En esta edición de Seix Barral, dos obras emblemáticas de su producción como dramaturgo, ”Israfel” y “El otro Judas”, son revisitadas por la escritora Sylvia Iparraguirre, quien fuera su esposa, y pasadas del “tú” español al “voseo” argentino.
Sylvia Iparraguirre decidió poner en práctica lo que quizá había sido un deseo postergado de Abelardo a lo largo de los años acerca de nuestro lenguaje, el lenguaje de los argentinos, su uso y sus formas, y me sentí autorizada a llevar a cabo algo que él no alcanzó a hacer: esa versión de la que habla, una traslación o traducción, tal vez pueda decirse, de los textos del tú al vos. No solo en Israfel, sino también en El Otro Judas, dos de las piezas más visitadas de su obra teatral.”
Y destaca: “Se trata de ideología del lenguaje: somos el voseo, es nuestra marca de identidad, para hablar y para escribir. Algo con lo que él estaba y estaría ahora en completo acuerdo.”
Este cambio que podría ser tomado como una modificación mínima, tiene sin embargo, resonancias políticas en el sentido más amplio y noble de la palabra: el de demostrar que aquella lengua que nos fue impuesta por los “conquistadores” ha sido modificada, intervenida, desbaratada y, finalmente, apropiada luego de haberle conferido un rasgo de identidad propio.
Además, por supuesto, tal como lo aclara Iparraguirre en el prólogo, desde el punto de vista estrictamente lingüístico, no se trató de un “simple reemplazo de pronombres”, sino también “una adaptación de los tiempos verbales y de algunas palabras o giros a fin de que acompañaran mejor `nuestras bárbaras y entrañables` formas verbales`.
Abelardo Castillo tenía apenas 24 años cuando escribió Israfel y con ella ganaría en París el Premio Internacional de Autores Dramáticos Latinoamericanos. Corrián los años 60 y según lo señala Mauricio Kartún en la contratapa, “mientras en homogéneo costumbrismo una generación de dramaturgos se preocupa por la alienación de la clase media, un veinteañero no alineado ensueña a Edgar Allan Poe tambaleante de taberna en taberna, y pone parlamento a sus visiones. Se desmarca.”
Israfel fue estrenada en 1966 en el ya desaparecido Teatro Argentino, ubicado en la calle Bartolomé Mitre de la la ciudad Buenos Aires. En esa oportunidad fue dirigida nada menos que por Inda Ledesma. El papel de Edgar Allan Poe estuvo a cargo de Alfredo Alcón. Una puesta memorable de la que participo también Milagros de la Vega y Alfredo Iglesias.
En 2001 hubo otra versión dirigida por Raúl Brambilla con la actuación de Rubén Stella en uno de los teatros nacionales más hermosos y emblemáticos de la ciudad: el Cervantes.
La versión más reciente tuvo lugar en el Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini” en 2022 y contó con la dirección de Daniel Marcove y la actuación, entre otros, de Aldo Pastur, Juan Manuel Correa y Cristina Allende. Marcove la definió como como una “alegoría del hombre contemporáneo”. Según declaró a Página 12, esta versión fue también un homenaje al actor Carlos Waitz, quien fue detenido y desaparecido en 1977 cuando desempeñaba el papel del tabernero en la versión de la obra que se estaba realizando en el Teatro La Botonera de Mar del Plata con dirección de Rubén Benítez. Un grupo de tareas lo secuestro al ingresar al camarín hacia el final del primer acto.
El otro Judas, la otra obra sobre la que trabajó Sylvia Iparraguirre, tiene claras resonancias bíblicas que quizá inhibieran a su autor para utilizar una forma pronominal tan localizada en un lugar específico del mundo.
En la nueva versión de este otro clásico de la dramaturgia de Castillo, en la primera escena Judas y Juan dialogan en una “callejuela tortuosa” de Jerusalén. Dice Juan en un reconocible voseo argentino: “Ah, Judas, Judas. Hay cosas demasiado grandes para mi propio entendimiento. (Pausa). Vos, en cambio, que siempre fuiste el más sabio; vos que siempre nos explicabas el sentido de todas sus palabras, tenés que haberlo adivinado: ¿quién pudo ser?” Es indudable que la variación de la forma pronominal no es inocua, sino que genera un nuevo sentido: acercando hasta nuestro espacio un hecho remoto, lo actualiza, lo vuelve vigente e inmediato, achica las distancias, hace nuestra la historia bíblica del traidor y el traicionado.
Castillo escribió esta obra definitiva en la historia del teatro nacional cuando tenía apenas 22 años. Se estrenó el 19 de junio de 1961. También por ella recibió un premio de un jurado presidido por Humberto Constantini para La Gaceta Literaria.
Hay diferentes formas de entender la difundida frase “el lenguaje es político”. Una de ellas es pensarlo como “reflejo” del pensamiento. Otra, quizá más amplia y acertada es la que subyace en el acto de cambiar pronombres como lo hizo Iparraguirre. De esta actitud es posible deducir que el lenguaje no “refleja”, sino que “construye” determinadas realidades y que en esa construcción el tiempo juega un papel fundamental. En la sustitución de tú por el vos y todos los cambios que derivan de ella, se juegan cinco siglos de historia.
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