veces la gente. Tiene que ver con el presente y con el futuro, con el modelo de país en el que queremos vivir, con el modelo al que nos queremos parecer. A lo largo de la novela la ficción es una herramienta que sirve para contar algo de lo que muchos españoles no son muy conscientes, que la Guerra Civil Española fue la primera batalla de la II Guerra Mundial. El destino de España estuvo absolutamente ligado a una serie de fenómenos internacionales que tenían que ver con el destino del mundo. En esta novela se cuenta, por ejemplo, cómo el espíritu de la Guerra Fría machacó a losdemócratas españoles para siempre. Los nazis perdieron la guerra pero ganaron la posguerra. Convencieron a los aliados de que el enemigo era Stalin, de que se habían equivocado de enemigo y esa pirueta salvó la vida y el régimen de Franco, que había sido un ferviente aliado de Hitler y de Mussolini. Siempre he pensado que España es un país muy complicado, un país incluso muy anormal por su extraña pasión con el pasado. En todos los países se dice “hay que pasar la página”, pero la página ni siquiera la hemos leído y si no la hemos leído, no la podemos pasar. Eso tiene que ver con lo que dices a nivel colectivo, nacional, y a nivel individual, porque esto se reproduce en pequeña escala en la vida de los personajes, en los dos amigos que son los protagonistas de la novela y que arrastran su pasado al punto de que para ellos sobrevivir a la derrota significa renunciar radicalmente a su propia identidad, no sólo a su nombre, sino también a su profesión. En el caso de Guillermo García Medina, a su vocación, a todo lo que es su vida. Por supuesto, también a sus propiedades aunque eso es lo que menos le importa. Igual que el pasado determina el pasado de estos dos personajes, creo que la novela también explica cómo España como país está determinada, todavía hoy, por acontecimientos de aquel pasado. 

-No sé si todo el mundo tiene noción de la injerencia de la historia de su país en la historia personal. 

-Muchas veces me dicen que a pesar de estar basadas en hechos reales mis novelas no parecen novelas históricas. Creo que esto se debe a que yo intento contar la historia desde abajo, no desde arriba. Lo esperable en una novela histórica es que el protagonista sea siempre un gran hombre, un general, un presidente, un rey, una reina. A mí no me interesa esa perspectiva, yo prefiero contar desde la experiencia cotidiana de personas corrientes que desde su intimidad permiten contar la vida privada de las naciones, porque la historia también tiene una vida privada que se puede contar a partir de la intimidad de la gente común. En esta novela sus protagonistas son muy dolorosamente de lo que tú dices, de cómo la historia puede modificar la vida íntima de las personas. Pero, en la realidad, muchas veces no nos damos cuenta de eso, asumimos con la naturalidad elemental de quien ha nacido en una época y no ha conocido otra que las cosas son de una manera. Luego, cuando rascas un poco, te das cuenta de que estás condicionado por la época en que has nacido, por la situación histórica en la que está tu país y, por supuesto, por la situación económica. 

-¿En qué consiste esa anormalidad?

-España es una anormal de libro, es una pura anomalía histórica desde el año 45. Fue el único país que luchó con armas contra el fascismo, es el único país de Europa donde hubo una guerra entre fascistas y demócratas y ganaron los fascistas y, a partir de 1945, los aliados consagraron la anomalía de España porque le dieron la vuelta al famoso axioma latino que dice “el amigo de mi enemigo es mi enemigo”cambiándolo por“el amigo del enemigo esmi amigo”. En contra de lo que piensa mucha gente, los grandes aliados de Franco no fueron no fueron Hitler y Mussolini, sino las democracias occidentales que tenían tanto miedo de Hitler y de Mussolini que decidieron no intervenir. En el 45 pasó algo peor todavía que es que los nazis perdieron la guerra pero perdieron la posguerra. Eso es algo de lo que a veces no somos muy conscientes. Ellos consiguieron convencer a los aliados de que se habían equivocado de enemigo, de que el enemigo verdadero era Stalin y en ese contexto Franco se convirtió en un aliado ideal por su anticomunismo o porque siempre se había presentado como un anticomunista. En ese momento España desapareció de la faz de la historia. Al final de los años 40 las potencias del Eje, Alemania Occidental, Italia, Austria tenían democracia, dignidad, libertades, partidos políticos. Eran países reconfigurados a los que les habían devuelto el orgullo y España se había quedado afuera de todas las ecuaciones, seguía siendo una dictadura y lo siguió siendo hasta que se murió el dictador que se murió en la cama. Eso fue una pura anomalía histórica. Es verdad que Portugal tuvo una dictadura muy ardua pero ese país no había participado de la Segunda Guerra Mundial y España sí. Después de la muerte de Franco, la transición reforzó la anomalía porque se pareció mucho a una escena de Mary Poppins: hay muy mal tiempo, llueve y los niños y la institutriz salen de la casa y, al llegar al parque a los chicos no les apetece entrar, pero  el amigo para todo de Mary Poppins está haciendo unos dibujos en el suelo y Mary Poppins les dice a los niños, daros la manos, apretad los ojos y saltad y entonces van a parar a  un país de dibujos animados, donde los peces hablan y los caballos de tiovivo corren carreras. En la transición los que se les dijo a los españoles es “ahora nos vamos a dar todos la mano, vamos a cerrar los ojos y vamos a saltar y vamos a vivir en un mundo nuevo y la consigna es que para progresar es imprescindible olvidar”.  Al cabo de 40 años, aquella transición que parecía modélica porque funcionaba a corto plazo, resultó que no era un milagro, sino un salto mortal sin red. 

