"Faltas. Cartas a todas las personas de mi pueblo que no me violaron" es el potente libro de la artista y activista trans fallecida en febrero pasado. Memoriosa narrativa queer para dejar atrás el dolor y seguir luchando.
Gentili fue una artista y activista trans que migró a Estados Unidos antes del crac de 2001. Arriba del Río Bravo se convirtió en abanderada de los humildes en Miami y Nueva York. Estuvo al frente de las luchas de la comunidad trans, de las trabajadoras sexuales y de los indocumentados. En esa isla de la perdición llamada Manhattan fundó una ONG especializada en el cuidado de pacientes de VIH. También fue actriz, estrella distante del off de Broadway. Brilló en la alucinante serie Pose. Su luz se apagó en febrero pasado a los 52 años.
Faltas se suma al ejemplar catálogo de Caja Negra Editora, en su colección Efectos colaterales. La obra abraza siete textos. Cartas a la hija de su violador, a la amante de su padre, a su mejor amigo, a su fascinante abuela, a su madre. Personas que voluntaria o involuntariamente fueron cómplices con sus silencios de la violencia que sufrió durante su infancia y adolescencia. “Algunas de las páginas más conmovedoras de Faltas tratan de personas que no valoran su propia vida y por eso son incapaces de defenderse las unas a las otras. Entre todas las cosas que podríamos decir que es, Faltas también se lee como un brillante análisis de las condiciones que operan contra la solidaridad”, explica la escritora McKenzie Wark en el epílogo de la obra. De alguna manera, vida y obra de Gentili dan cuenta de la batalla cotidiana por los derechos, el deseo y la igualdad.
Narrativa queer de filosa pluma travesti. Cero melodrama y moralina. Las cartas de Gentili guardan dosis desparejas de venganza, redención y perdón. Franqueza, para intentar dejar atrás el dolor y las miserias. En la hermosa carta que le escribe a su abuela, Cecilia lo deja clarito: “Todo ese dolor me hizo fuerte, por supuesto, pero ¿quién quiere ser fuerte? Yo quería ser feliz. Y vos también querías que yo fuera feliz. Qué extraordinario es querer que otra persona sea feliz. Esto es lo que siento cuando consigo que una de estas chicas empiece con las hormonas. ¿Quién es más feliz que una transexual arrancando con el tratamiento de hormonas? Todas me llaman Mamá, pero quizás debería pedirles que me llamen Abuela”.
Siempre me sentí una marginal. Sufría una sensación extrema de no pertenecer a ningún grupo ni a ningún lugar. Recuerdo pensar que cuando empezara el colegio finalmente encontraría mi tribu. Pero en la escuela los otros niños fueron muy claros desde el principio: Sos raro, no tenés talento para nada, no podés juntarte con nosotros. Los únicos juegos en los que quizás podría desempeñarme pasablemente eran los juegos de niñas, y por alguna razón misteriosa las niñas no me permitían jugar con ellas, así que por lo general estaba sola, jugando conmigo misma.
No quiero hacerlo parecer como algo terrible. Me encantaba ir a la escuela. Incluso estaba contenta con el hecho de que mi familia no tuviera el dinero (y la tuya tampoco, Rosanna) para la escuela privada «El Calvario».
(Fragmento de la carta a su amiga Rosanna)
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