Alejandro Rúa sobre la AMIA: «Que no se sepa la verdad fue una decisión política de máximo nivel»

Por: Ricardo Gotta

Involucrado por dos décadas en la investigación del atentado, del que se cumplen 30 años, lo desmenuza en un libro y en esta charla. Encubrimiento, pista iraní, operaciones para evitar justicia, posibilidades de un nuevo ataque.

El abogado Alejandro Luis Rúa se hizo cargo en 2001 de la Unidad Especial de Investigación sobre el atentado a la AMIA. Durante cuatro años cumplió esa función. Luego defendió a víctimas y familiares agrupados en Memoria Activa, en el juicio en que se acusó a magistrados e investigadores de encubrimiento y mal desempeño. Más tarde patrocinó a Héctor Timmerman y a Cristina Fernández en el proceso por el frustrado Memorándum de Entendimiento con la República Islámica de Irán. Dos décadas intensas cerca de la investigación que, ahora, derivan en el libro 30 días. La trama del atentado a la AMIA (Planeta), que desmenuza lo sucedido alrededor de ese 18 de junio de 1994 cuando detonó la sede de la calle Pasteur, dos años después del atentado a la Embajada de Israel.

-¿Por qué «30 días»?

-Traté de contar todo lo que se sabe del atentado, a 30 años. Nos pasamos hablando de encubridores, irregularidades, lo que hizo mal el Estado argentino. Yo hice foco sobre los que cometieron el atentado y cómo lo hicieron. Con los informes finales de todas las agencias, locales y extranjeras, traté de desmenuzar ese relato, contarlo en una crónica sencilla. No tiene un solo dato que no esté verificado. Rodear con montones de elementos lo que se dijo que hicieron los cuatro/cinco libaneses asentados en la región durante años, sospechosos del atentado. Por ejemplo, la información de inteligencia, las sospechas, los seguimientos que había sobre ellos

-El relato finaliza 12 días después del atentado.

-El 30 se concreta la primera imputación. Esos 12 días muestran todo lo que se supo del atentado, cómo fue la mecánica. Y la operación de inteligencia estatal destinada a aportar una solución falsa, por las presiones, para señalar la responsabilidad iraní.

-Documentás en detalle cómo se preparó, cómo se produjo, las alertas locales e internacionales, el conocimiento previo sobre cada uno, así  como la posterior labor de los grupos israelíes, la búsqueda de muertos, un panorama geopolítico de lo que significaba Irán y el brutal antecedente de la embajada. Se impone: ¿por qué no se evitó? ¿No se pudo, no se quiso evitar?

-Por lo pronto no se pudo. No tengo sospecha de que alguien no haya querido. No creo. La Corte Interamericana condenó al Estado por negligencia. No es que no se hizo nada: los seguían, sacaba fotos, pinchaban sus teléfonos, los tenían enfocados. Y en las primeras horas del 18, mientras el sospechoso de comandar el operativo (El Reda) se toma un avión para no volver, la CIA sacaba fotos a otro de los presuntos implicados (Rabbani), yendo a la mezquita. Estaban vinculados estrechamente. La inteligencia hizo mucho despliegue para impedirlo. No pudo.

Foto: Pedro Pérez

-¿Negligencia, incapacidad?

-La Corte Interamericana dice que fueron negligentes, que el Estado desatendió las alertas y no desplegó medidas de prevención concretas sobre un objetivo que no era cualquiera: la Embajada ya habían explotado y había amenazas concretas. Otro dato: habían adelantaron la llegada de un excoronel israelí para encargarse de la seguridad de la sede, en atención a las amenazas. Pero el atentado ocurrió.

¿Qué buscaron tapar?

-Había que presentar una solución falsa. Al día siguiente del atentado ya estaba coordinada una versión unificada de lo sucedido que debían presentar a la opinión pública: la acusación a Irán, a Hezbolá y la intervención de una conexión local. La inteligencia trabajó con deliberada acción de incumplimiento de sus deberes. Se desplegaron estas maniobras con destino a señalar la responsabilidad de iraníes. Esa construcción se mantiene hasta hoy.

-¿Qué encubre la pista iraní?

-No es tanto encubrir al autor sino señalar un autor falso. Una cadena constante de pequeños encubrimientos. Esa decisión de presentar una solución falsa es la que antecede a todo. Ponen el foco en quiénes tienen que ser.

-Concretamente, ¿fueron los iraníes?

