Al arte del ocio

Por: Víctor Hugo Morales

Mientras puedo, construyo mi vida dándome vacaciones cada día. Horas de ocio real que me permito: ocio de teatro, cine, música, de lectura o de no pensar en nada, que incesantemente me doy, estando bien espiritualmente.

El verano significa tiempo libre para la mayoría de la gente. Es cuando se dan las licencias y las personas buscan desquitarse de la tarea incesante del resto del año, siempre y cuando no se tenga tregua, no se tenga tiempo para sí mismo, para sus satisfacciones, para que esas cosas que le dan felicidad.

Para mí el tiempo del ocio es el más lindo. Soy muy amante del ocio. Se me podría plantear: ¿siendo amante del ocio, no me interesan las vacaciones? No lo concibo como contradictorio. Mientras puedo, construyo mi vida dándome vacaciones cada día. Horas de ocio real que me permito: ocio de teatro, cine, música, de lectura o de no pensar en nada, que incesantemente me doy, estando bien espiritualmente. Cuando uno está mortificado por algo, ninguna de estas actividades se pueden llevar a cabo. Pero mientras haya viento a favor, aconsejo con fruición: dedicarse al ocio.

Uno de los primeros libros que leí, de los más influyentes en mi vida, fue El arte del ocio, de Herman Hesse. Lo leí cuando tenía 15 años. Digo con precisión porque sé que una parte, lo leí en el patiecito de la casa de mis abuelos. Ese libro inolvidable, de hojas amarillentas, ya era viejo y me impactó enormemente el valor que Hesse, nada menos, le daba a la contemplación, a la búsqueda del saber, a la curiosidad por los elementos culturales como un mecanismo de publicidad. En ese momento aprendí el valor de la contemplación. Trato de recorrer ese camino, contemplarlo, al mismo tiempo que el pensamiento se vuelve creativo. Justamente no exigiéndote con los temas coyunturales de la vida, fluyen ideas que llevan al recuerdo de un libro, una película, una conversación, una situación social agradable. Ese estado siempre es disparador para alguna idea. Las mejores cosas que se me han ocurrido tienen que ver con el tiempo del ocio. Nunca en el frenesí de la tarea.

Por empezar, construyo mi vida con un laburo que me gusta. Es un golpe de fortuna muy importante para cualquiera. Me predispone muy bien la relación que siempre tuve con ese mundo de libros, teatro y cine. Mi profesión de periodista se inclina muchísimo a esa forma de disfrutar. Por eso, punto uno: tengo una base que es hacer lo que me gusta. Y punto dos: mi vocación. Por lo tanto, las horas de trabajo no me son pesarosas.

Y siempre, además, reservo horas para el ocio. Habitualmente a las 19:30/20 (cuando hacía TV a las 20:30) bajo la persiana a toda actividad lucrativa, laboral y hasta social, si no es con amigos, es decir, lo que me da placer. Entonces, hasta las 12, o la 1 de la madrugada, soy muy dueño de mi tiempo. El poder construir todos los días de mi vida de teatro, cine o música, son mis vacaciones. Así no llego al final del año con ganas de ver música, cine, teatro o la lectura que no tuve tiempo en toda esa temporada. No llego con el caballo cansado, como suele ocurrir. Llegó con una vida normal que necesita de lo mismo. Tanto es así, que también necesita del trabajo.

El trabajo es un eje magnífico de la vida cuando tenés la suerte de que eso te guste. No concibo, quizás porque no las necesito, de vacaciones de 24 horas tirado en la arena o de perderme de vista el mundo en el que habito, durante mucho tiempo. Enhorabuena, ya que depende de la salud y de que aspectos importantes de la vida estén en orden.

Este verano tampoco hice vacaciones convencionales, como dice la gente. Salvo diez días, el resto lo hice trabajando. Tomé vacaciones sin hacer el programa, tras una charla con Víctor Santamaría, que maneja los medios del Grupo Octubre. Vio que no paro nunca. “Tomate unos días”, me insistió. “No lo preciso”, le retrucaba. A final de esa conversación, decidimos “darles un descanso a los oyentes”. Como si dijera: “Dale un descanso a los lectores, no hagas este artículo todos los días”.

Fueron diez días en los que realmente no hice nada. Aunque seguí trabajando, seguí informándome. Informarme es parte de mi trabajo. Seguí sabiendo todo lo que sucedía de Argentina y en el mundo, aunque andaba por Europa porque allí viven dos de mis hijos. Por ejercicio, por vocación, por gusto, por necesidad. Y me pasaba que, cada vez que entraba en contacto con temas que me importan, no tenía el micrófono o no tenía la posibilidad de escribir sobre eso. Con lo cual, era un poco mortificante. En vez de ser aliviador, no hacer nada, era una traba para el desenvolvimiento de mi vida tal como yo la entiendo.

Este concepto debe entenderse: pretendo ser respetuoso con quienes no pueden manejar su vida de tal manera, y al mismo tiempo de relacionarme en el discurso de gente que muchas veces corre demasiado detrás de lo material, detrás del laburo, se da una vida demasiado exigente en el día a día, y termina cada día como si le hubieran dado una paliza.

Si se puede, propongo elegir un tipo de calidad de vida. Mucha gente no puede, tienen una coyuntura diferente y no quiero ser irrespetuoso con ellos. Son millones de personas que no tienen la fortuna de decidir tiempo de ocio y de trabajo, de elegir el que les gusta, de estar en condiciones de irse de ese trabajo si no les gusta. Es decir, de manejar su vida.

Por supuesto me pueden decir: «Para vos es muy fácil porque tenés una situación económica solventada por ahora”. La verdad es que manejé mi vida de ese modo siempre. Incluso cuando tampoco tenía ecuaciones que cerraran plenamente. Más de una etapa de mi vida estuvo hecha de trabajar durante las vacaciones para juntar un poco más de dinero. Por ejemplo, para poder pagarme el primer viaje que hice a Europa. Fue hace más de 50 años. Trabajé creo hasta 18 horas diarias no continuadas. Recuerdo que trabajé en cinco radios, haciendo informativo, relatando fútbol, escribiendo… Una locura. Pero de esa manera, pude juntar la plata. Era muy muchacho, por entonces, y aunque ganaba poco en todos los trabajos, en definitiva, de esa manera pude pagarme el primer viaje.

Pero en el resto de los años, en general, pude manejar las cosas con este concepto, en el que el verano o el invierno, ingresan de modo muy parecida. Es decir, para la gente, el verano es sinónimo de descanso. Las vacaciones ser dan e enero, en febrero, en diciembre. Al menos en el mundo mío de las radios.  Entonces, el verano se convierte en el gran objetivo, porque vas a tener semanas limpias totalmente para vos, para hacer lo que quieras. Y a mí me da la impresión de que, en los comportamientos que veo, así las vacaciones se convierten en tiempo para matar. Y que ese combate con el tiempo que se parece un poco al combate del jubilado que se queda totalmente inactivo, es una cosa que crea muchas dificultades, mentalmente. Que de repente puede haber cansancio de no hacer nada, de cierto aburrimiento que puede provocar tal cambio radical de la vida, como el que significa pasar a esa rutina, viniendo de estar 12, 14 horas entre viaje, horas de trabajo y consecuencia del trabajo, de estar dedicado a una actividad y al llegar a tu casa, lo único que querés es comer y mirar 20 minutos de televisión para agarrar sueño y acostarte.

Por todo eso, mientras pueda, seguiré construyendo mi vida dándome vacaciones cada día.  «

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