La ciencia acaba de comprobar que el humo de los incendios en las islas del Delta del Paraná elevó el número de pacientes en Rosario y la región. Los barrios populares son los más expuestos.
A nivel nacional, los reclamos por la protección de humedales por su rol clave para el ambiente y las denuncias contra sus quemas para fines inmobiliarios y agropecuarios forman parte de la crisis ecológica. Para las poblaciones afectadas de forma directa, la presencia frecuente del humo ya es un problema tangible. Pero la ciencia acaba de comprobar su impacto nocivo sobre la salud. Concretamente, el humo de los incendios en las islas del Delta del Paraná elevó el número de pacientes infartados en Rosario y la región.
“Un paciente tiene más riesgo de tener un infarto un día que hay quemas y material particulado en el aire. Cuando supera los 20mg/ml, ese día el riesgo se duplica. Los días de quema aumenta un 50%”, detalla la médica Mariana Vaena, miembro del equipo de investigación de medicina interna del Hospital Italiano de Buenos Aires y del consejo de investigación de la Sociedad Argentina de Medicina (SAM).
Vaena es una de las profesionales que participó del estudio “Evaluación multicéntrica del impacto sobre la salud cardiovascular de las quemas de humedales del delta Paraná 2022”, que se publicó en la revista International Journal of Environmental Health Research. Un trabajo multidisciplinario del que participaron también la Dirección de Epidemiología de la Provincia de Santa Fe, el Hospital Centenario de Rosario, el Instituto Cardiovascular de Rosario, así como el Consejos de Salud Ambiental y Clínica Médica y el Comité de Epidemiología de la SAM.
Durante los últimos años, cada vez que el humo de las quemas de humedales invadió ciudades santafesinas y bonaerenses, los efectos sobre la salud se notaron al instante. Alergias, problemas en la piel, cuadros crónicos agravados. Pero la investigación científica permitió profundizar: ahora se sabe que durante los momentos más álgidos de las quemas de 2022 hubo más infartos.
“Se usó un método estadístico que analiza pacientes que sufrieron infartos: el día que lo tuvo vemos si había quemas y qué cantidad de material particulado (MP) había en Rosario, también una semana hacia atrás. Son casos y controles cruzados”, explica Vaena. “Todos los pacientes tenían riesgo cardiovascular previo –como hipertensión o diabetes-. Pero esto constituye un factor de riesgo no tradicional, como son las quemas”.
“Los objetivos del estudio fueron dos. El primero fue ver cómo los días de quema había más MP en el aire: estaba tres veces por encima de lo recomendado. Y el segundo es que eso tuvo incidencia en la cantidad de infartos que hubo en la ciudad”, resume el médico Gerardo Zapata, jefe de Coronaria y del Servicio de Cardiología del Instituto Cardiovascular de Rosario (ICR) y miembro de la Federación Argentina de Cardiología (FAC). “El material particulado que respiramos produce inflamación. Eso genera un estado en el que se lastiman interiormente las arterias y se obstruyen, lo que puede llevar a infartos o accidentes cerebro vasculares. También produce cambios genéticos, es decir, modifica las estructuras genéticas para las futuras generaciones”.
Con esa evidencia se apunta a que “los tomadores de decisiones la usen para impulsar estrategias que mitiguen lo que generan las quemas”. En tanto, para la comunidad médica, “tiene utilidad para estar alerta y tener una sensibilidad diferente cuando hay quemas”.
Para Vaena, “más allá del resultado tenemos que entender que no podemos vivir al margen del ambiente. Hace unos años no se estudiaba, en la facultad nadie me lo dijo, hoy está en boga y estamos dándonos cuenta que realmente afecta. Este trabajo analiza quemas e infartos, pero hay un mundo por descubrir de cosas que le haceos al ambiente y afectan la salud”.
Si los efectos de la crisis climática son cada vez más notorios a nivel general, lo son más aún en el caso particular de los barrios populares. Allí donde la falta de infraestructura se traduce en un impacto desigual. Un reciente informe de las organizaciones Techo y Jóvenes por el Clima refleja esa desigualdad climática y alerta sobre la necesidad de buscar soluciones que la contemplen.
A partir del análisis de los riesgos ambientales y las respuestas comunitarias que se generan en tres escenarios de realidades diversas –La Ciénaga (Salta), Río Luján (Buenos Aires) y Punta Taitalo (Corrientes)- el estudio es un llamado de atención sobre la necesidad de integrar soluciones habitacionales y climáticas.
