Irlanda del Norte recuerda hoy el 50 aniversario de la intervención del Ejército británico a la provincia para poner fin a los enfrentamientos entre católicos y protestantes, en una misión que se preveía breve pero que se prolongó por casi cuatro décadas ante la escalada del conflicto sectario.
La llamada «Operación Estandarte» comenzó en las calles de Derry (en el noroeste del Ulster) el 14 de agosto de 1969 con el despliegue de 300 soldados y concluyó el 31 de julio de 2007, con un balance final de 722 militares muertos.
Es la misión más longeva en la historia militar moderna del Reino Unido, si bien las autoridades nunca imaginaron que el Ejército acabaría envuelto en un enfrentamiento armado que causó hasta la firma del acuerdo de paz del Viernes Santo en 1998 más de 3.600 muertos, incluidos civiles, paramilitares y miembros de las fuerzas de seguridad.
El conflicto en el norte de la isla de Irlanda concluyó oficialmente hace 21 años, pero su legado sigue envenenando la política de la región y ralentiza la reconciliación entre las dos comunidades tradicionalmente enfrentadas, la protestante-unionista y la católica-nacionalista.
No obstante, la llegada de los soldados británicos en el violento verano de 1969 fue inicialmente recibida con alivio por los dos bandos, pues cada uno entendía que venían a protegerlos de las agresiones del otro.
Meses antes había nacido el movimiento por los derechos civiles de los católicos, pero sus marchas pacíficas por la región elevaron el grado de tensión con los unionistas y con la Policía autónoma, integrada casi exclusivamente por protestantes y considerada profundamente sectaria.
Los disturbios alcanzaron su punto álgido en agosto, cuando una marcha protestante en Derry desembocó en tres días de violentos disturbios en ese bastión católico en la que se denominó la «Batalla del Bogside».
La violencia se extendió también al oeste Belfast, feudo nacionalista, y el Gobierno norirlandés se vio obligado a pedir a Londres refuerzos para ayudar a la Policía a restablecer el orden.
Al principio, la mayoría de la comunidad nacionalista aceptó la presencia de los soldados.
Sin embargo, esa «luna de miel» no duró demasiado porque la continúa presencia de tropas británicas en la región iba a generar inevitablemente tensiones con el debilitado Ejército Republicano Irlandés (IRA), comprometido con su objetivo histórico de reunificación de Irlanda.
También jugó un papel clave los errores y abusos cometidos por los militares en sus operaciones contra los insurgentes republicanos, como en el barrio de Ballymurphy, en Belfast, donde un enfrentamiento con el IRA provocó la muerte de seis personas en julio de 1970.
En febrero de 1971, el IRA asesinó al primero de una larga lista de soldados británicos y el Gobierno norirlandés decretó poco después el internamiento sin juicio de decenas de supuestos extremistas, una medida que provocó en agosto de ese año tres días de tiroteos con el IRA en Ballymurphy y causó la muerte de diez civiles, recordó la agencia de noticias EFE.
A la llamada «Masacre de Ballymurphy» le siguió el 30 de enero de 1972 el no menos dramático «Domingo Sangriento» (Bloody sunday) de Derry, en el que miembros del Regimiento de Paracaidistas dispararon contra una marcha católica causando 14 muertos inocentes y decenas de heridos.
Esta cadena de acciones armadas aumentó exponencialmente el número de reclutas para el IRA y, sobre todo, para una nueva escisión republicana, el IRA Provisional, que de la mano de su brazo político, el Sinn Féin, y de jóvenes líderes como Gerry Adams y Martin McGuinness, puso en jaque al todopoderoso Ejército británico durante más de 30 años.
Tras la firma del acuerdo del Viernes Santo y la formación de un Gobierno autónomo de poder compartido entre protestantes y católicos, el proceso de paz ha avanzado lentamente.
Entretanto, el legado del pasado ha vuelto para envenenar las relaciones entre unionistas y nacionalistas, que no se ponen de acuerdo sobre los mecanismos para lidiar con su propia memoria histórica.
Éste y otros asuntos mantienen divididos a las formaciones e impiden la restauración del Ejecutivo de poder compartido, que permanece suspendido desde enero de 2017, a pesar de los continuos esfuerzos negociadores de Londres y Dublín.