-No se sabe. Los cables desclasificados de la Embajada de EE UU referían eso. La intervención de Irán está supuesta desde el primer día; se hizo poco para probarla. Y lo que hizo, es directamente falso. Las primeras capturas internacionales de iraníes, de esos días, no tienen nada que ver con el atentado y diez años después todavía eran los únicos iraníes con pedido internacional. Pero un día para otro se dejó sin efecto y se los reemplazó con otros iraníes. Se dijo que el avance del caso no permitió verificar que tuvieran conexión con el atentado: eso se sabía desde el primer día. No estoy diciendo que los iraníes no hayan sido. Es precisamente lo que no se sabe. Hayan sido o no, las acusaciones que se presentan no se sostienen. Pero no quiere decir que no hayan sido. Tengo claro que cada vez que explicaron que fue Hezbolá con el financiamiento iraní, fue con pruebas que son una porquería. Como lo del «suicida» Berro. No puedo decir que no haya sido Berro, no puedo decir que no sean los iraníes, pero las pruebas están armadas, atadas con alambre. Y dejaron los dedos pegados.

-Hubo otra hipótesis: que hayan sido iraníes sueltos, sin cobertura oficial de Hezbolá.

-La pista apuntó a que Irán financia grupos terroristas para no aparecer. Los informes alertaban sobre esto. Podría ser Hezbolá, o Hamas, o la Jihad Islámica. Es información que aportan los israelíes. La pretensión argentina fue siempre, si no se puede probar el financiamiento concreto, ahí aparecerían iraníes de aquí… Es factible. La embajada, diplomáticos, autoridades de gobierno: una situación de involucramiento concreto que parece ser construida.

-¿Qué se hizo bien y qué se hizo mal en estos 30 años?

-El trabajo de los primeros días muestra que se sabía respecto del atentado todo lo que se sabe hasta hoy. Los 12 días posteriores muestran que fue un coche bomba; hubo un inmolado; cómo ingresó; la mecánica del atentado. Hasta hoy es incontrovertible. Como no hay una sentencia judicial, creo en esa hipótesis. Aunque en esos días mientras hubo quien estuvo destinado a investigar, también quien estuvo destinado aportar una solución falsa.

-Como el caso del «técnico en televisión» de Caracas.

-Una semana antes del atentado se presenta en Venezuela; pide asilo, dice ser refugiado en el ACNUR en Turquía y pide ir a EE UU con la familia. Dijo ser reparador de televisores y que lo persiguen. Luego del atentado dijo que era un alto agente de la inteligencia iraní. Dio cinco nombres con detalles pero resultó que no estaban en Argentina. Se sabía que era falso, aun así se libraron órdenes de captura y se los tuvo como sospechosos durante 10 años. Hasta que apareció otro arrepentido que señaló a otros iraníes… Sucedió desde el primer día, mientras el equipo de rescate israelí no paraba de sacar cuerpos, hallaba el motor, los restos del inmolado y explicaba la mecánica. Mientras, había una presión enorme para acusar a Irán. El propio canciller (Guido Di Tella) señaló que los forzaban a acusar sin pruebas: «No lo vamos a hacer, vamos a estar atentos a lo que dice el juez»… Pero al juez le armaron una operación para que dijera que fueron los iraníes. Otro dato: en el avión del equipo de rescate, vino un alto diplomático, ex embajador durante la dictadura (Dov Schmorak) con la misión expresa de coordinar una versión unificada para la opinión pública: Irán, Hezbolá y la conexión local. Esa solución se puso el primer día. Es posible que sea verdad, sí, pero el trabajo que se hizo para sostenerla es delictivo, fraudulento: ahí está el encubrimiento del atentado.

-¿Qué factibilidad hay, entonces, de conocer la verdad?

-Que no se sepa la verdad fue una decisión política de máximo nivel, decisión de Estado que involucró a los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Pero se debe investigar. La Corte Interamericana, en un fallo de enero, habla de la obligación de hacer una investigación eficiente. No piden un juicio en ausencia, no están pidiendo un juicio. Sí una investigación. Es posible. Tenemos que seguir exigiendo. Me llama mucho la atención, por ejemplo, que hay dos atentados cometidos por las mismas personas -es la única hipótesis que sostiene el Estado argentino- pero las investigaciones se tramitan por lugares separados. No tiene ningún sentido. Se puede conocer la verdad, pero demanda una máxima voluntad política como la que hubo 30 años atrás para encubrir. Si no sucede, seguiremos en el cuento de que estamos haciendo algo sin hacer nada.

-El actual gobierno argentino plantea juicios en ausencia.

-No creo en eso. No nos están pidiendo que juzguemos a nadie. Nos piden que investiguemos al fin, después de 30 años. El juicio en ausencia parece ser más la ausencia de un juicio. Si a Telleldín y las brigadas policiales juzgadas en 2004 los hubieran juzgado en ausencia, los habrían condenado a todos y hoy serían los culpables. Precisamente un juicio es la posibilidad de decirle a una persona «éstas son las pruebas».

-¿El Memorándum sí podría haberlo posibilitado?

