La noticia la dio su editora, Deborah Treisman. Munro falleció en una residencia de ancianos en Ontario el lunes. Padecía demencia senil desde hacía una década.
Había nacido el 10 de julio de 1931 en Wingham, Ontario y se crió en una zona rural donde ambientaba la mayoría de sus relatos. Su padre, Robert Eric Laidlaw, criaba zorros y aves de corral, mientras que su madre era maestra en un pequeño pueblo.
Su vocación de escritora fue muy temprana. Ya a los 11 años determinó que su profesión iba a ser la escritura. «Creo que quizá tuve éxito haciendo esto porque no tenía ningún otro talento», expresó muchos años después en una entrevista cuando ya era una escritora consagrada.
Su primer relato, «Las dimensiones de una sombra», se publicó en 1950, mientras estudiaba en la Universidad de Western Ontario. Luego le siguió una prolífica obra que la hizo merecedora de una serie nutrida de importantes premios, pero nunca se colocó bajo las luces del star system literario. Más bien permaneció en su sitio, sin estridencias haciendo aquello que mejor sabía hacer: escribir.
“No es una escritora mundana, se la ve raramente en público, no asiste a los lanzamientos de libros», comentó el crítico literario estadounidense David Homel después de que Munro alcanzara la fama mundial.
Dijo de ella la crítica argentina Graciela Speranza en una nota aparecida en El rincón digital en 2007: “Es quizás la mejor cuentista en lengua inglesa viva, pero por cuestiones de género de todo tipo (es canadiense, mujer y sólo escribió una novela) no ha alcanzado la fama de algunos de sus pares hombres, ingleses o estadounidenses, novelistas».
Y agregó: “Por la ambición, la complejidad de los ataques y la amplitud del arco temporal, sus relatos se resisten a la síntesis y a la economía de las citas, pero dejan un recuerdo persistente, incluso físico. Exploran obsesivamente una materia que a nuestra literatura por lo general le resbala –las relaciones humanas–, con una destreza técnica pasmosa y sin ningún alarde estilístico ni sobrecarga autoral, una combinación de dones y faltas entre nosotros inexistente o rara.”
“Mientras la literatura se desmorona – afirmó en otro párrafo- o se transmuta en otra cosa, mientras acordamos qué se puede entender por realismo hoy y reconsideramos cuestiones de límite y valor, leamos los cuentos de Alice Munro. No viene mal recordar todo lo que la literatura puede hacer en buenas manos, casi sin salir de casa”.
A pesar de que vivió en un mundo en que se valoró más el cuento que la novela, Munro logró imponerse y ganó el Premio Nobel en 2013.
Dijo la propia escritora refiriéndose al género: “Un cuento no es como un camino que uno sigue… es más como una casa. Entras allí y te quedas un rato, yendo de un lado a otro y quedándote donde te gusta, descubriendo de qué modo los pasillos y las habitaciones se relacionan entre sí, cómo el mundo de afuera se altera por como uno mira por las ventanas. Y tú, el visitante, el lector, estás alterado por estar en este lugar cerrado… Podés volver y volver y la casa, el cuento, siempre contiene más de lo que viste la última vez.”
En 1968 con su colección de cuentos Danza en las sombras ganó el Governor General’s Award, el premio literario más prestigioso de Canadá.
En 1971 publicó «La vida de las mujeres» que, por ser cuentos entrelazados, algunos consideran una novela.
¿Quién te crees que eres? es otra colección de cuentos entrelazados que publicó en 1978.
Pese a haber ganado el Premio Nobel en 2013, fue en la década del 80 se dedicó a escribir relatos breves que fueron traducidos al español sin que la recepción fuera demasiado estrepitosa.
Fueron los libros Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio (2001) y Escapada (2004) las que la hicieron más conocida y poco a poco comenzó a transformarse en una escritora de culto por estas latitudes, quizá por la misma razón que en otro momento había quedado en un segundo plano: ser una mujer que ponía en escena a las mujeres a través de su literatura.
En 2013, cuando recibió la noticia de que había ganado el Premio Nobel , se encontraba de visita en la casa de su hija en British Columbia, una provincia de Canadá. Recibió el máximo galardón justo en el año en que había anunciado que se retiraba de su escritura. La enfermedad le pisaba los talones y consideraba que le había dejado al mundo una cantidad suficiente de obras, aunque nunca se expresaba en términos grandilocuentes.
Siempre escribió sin pretensiones, en los ratos libres, con las interrupciones que le imponía su vida de madre y sin quejarse de su suerte. Como dijo alguna vez, no tenía problemas para conseguir material para sus cuentos. Su batalla era precisamente la opuesta, como trabajar con tanto material provisto simplemente por su observación aguda y sensible del entorno.
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