“Aguanten las Madres”: el festejo de gol que volvió a llenar de agua las calles de Tucumán

Por: Kurt Lutman *

Más allá de la licencia literaria -el rival que sufrió el gol fue Godoy Cruz, no San Martín-, Mauro Amato dejó su huella en la Tucumán de Bussi: durante su paso por Atlético, el delantero mostró una camiseta con los pañuelos blancos.

Secuencia 1. Tucumán, 8 de agosto de 1977.

El gobernador de facto Antonio Domingo Bussi instruye a sus camaradas sobre el Operativo Independencia y detalla la teoría del agua y el pez. Les cuenta que el pez (militantes políticos) podía vivir porque tenía agua (la simpatía e interacción del pueblo tucumano). Detalla que en febrero de 1975 (cuando él comandó la represión) el plan consistió en sacarle el agua al pez y remata la metáfora: “Para así ahogarlo, asfixiarlo”. Las Fuerzas Armadas torturaron a los pueblerinos que no participaban de las organizaciones políticas. Este desmadre se ejecutó de forma grotesca para que el resto del pueblo lo sepa. Golpear para que el agua repliegue aterrorizada y así el pez quede expuesto en soledad y sin oxígeno.

Secuencia 2. Mauro Javier Amato.

Nació en 1973 en La Plata. Había jugado en Estudiantes. El destino lo llevó por varios equipos. Pero antes de emigrar de La Plata se enamoró de su compañera, Cecilia, quien tenía una hija de 5 años llamada Irina. A ella la conoció sacando fotos en la cancha del Pincha y quedó pasmado al ver que, con Independiente, le echara un certero gallo a un hincha, cansada de que le grite puta alambrado de por medio.

Mauro era especial. Dentro de la cancha refinó la habilidad del ilusionista. El ilusionista se encarga de, primero, tener la pelota, mostrarla y soportar las patadas, distraer a los contrarios, amontonarlos generando espacio y tiempo, y ahora sí habilitar a otro compañero para que termine la obra en gol.

Se cortaba el pelo como Mick Jagger y le encantaba el rock. Tenía una guitarra de la que pocas veces sacaba sonidos agradables y cantaba a los gritos como un chancho, pero ahí se transformaba en rocker y perdía la vergüenza, y entraba en trance y saltaba con la guitarra en la mano, al estilo del Teté de la Renga.

Secuencia 3. Huracán de Corrientes 1998.

Nos encontramos en tierras correntinas. Ahí conocí a los tres. La Ceci nos cocinaba rico a medio plantel y nos sacaba fotos. Irina crecía rodeada de fútbol e instrumentos musicales y nos decía tíos. Mauro nos dejaba mano a mano con el arquero para que la empujemos a la red. Luego del gol, llegaba a los abrazos, te tocaba la cabeza y se iba sin dejar rastro. Llegué a pensar que no hacía goles por vergüenza a que lo miren. Después entendí que la labor de estos humanos en la tierra es hacer brillar a otros. Para que Mauro convirtiera un gol tenía que estar embroncado.

Nos elegimos como amigos y esa amistad se reafirmó luego de un conflicto con el club, que se rehusaba pagarles el sueldo a todos los jugadores del plantel y solo optaba por algunos. El desenlace fue que me terminaron echando. Mauro se me apareció en el departamento mientras armaba el bolso y me dijo: “Si te echan, yo también arranco”. Y ese “yo también arranco” era un Yo más grande, que incluía a la Ceci e Irina. Quise convencerlo hablando de la familia y lo difícil de conseguir otro club, pero ni me escuchó.

Secuencia 4. Tucumán 1999.

Autor de torturas, violaciones, asesinatos y desaparición de personas. Complicidad directa en apropiaciones de bebés durante la dictadura militar. Antonio Domingo Bussi, dos décadas después, llega al cuarto año de un período de gobierno iniciado en 1995 y que concluye en diciembre. Con la esperanza de dar paso en las elecciones venideras a su hijo, Ricardo Bussi, los operadores políticos del genocida cuidan su imagen como si fuera un cristal.

Ya es junio y suena el teléfono en mi casa de Rosario. Mauro me saluda. Cuenta que está jugando en Atlético Tucumán. Que el 24 de marzo fue a la Marcha y no había mucha gente. Que había conocido a las Madres y sus pañuelos en la cabeza y que con Cecilia quedaron impactados. Que la sociedad tucumana era “rara” y no entendía como habían votado a “este hijoderemilputa”. Se había puesto serio y para distender le pregunté si seguía tocando la guitarra. Me contestó que había nacido para tocarla, le devolví un chiste y rió a carcajadas. Cuando le pregunté si había hecho goles, dijo “Algunos”.

Y ese “algunos” era dicho sin importancia. Con la calma del que cree que convertir goles no es más valioso que vender almohadones. Lo imaginé como un mago. Con la capacidad de encontrarse con el gol cuando quisiera. Como en Huracán Corrientes cada vez que se enojaba. Me quedó la sensación de que manejaba el desenlace de esa jugada a su antojo.

Secuencia 5. El arte de la atención.

Tres meses más tarde es 19 de septiembre de 1999 y llega el clásico de la ciudad. San Martín de Tucumán, el local, y Atlético, se baten a duelo. San Martín se pone 2 a 0 arriba y Atlético achica diferencias de la mano de Mauro. El 2 a 1 abajo hace que ni lo festeje y se apure por llevar la pelota al centro de la cancha.

En el minuto 70, el número 5 de Atlético decreta el 2-2. La atención trepa a su punto más alto y restan 7 minutos para el final. El ilusionista, entonces, pide la esfera cerca del borde del área. Los sentidos se alinean detrás del tacto. Detiene el tiempo. Se queda quieto. Actúa ir hacia un lado pero sale hacia el opuesto y mete un derechazo contra un palo. Así de simple, así de complejo. Estalla medio estadio: 3-2 definitivo. Mauro corre, se levanta la de Atlético y la descansa en su nuca. Y como si corriese un telón, muestra la de abajo. Una remera negra con 4 pañuelos blancos y la inscripción AGUANTEN LAS MADRES. Abre los brazos. Mira al cielo y ve un mar gris oscuro a punto de desprenderse y caer sobre todos.

Secuencia final. Antiguas perversas compuertas estallan.

Dicen que Antonio Domingo Bussi, mientras lo veía por TV, sintió un dolor en el pecho. Dolor parecido al de meses más tarde, cuando dejó la gobernación y su hijo Ricardo perdió las elecciones para ocupar el mismo cargo. Afirman que en la redacción del cómplice diario La Gaceta, esa misma noche, sonó el teléfono para frenar que la foto del festejo salga en tapa. Dicen también que los laburantes de prensa subieron la foto igual, entre discusiones y golpes de puño.

Mauro, la Ceci e Irina recibieron amenazas de “la muerte”. Poco a poco, esas amenazas quedaron relegadas a la cobardía de la madrugada ya que el día se fue llenando de veredas con abrazos y sonrisas. Ese festejo se grabó en la retina durante mucho tiempo. Lo cierto es que Mauro tuvo que irse. Y al irse dejó una certeza. Desde aquel festejo, se volvieron a llenar de agua las calles de Tucumán.

*Ex jugador de Newell’s, Godoy Cruz y Huracán Corrientes.

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