Empezó a estudiar actuación casi por casualidad, descubrió su pasión y construyó una carrera siempre en ascenso. El placer de hacer reír y la cocina como refugio.
El teatro no es su espacio más transitado. Pero trabajó en obras como Carlos en el centro, Los quiero a todos y Bésame un poco. “En algún momento me gustaría hacer más teatro y también dirigir una película. Escucho ofertas”, remata Sabbagh con picardía.
-¿El arte de la actuación es invitar al otro a pensar la realidad?
-Últimamente no me estuvieron tocando muchos papeles como para pensar demasiado la realidad. Vengo de mucha comedia, pero bueno, sí, te puede ayudar a repensar cosas. Yo busco historias divertidas y me apasionan los personajes simples que te permiten identificarte o te hacen acordar a alguien.
-¿La comedia es tu lenguaje?
-Me gusta hacer reír a la gente. Pero hago de todo, lo que toque. Es verdad que me llaman más para hacer roles en comedia y los disfruto, trato de que a la gente le guste y quede un lindo recuerdo. Me gusta que la gente recuerde mis personajes con una sonrisa, siempre es algo bueno.
-¿Cine, tele o teatro?
-Son lo mismo, para mí. Se trabaja diferente, pero a la hora de elegir un laburo, no armo dicotomías de esto o lo otro. Todo se disfruta, aunque sea de distinta manera.
-¿Por qué sos actor?
-A los 17 años me mandé a una clase por curiosidad. Nadie en mi familia había tenido jamás una experiencia en el rubro. Y me gustó, me sentí cómodo. Quería entender cómo era eso que veía en las películas. De a poco se fue abriendo el panorama y acá estamos.
-¿Qué te gustaba ver?
-Soy de la época del videoclub. Pulp fiction, Pecados capitales, La Máscara, Sueños de libertad, El fugitivo, Quisiera ser grande, Volver al futuro, ese tipo de películas. Hacía maratones con las de Scorsese, David Fincher, Pedro Almodóvar y especialmente con Woody Allen, que es uno de mis directores favoritos.
-¿Tu papá de qué trabajaba?
-Fue textil, pero después vendía iluminación, negocio con el que continúo. Me encantaba acompañarlo al trabajo. O quizás lo esperaba en un bar tomando una Coca, me gustaba mucho mirar a la gente, esa aura porteña… Soy muy de ciudad.
-¿Cuál era tu trabajo soñado de chico?
-No soy nada original: quería ser futbolista. Me encantaba jugar al fútbol. Soy de Boca y si me preguntaban qué quería en la vida, era hacer un gol en la Bombonera. Pero no pasó más de ser un sueño infanto-juvenil. Me fui para otro lado solito.
-¿Cuál es tu pasión actual por fuera de tu trabajo?
-Me gusta la cocina, es un lugar en el que me concentro mucho, es un momento especial y me permite pensar personajes, ideas. Cocino mucho. Si no fuese actor, creo que mi laburo hubiese estado en la gastronomía. En la soledad de la cocina, me relajo como en ningún otro lado.
-¿Una buena idea siempre funciona?
-Depende de muchos factores. A veces camina y otras no cierra y vas mutando: lo que iba a ser una película termina siendo una serie. O nada. Que algo funcione depende de un combo que es difícil de prever.
-¿Cómo piloteás la incertidumbre de los problemas en la economía?
-Sé que soy privilegiado por tener trabajo. Yo solo te puedo hablar desde mi lugar: cuando me toca tener baches largos, como pasa a veces en mi profesión, siempre afronto ese tiempo en forma positiva, así me enseñaron y así soy. Es una carrera sinuosa y la paciencia es la pieza clave. Nunca tenés la vaca atada y menos ahora que hay menos laburo.
-¿De qué otra cosa laburaste?
-De todo. Vendí telas, zapatos, anteojos: siempre encontré la forma de diversificarme y encontrarle la vuelta. Tengo un local de iluminación en el Once y eso me permite también mantener otra tranquilidad, pero siempre busco hacer lo mejor para lo que me gusta.
-¿Qué música disfrutás?
-De todo, pero más el rock. Los Guns N’ Roses, Nirvana, Pink Floyd, los Rolling Stones. Siempre clásico. De adolescente iba mucho a ver a Babasónicos, Los Brujos y esos grupos. Todavía los escucho, me gustan. Ahora estoy en una etapa más de viejo, me pongo jazz, algo tranqui.
-¿Qué pensás del trap?
-No lo entiendo. Me parece inescuchable. Pero siento que es lo que le pasó a mi viejo con el tango y el rock. Y ahora me pasa a mí. No entiendo un pomo. Pero bueno, no digo que sea malo, sino que yo ya soy un viejo choto (risas). «
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