Los grandes cineastas asiáticos Jia Zhang-ke, de china, y Jafar Panahi, de Irán, exhibieron sus películas en un festival con pocas figuras de Hollywood.
Y así después de Jiang hu er nv, traducido ora como Las cenizas son el blanco más puro, ora como Los eternos, del maestro chino Jia Zhang-ke, con su historia de amor a través del último cuarto de siglo que ha visto a China ascender al rango de superpotencia económica, se ha podido admirar al gran cineasta iraní Jafar Panahi realizar otra de sus obras maestras rodadas en clandestinidad, Se rokh (Tres rostros), atacando viejos prejuicios y tradiciones que atentan contra la libertad individual y que aún subsisten en la sociedad iraní, sobre todo en las regiones más alejadas de la progresista Teherán.
Jia nunca se aleja de su región natal, vecina a los tres ríos que eran el paisaje del film que en el 2006 le valió el León de oro en Venecia y su consagración internacional, Still Life, pero esta vez para acercarse de soslayo a un género muy popular, el de los films de gangsters, renovándolo desde dentro con una original historia de amor.
Qiao (interpretado por la esposa y musa de Jia, Zhao Tao) es la amante de un gangster al que salva de una emboscada tendida por una banda rival pero que le vale cinco años de prisión. Tras cumplir su condena, espera reanudar la relación, confiada en el agradecimiento de su amante al que nunca denunció, para descubrir que este se ha rehecho una nueva vida con otra amante y volverá a ella solo cuando, paralizado por un infarto, no tendrá a nadie que lo cuide.
Jia cuenta esta historia, dividiéndola en tres partes que coinciden en el 2001, el 2006 y nuestros días con el resurgir de China como potencia económica mundial, confiándose en planos secuencias que profundizan la psicología de los personajes y valorizan la actuación tanto de Qiao como de Liao Fan, su otro actor fetiche del director.
Panahi, por su parte, hace de necesidad virtud y con cámara digital en mano y equipo mínimo que le permite filmar a escondidas de las autoridades de su país, que le han prohibido toda actividad, cuenta la historia de una famosa actriz de cine y TV, Jafari Behnaz, que con la ayuda del mismo Panahi, se llega hasta un remoto pueblito en la frontera con Turquía, donde una muchacha acaba de suicidarse por no haber recibido un pedido de ayuda que le había hecho.
En el camino, Panahi enhebra una serie de viñetas donde se denuncia la existencia de viejas tradiciones que relegan a la mujer a las tareas hogareñas sin permitirles desarrollar su propia personalidad ni satisfacer sus aspiraciones de estudiar y progresar, pero lo hace con el cariño y la comprensión que se merecen estas personas que están convencidas de obrar por el bien de los demás pero terminan siendo víctimas de sus propios prejuicios.
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