-¿Por qué?

Meter en un solo estado a la derecha franquista y a la derecha que había vuelto del exilio sin romper públicamente con la dictadura y sin reivindicar la antigua legalidad republicana fue una temeridad, no fue una hazaña y la prueba es la situación en que estamos ahora y no hablo sólo de Cataluña. Toda España está atravesada por crisis institucionales, territoriales, de falta de fe de los ciudadanos en las instituciones, de desprestigio de la política. El Estado del 78 ya no da más de sí. Sería fundamental que alguien fuera valiente y reconociera la necesidad de refundar el país, de formular unas reglas de convivencia mejores y más equitativas para acabar con las disfunciones que generó la transición. Como nunca se rompió con el franquismo, la derecha se comporta como si el país fuera suyo, como si lo hubieran heredado de sus abuelos que para eso ganaron la guerra y la izquierda les da la razón, porque cuando llega al poder está acomplejadísima y se mueve de puntillas sin molestar, asumen el papel de realquilados. Para los españoles que nunca jamás tendrán otro país, España es un problema, España es una idea de la derecha. Para la izquierda española la patria es un problema pero asume el patriotismo de los nacionalistas que son de derechas y clericales. 

-¿Cuál es tu posición frente a lo que pasa en Cataluña?

-Tengo una posición un poco rara: no estoy de acuerdo con nadie. Nadie tiene derecho a obligarme a elegir entre lo peor y lo peor y para mí Rajoy es lo peor y Puigdemont es lo peor. Aunque aquí pueda parecer que no, son dos gobiernos muy parecidos. Ambos han recortado alegremente, han aplicado la política del control del déficit, han aplicado la reforma laboral, han obedecido a la austeridad criminal que venía de Europa, han sido autoritarios con la oposición y, sobre todo, son dos gobiernos obsesionados por encubrir sus corrupciones. Son los dos partidos políticos más corruptos de España. El Partido Popular es corrupto y Convergència i Unió tuvo que cambiarse el nombre para ver si la gente dejaba de acordarse de Pujol y ahora es el partido de Puigdemont que se llama PDeCAT. Es una situación que está radicalmente porque Rajoy y Puigdemont se han retroalimentado mutuamente porque a los dos les convenía a nivel electoral esta dialéctica. Rajoy no quería sentarse a negociar porque iba a perder votos porque sus votantes iban a decir que era un blando y Puigdemont no quería sentarse a negociar porque su única salvación era convencer a sus votantes de que la independencia iba para adelante. Entretanto, se ha creado en la sociedad catalana una fractura muy, pero muy grave. Hay gente que ha sufrido mucho porque esto ha sido como un péndulo. Antes de la declaración de la independencia los catalanes de izquierdasque no querían la independencia lo pasaron fatal porque quedaron a la intemperie, completamente abandonados. Los independentistas los llamabas “fachas”, los partidos no los protegían y en mi opinión ahora los que están absolutamente abandonados son los independentistas. Porque el independentismo catalán ha sido una cosa muy rara que se estudiará algún día en las facultades de sociología el mundo: ha sido un caso de hipnosis colectiva de primera magnitud. El independentismo ha articulado un discurso propagandístico impecable, ha sido absolutamente magistral, ha creado un relato buenísimo de un cuento de hadas y la gente se lo ha creído. Le han dicho a la gente: “vamos a ser más ricos, los bancos no se va a ir, las empresas tampoco, España nos va a reconocer, Europa nos va a querer y a la primera de cambio todo se ha hundido y Puigdemont se ha ido a Bélgica, lo que es absolutamente irresponsable. Los independentistas están abandonados a su suerte y ellos tenían todo el derecho del mundo a ser independentistas. En este tema me niego a tomar partido por ninguno. 

-¿Estaba dividida ideológicamente tu familia cuando eras chica?

