Con un registro íntimo que sorprende, Matías Méndez y Rodrigo Estévez Andrade reconstruyen la campaña de Raúl Alfonsín desde su lanzamiento hasta la noche de la victoria.
La campaña de 1983, con resultado incierto hasta el final, trajo herramientas novedosas para la época, como las encuestas, incorporó el merchandising y la publicidad a cargo de profesionales.
En Ahora Alfonsín (Planeta, 2023), Matías Méndez y Rodrigo Estévez Andrade reconstruyen en detalle el período que va desde el lanzamiento de la fórmula Alfonsín-Víctor Martínez hasta la noche de su triunfo.
«La condición humana del candidato hacía que la caravana o el encuentro con los vecinos de la zona se transformara en una especie de misa laica. Eso lo vivieron muy pocos políticos en la historia y Alfonsín fue uno de ellos», le dijo Estévez Andrade a Tiempo Argentino.
En una época donde Javier Milei parece empecinado en despreciar la política y alienta la destrucción del adversario, Ahora Alfonsín rescata los consensos sociales básicos que impulsó el líder radical. Una cuestión que parece contracultural en la actualidad.
-Desde las medias, los cuadernos naranjas, la comida ¿Cómo lograron una reconstrucción tan detallada de la campaña?
-A fuerza de entrevistas, largos meses de investigación en archivos públicos, generosas aperturas de viejas cajas familiares, recuerdos personales, todo sirve para reconstruir un clima de época. Faltaba un libro que contara como nació esta democracia que vivimos hace cuarenta años y qué hizo el hombre que fue su principal protagonista.
-Cuentan que Alfonsín tardó en reconocer la victoria, que esperaba un llamado que nunca llegó, ¿por qué tanta precaución?, ¿los militares jugaban para Ítalo Luder?
-Temo que no fuera solo precaución, era la historia que se venía encima. El peronismo nunca había perdido una elección presidencial. Alfonsín lo preanunció en grandes tramos de su campaña y siempre reclamó que deberían saber perder. Aguardó la señal, pero el candidato justicialista se retiró del comando de campaña en el Bajo porteño sin formular declaraciones a la prensa. Tampoco nadie se acercó o llamó al Comité Nacional en su nombre. Recién en horas del mediodía, Ítalo Luder fue a estrechar la diestra del presidente electo.
Si bien no era lineal, claramente un sector del Ejército apostó al triunfo del peronismo. La prédica de Alfonsín en torno a la derogación de la autoamnistía y el ordenamiento de los juicios por delitos de lesa humanidad no caían bien en la familia militar.
-¿Cuál era la grieta de la sociedad argentina en ese momento?
-Democracia o dictadura de base. Y luego, aquella más profunda y propia a la condición humana que tenía que ver con la vida y la paz. Una elección en la que la masividad del voto al candidato que prometió democracia sin condicionantes marcó el final de la dictadura sin atenuantes.
-¿El radicalismo tenía una infraestructura preparada para el triunfo? Pregunto por esa cuestión del candidato viajando el mismo día de la elección por la ruta, por la autopista, la organización en su residencia. Da la impresión de algo armado de manera casi artesanal, inimaginable hoy en día.
-El radicalismo era un partido nacional con candidatos en todos los distritos. El candidato era un hombre que se había iniciado en la política casi cuarenta años antes, tenía su entorno, sus amigos, y su intimidad familiar. Probablemente, con los ojos del presente, y con la evidente tercerización de la política, todo eso parezca artesanal o amateur. Se trasladó de Chascomús al conurbano para estar cerca de la ciudad y aguardar los resultados. Íntimamente, estaba muy confiado en el triunfo. Estamos ante la primera campaña profesional de la historia política argentina, con merchandising, publicidad, marketing y sondeos, como nunca antes se había visto.
-Más allá de las cuestiones tecnológicas, ¿qué diferencias encontraron con las campañas actuales?
-En el caso de Alfonsín, el involucramiento del candidato, el diálogo con los obispos en cada ciudad, el contacto físico, la visita a los medios locales, los extensos discursos, el compromiso de estar presente en cada punto del país, la posibilidad de realizar hasta tres actos populares en un mismo día. Perdió peso la prensa gráfica y la fotografía perdió profesionalismo. Son varios elementos los que distinguen aquellas campañas de las actuales. Eran mucho más extenuantes y los entornos mucho más reducidos. Por otra parte, la condición humana del candidato hacía que la caravana o el encuentro con los vecinos de la zona se transformara en una especie de misa laica. Eso lo vivieron muy pocos políticos en la historia y Alfonsín fue uno de ellos.
-Es muy interesante cómo narran el paso del Alfonsín ciudadano de a pie al Alfonsín presidente. ¿Qué transformaciones se dieron en esa jornada que comienza en Chascomús, sigue en Boulogne y termina en el Comité Nacional?
-Vota en su ciudad, entre los suyos y con los suyos. Sin embargo, esa calma pueblerina que lo cobijó, desde el sábado, terminó -a media mañana- cuando emprendió el viaje a Boulogne para esperar los resultados, Allí está rodeado de sus amigos de la vida que son los de la política, y que integrarán su futuro gabinete. Ahí estaban Alfredo Concepción, Bernardo Grinspun, Germán López y Aldo Neri, entre otros. Ninguno era candidato a cargo electivo alguno.
-¿Era más fácil acceder a la intimidad de los políticos en esa época? Da la impresión de que Alfonsín casi que convivía con los periodistas.
-Alfonsín era un político con amplia experiencia parlamentaria y ya había tenido una elección interna presidencial sobre su espalda en 1972. Si bien fue derrotado, tenía una enorme gimnasia como candidato y sabía del peso específico que representaba el buen contacto con la prensa. Segundo, tenía una condición humana innata, era carismático, afable, de diálogo franco y de permanente escucha. Finalmente, ese trato cercano era abismal de la actitud gélida de Luder. Eso también lo ayudó a construir su triunfo.
-Había una cuestión con los médicos en los actos, en varias ocasiones Alfonsín pidió que atendieran a gente del público, ¿era parte del folklore?
-Hay una gran condición en eso que se repite acto a acto en la campaña. Los actos eran multitudinarios y la gente se desmayaba a menudo. No existía la cultura de la hidratación característica de estos últimos tiempos, mucho menos la costumbre de trasladar botellitas o pequeños termos personales. Cuando se producía algún incidente, la concurrencia apelaba al orador. Y Alfonsín, con mucha sensibilidad, solicitaba que alguien se acercara hasta la zona. En los últimos dos meses, los puestos sanitarios se fueron engrosando.
Había además allí una gran condición humana del candidato que estaba signada por la idea de poner en valor al individuo, identificarlo, empatizar con él, en medio de toda esa masa, en medio de esa multitud. Algo de esto planteaba, hace ya algunos años, el fallecido Jorge Schusseim, y creo que es un hallazgo que habla de la sensibilidad de Alfonsín.
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