El grupo neoyorkino selló para siempre el vínculo único que construyó con el público local mediante una presentación masiva que potenció su leyenda. Poco después la emblemática banda punk se separaría definitivamente.
El último álbum de estudio de la banda más importante de la historia del punk (perdón The Clash, perdón Sex Pistols, perdón Misfits) se había lanzado el año anterior y se tituló ¡Adiós Amigos! Paradójicamente, abría con “I Don’t Want to Grow Up”: una despedida resistida, una madurez infantil, una corta adolescencia estirada, una herida cicatrizada pero todavía doliente. Una declaración de principios que no renegaba de los orígenes, incluso cuando se trataba del final, porque nunca dejaron de ser esos que no querían ser enterrados en un cementerio de animales y vivir nuevamente. Con este disco en las bateas y una carrera de más de dos décadas en la que nunca lograron una masividad a la altura de la leyenda que representaron, los Ramones fueron generosos con su paraíso prometido, con aquel lugar del mundo que les refrendaba año a años que nadie es profeta en su propia tierra pero sí puede serlo más allá del horizonte esperado: Argentina.
Así, el cantante Joey Ramone, el guitarrista Johnny Ramone, el bajista C.J. Ramone y el baterista Marky Ramone tomaron la decisión de despedirse en nuestro país, que los amó como nadie y marcó el camino del reconocimiento que poseen en todo el globo en la actualidad. Si bien posteriormente brindaron algunos shows menores por compromisos contractuales, la banda oriunda del distrito de Queens (Nueva York) se subió al escenario de River hace 25 años para despedirse ante una multitud inigualable. Si bien pocos años antes se habían presentado en Vélez junto a Motörhead, la grilla de la fecha en cuestión resultaba sencillamente imbatible: fueron teloneados por los locales Superuva, 2 Minutos y Attaque 77, y por los alemanes Die Toten Hosen y su coterráneo Iggy Pop en la jornada punk más relevante de la historia argentina.
Si de hitos memorables se trata, de los 2.263 conciertos que brindaron en su carrera, éste sin duda constituyó uno de los máximos referentes: en una hora, que abrieron con el audio de “L’estasi Dell’oro” de Ennio Morricone y cerraron versionando “Have You Ever Seen the Rain” de Creedence Clearwater Revival, los Ramones brindaron un espectáculo acorde a su leyenda. Austeridad en la puesta en escena, un “Don’t cry for me Argentina” dicho al pasar por el vocalista que tras su temprana muerte se resignificó para siempre y la presencia de un camuflado Eddie Vedder como camarógrafo de incógnito fueron las marcas registradas de una noche inolvidable.
El concierto fue una fiesta popular que se sobrepuso a la ignorancia supina del marketing más básico: Coca-Cola, auspiciante del evento, había anunciado que regalaría entradas a cambio de tapitas la su gaseosa como una forma de promocionar la marca. Desestimando la genuina pasión que sentían los fans, casi todos trabajadores o expulsados del sistema para quienes adquirir una entrada era una tarea titánica, organizaron (aunque esta palabra les queda grande) un pésimo sistema de canje que derivó en un caos absoluto en plena intersección de Florida y Lavalle que terminó en destrozos de locales, enfrentamientos con la policía y heridos.
Este hecho puntual se trató de una metonimia del sentimiento tan comprometido como irracional de miles de jóvenes que encontraron en los Ramones un grupo que los acompañó cuando nadie más lo hacía, que les enseñó que a las debilidades había que enfrentarlas con coraje, que les demostró que a pesar de los conflictos -incluso internos- los proyectos colectivos siempre son superadores y que les regaló una batería de canciones tan sencillas como perfectas. Y que también, creyendo en los milagros pero con fuerzas para soportar, los miraron a los ojos y desde lo más profundo de sus poison hearts les dijeron: “¡Adios Amigos!”.
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