-Vengo de una familia complicada. En mis dos familias había gente de ambos bandos, unos más tácitos y otros más expresos. No tuvimos ningún suceso irreparable. Dramas hubo, pero muertes no. Me acuerdo de que el día que murió Franco mi tío Javier, el hermano menor de mi padre, llegó a casa con una botella de champán y  mi madre, que era muy franquista, estaba llorando. Y al final tomamos el champán. Vengo de una familia muy flexible, en mi familia sí que no hubo grietas. Había gente de todas las posiciones pero por suerte los afectos siempre se impusieron a la ideología. Tenía  un primo del PC que se pasó toda la vida entrando y saliendo de la cárcel y, al mismo tiempo, las hermanas de su madre eran muy del régimen. En ese sentido para mí familia nunca fue un problema, siempre tuve dónde elegir. ¿Querías una mujer beata?, tenías un modelo. ¿Querías un joven comunista?, tenías un modelo. Cuando yo tenía 7 años el tío Javier se fue a París porque entró en busca y captura. Estuvo desaparecido un montón de años y luego volvió. Nunca quiso contar quién le había ayudado, cómo había logrado salir de España. Se fue y volvió y siguió siendo mi tío Javier. Vengo de una familia bastante ácrata para estas cosas.

-En tu libro intercalás capítulos que no son de ficción. En uno de ellos hablás de una reunión  de Perón con jerarcas nazis en la Casa Rosada porque le pareció que podían ser útiles tenía la intención de industrializar la argentina. No puedo decir cuánto de verdad hay en eso, pero sí que los hechos históricos se pueden leer de diversas maneras y que, en todo caso, fue Estados Unidos quien hizo de un nazi como von Braun una pieza clave de la carrera espacial. Creo que una de tus fuentes es Uki Goñi, no sé si hay otra más.

-Sí, con eso que dices de los Estados Unidos estoy totalmente de acuerdo. La otra fuente es de los archivos del Servicio de Acogida a Refugiados Europeos (SARE). En la primera presidencia de Perón, por lo menos es lo que dicen los libros de historia que leí, hubo un servicio específico para acoger a refugiados europeos que pusieron en marcha una serie de colaboracionistas que habían llegado de Europa con pasaporte español. En aquella época Perón era el abanderado de la tercera posición. Creo que interpretó admirablemente el espíritu de la Guerra Fría. Se dio cuenta de que los primeros que estaban protegiendo a los nazis eran los americanos, los aliados, y parece ser que pensó que reclutar a científicos y técnicos nazis sería bueno para el porvenir de Argentina. A lo mejor Goñi miente y los archivos también, pero a mí me parecen una fuente fiable. 

-No digo que mientan y tampoco defiendo a posibles defensores de los nazis. Digo sí, que hay informaciones que hay que contextualizar y que ningún análisis es neutral. Porque, por otra parte, aquí siempre hubo refugiados republicanos que pasaron a formar parte de nuestra propia identidad como país.

-Sí, eso lo sé. Lo que puedo contestar es que no puedo escribir pensando en que lo que yo diga pueda ser utilizado por mis enemigos contra alguien. No puedo escribir así. Creo que no se puede escribir así. Hay que contar lo que uno piensa de acuerdo con la fuente que le parece fiable. Creo que Clara Stauffer fue la autora de los pasaportes con los que entraron aquí muchos nazis y colaboracionistas y esos pasaportes los hacía en España. Si yo voy con mi país por delante…Quiero decir que el primer damnificado de este libro es mi país. Para que funcionara  una red tenía que haber un punto de salida y un punto de llegada. Y en la red Stauffer, que funcionó realmente, el punto de salida era España y, el de llegada, Argentina. Que alguien pueda utilizar mi novela para atacar al movimiento peronista, pues no lo sé. No es mi propósito ni mi función. He escrito un libro sobre un hecho real y no protejo a mi país…

-Eso está muy claro.

-Como dijo Aristóteles, soy amigo de Platón, pero más de la verdad. 

-El libro tiene una gran cantidad de datos, de historias, de cambios de identidad. Se lee con fluidez pero pienso que no debe haber sido nada fácil escribirlo. Leí que antes de dedicarte de lleno a la ficción, escribió artículos para enciclopedia. Pensé que sólo alguien con esa disciplina podría escribir algo tan minucioso y complejo.

-Antes de publicar Las edades de Lulú trabajé en diferentes cosas. Uno de mis trabajos fue definir términos para enciclopedias. Además, escribía pies de fotos, corregía estilo, en fin, de todo. Me gané la vida con eso hasta que publiqué mi primera novela. Estudié historia en la Universidad y sin lo que aprendí allí no hubiera podido escribir estos libros. Aprendí mucho sobre documentación, reflexioné sobre la objetividad, sobre la quimera de la neutralidad, sobre la posición del intelectual frente a la historia. Todo me ayudó. Pero tienes razón, nunca había pensado en los artículos de enciclopedia. En esta novela decidí que los capítulos de no ficción en vez de ser capítulos grandes al principio y al final del libro como en las otras, fueran intercalados, dado que era una novela complicada que contaba una verdad distinta de la que han transmitido las películas  de Hollywood, donde lo que ve es que los nazis son detenidos y no que pueden moverse libremente por el mundo. Era mejor ponerlos en piezas pequeñitas en presente histórico.Esta pieza hacen un camino paralelo que puede resultarle caprichoso al lector al principio, pero que llegando al final puede ver el sentido que tienen. Y ahí es verdad que tuve que recuperar la concisión de las enciclopedias. No lo había pensado, pero ahora que lo dices me parece verosímil. 

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