Piden declararlas “patrimonio natural”. La población se redujo drásticamente en el país por el abuso de agrotóxicos.
El 20 de mayo, en el Día Mundial de las Abejas, más de 200 organizaciones, colectivos, y asambleas de América Latina y el Caribe, le solicitaron a la Relatoría Especial de los Derechos Económicos, Sociales, Culturales y Ambientales (REDESCA) de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos (CIDH) que declare a las abejas melíferas y meliponas (nativas sin aguijón) “patrimonio natural”, por ser responsables de la polinización, “una actividad esencial en la preservación de la diversidad biológica y, en consecuencia, para garantizar el derecho humano a una alimentación adecuada”.
El documento, que tuvo como representante local a la organización Naturaleza de Derechos, expresa que “motivados por la situación de peligro en la que se encuentran los agentes polinizadores en toda Latinoamérica debido a la disminución drástica de su población en los últimos años”, se los declare “especie en peligro de extinción”, ya que “se encuentra comprobado científicamente que una de las principales causas que ponen en riesgo la frágil existencia de las abejas melíferas y nativas sin aguijón son las actividades vinculadas al agronegocio: la deforestación de montes y bosques nativos, la implantación de grandes extensiones de monocultivos y la utilización de millones de litros/kilos de agrotóxicos”.
Kaufmann destaca que, aunque muchos no lo sepan, la Argentina está entre los tres mayores exportadores de miel del mundo, y que podría quedarse con el primer puesto si además se considerara la calidad. Sin embargo, “en los últimos diez años, el 50% de los apicultores que había ya no están”, y enseguida aclara que “no es un problema gremial, sino que el modelo agroindustrial ha destruido el ambiente”.
Para Leonardo Melgarejo, de la Asociación Brasileña de Agroecología (ABA) y miembro de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad y Naturaleza de América Latina (UCCSNAL), “la reducción de la población de las abejas se traducirá en la reducción de la población de las plantas y, en consecuencia, de la posibilidad de alimentación de los animales, incluidos nosotros”.
“El peligro de la disminución del trabajo y la existencia de las abejas –insiste Melgarejo– amenaza la estabilidad de todas las otras formas de relación, porque el hambre será una consecuencia inmediata».
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