-Hay pedido de captura internacional de cuatro iraníes desde el ’94; luego hubo 19 en total; 11 quedaron sin efectos y uno está muerto (el ex presidente iraní). Ante la imposibilidad de juzgar en ausencia, el objetivo es poner a la persona ante el juez para concretar la imputación y avanzar. No se pudo. El Memorándum tenía que ver con la posibilidad de superar esta instancia de punto muerto. No pudimos indagar a ningún sospechoso que esté fuera del país. Y el país dónde viven no entrega a sus nacionales, pasa con muchos países. Debimos solucionarlo: el Memorándum era una posibilidad. Los iraníes pedían a cambio que se constituyera la Comisión de la Verdad. Se concedió para acordar. Pero se la consideró anticonstitucional y se dejó sin efecto. Desde ese 2013, seguimos como en el ’94, sin poder llevar nunca a un sospechoso ante el juez.

-La posibilidad de conocer la verdad, en una trama semejante y con el tiempo transcurrido, parece imposible.

-Pienso y siento lo mismo. Tengo esta dualidad: son 30 años y no es sólo el paso lineal del tiempo, pero muchos de esos años, al menos los primeros 10, pasaron para atrás. Hace que yo comparta, con las víctimas del atentado, la desesperanza sobre si algún día habrá justicia. Pero no significa que no vaya a seguir exigiéndola todo el tiempo. Lo que quieren es que bajemos los brazos. Ahora llegó el fallo de la Corte Interamericana: llevó 20 años desde el 2004,  en que el Estado argentino reconoció la responsabilidad. Dice que se deben remover todos los obstáculos para terminar con 30 años de impunidad total. Es lo que hay que seguir reclamando.

-¿Es posible hoy un nuevo atentado?

-La frase final del libro: «30 días para 30 años. Qué pasaría si sucediera hoy”. Es una pregunta abierta. Es posible, cómo no va a serlo: cuando sucedió AMIA, referían a que hacía dos años de la embajada. Hace 30 años que estamos en impunidad. ¿Si pasara, sería muy distinto lo que haría Argentina? ¿Tenemos jueces muy distintos? ¿Servicios muy distintos?

Foto: Pedro Pérez
Las amenazas del juez

-En esta investigación o en otro de tus trabajos en estos años, recibiste aprietes o amenazas?
-No. El único que me amenazó fue el juez (Claudio) Bonadio.
-¿En qué circunstancias?
-En el año 2002 saqué el primer informe de gestión de la Unidad Especial con severos cuestionamientos a su complicidad en el encubrimiento. El secretario de Justicia, al que yo respondía, me dijo que el ministro había sido llamado por Bonadio, quien le dijo: «A ese hijo de puta de Rúa lo voy a sacar esposado del ministerio». Lo conté bajo juramento en el juicio político en la audiencia del juicio político del juez (Juan José) Galeano. Por suerte no dijo «le voy a pegar un tiro por la espalda», como solía decir.

Nisman, Carlos Jr, los investigadores nazis

-¿Cómo evaluás la actuación del fiscal Nisman?
-Trabajó para darle caudal probatorio a la información de Inteligencia. Sin ningún límite. A veces con buenas artes, a veces con malas armas. Pero ese fue su fin. El ejemplo más claro es el del inmolado. La información de inteligencia sostiene hasta hoy que fue Hussein Berro, un libanés. Nisman fue informado por Inteligencia que había dos hermanos de Berro en EE UU, que fueron interrogados y aportaron fotos. Con eso construyó que estaba probado que fue Berro. Tras su muerte, los fiscales que lo remplazaron, con resto de ADN de una víctima que no es uno de las 85 muertos (lo que hace suponer que pueden ser el conductor suicida), se descartó que fuera hermano de los Berro. Otros restos se llevó el FBI y después negaron tener restos… La presentación voluntariosa de corroborar el informe de inteligencia fue deficiente. De hecho la Corte Interamericana condena al Estado argentino por mantener hasta hoy una investigación ineficiente.
-Carlos Menem siempre habló de los tres atentados. Incluye la muerte de su hijo.
-Es su modo de presentarse como víctima. Dio esas referencias como acusado. Pero no hay ninguna vinculación y nadie aportó pruebas de ninguna conexión entre los atentados y la muerte de su hijo. Ni con la explosión de Río III que parece ser un incidente doméstico, hecho por argentinos a los efectos de limpiar algún enjuague en sus propios negocios. También ahí hay encubrimiento, pero es una situación distinta al de los atentados.
-En la investigación intervinieron militares torturadores en dictadura.
-Una desgracia de nuestro país. Se sabe que la SIDE tenía sus propios centros de detención y tortura. Yo participé del juicio y conozco esa materia plenamente: en el marco del Plan Cóndor, Orletti y otros lugares funcionaron como centros de tortura, manejados por represores asesinos: muchos continuaron en funciones durante los gobiernos de Alfonsín y Menem, algunos en cargos muy altos. Es un hecho objetivo: los primeros que se pararon sobre la ruina de la AMIA pertenecían en ese grupo. Lo dijo uno de ellos: los mismos que ponían las esvásticas y marchas militares para torturar con mayor saña a los judíos, de pronto estuvieron a cargo de investigar el atentado a la AMIA.

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