“La crisis climática y las desigualdades socioeconómicas están fuertemente relacionadas, generando un ciclo de retroalimentación. En Argentina, 7 de cada 10 barrios populares están expuestos a al menos un factor de riesgo ambiental, como la cercanía a cuerpos de agua, microbasurales o el riesgo de inundaciones”, señala Lucía Groos, directora del Centro de Investigación e Innovación Social de TECHO – Argentina.
El concepto de ‘desigualdad climática’ se usa para describir cómo “el cambio climático afecta de manera desproporcionada a las comunidades más empobrecidas, limitando su capacidad de respuesta ante eventos climáticos adversos. Esta desventaja se traduce en mayor exposición, vulnerabilidad y menor resiliencia frente a estos fenómenos. En los barrios populares, una lluvia puede significar perderlo todo una y otra vez”. Atado a esto, el daño sobre la salud: “Un aspecto poco abordado es el estrés emocional que genera esta situación, especialmente en niños y niñas, quienes viven la incertidumbre y el miedo constante, sin posibilidades de responder adecuadamente a las emergencias. La desigualdad climática afecta todos los aspectos de la vida, desde la infraestructura hasta la salud mental”.
Uno de los ejes del informe de las organizaciones sociales está puesto en la capacidad de reacción de las comunidades y las respuestas locales a problemas globales. Pero no alcanza. “Ninguna solución puede ser sostenible a largo plazo sin la participación activa del Estado y el acompañamiento de las personas afectadas (…) El Estado Nacional desempeña un rol fundamental en la coordinación de políticas públicas y la provisión de servicios básicos, incluyendo el acceso a la vivienda. Su responsabilidad no solo recae en la prevención de riesgos, sino también en la respuesta y acción ante los eventos climáticos”. Una meta demasiado lejana con un gobierno que se ufana de desmantelar el Estado y cuestiona la propia existencia de la crisis climática.
La investigación que probó el vínculo entre quemas de humedales y aumento de infartos tuvo como punto de partida la inquietud entre profesionales de la salud de Santa Fe, más precisamente en Rosario y alrededores, que detectaban ‘a ojo’ un incremento de las consultas médicas durante los días con más presencia de humo.
El nexo con la Sociedad Argentina de Medicina (SAM), que viene trabajando sobre medicina ambiental, dio lugar a la conformación de un equipo multidisciplinario para encarar el relevamiento y lograr la evidencia. Pero no hubiera sido posible sin el acceso a información pública recabada mediante herramientas estatales.
“Nuestro estudio lo pudimos hacer porque había datos del Ministerio de Ambiente (hoy rebajado a subsecretaría) que se actualizaban día a día. Lo mismo con los sensores, que estaban disponibles y son fundamentales no solo para más investigación sino también para que los equipos de salud puedan prepararse”, remarca la médica Mariana Vaena.
El equipo que integra la profesional de la salud apunta ahora a analizar el vínculo de las quemas con otras patologías, como respiratorias y accidentes cerebro-vasculares. “Son las más estudiadas en el mundo (junto con infartos) y en Argentina hasta ahora no tenemos datos”.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) alertó ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) que la emergencia climática no es solo un desafío ambiental, sino “fundamentalmente una crisis de salud”. Entre las principales consecuencias relevadas por la OMS del impacto del cambio climático sobre la salud se encuentran el incremento en la transmisión de enfermedades como la malaria, el dengue y el cólera, la reducción del acceso al agua potable (que a su vez exacerba la propagación de vectores como los mosquitos) y la mayor inseguridad alimentaria, entre otras cosas por los daños sobre la agricultura. Los efectos de la crisis climática sobre la salud en Argentina fueron investigados por el grupo de expertos que sigue el tema para la revista científica The Lancet. Su trabajo se publicó en noviembre pasado y muestra, por caso, que la exposición a las olas de calor en el país aumentó en niños menores de 1 año en un 216%, y en adultos mayores de 65 años trepó un 242%.
“Vemos también un aumento en el potencial de transmisión de dengue, sobre todo en el centro y sur del país. De forma similar, la aptitud ambiental para la transmisión de malaria o paludismo está aumentando en las latitudes más bajas, con aumento del riesgo de que la enfermedad se desplace hacia el centro y sur del país”, dijo a Infobae la investigadora argentina Marina Romanello, directora ejecutiva de la iniciativa The Lancet Countdown.
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