El conflicto, originado por la larga lista de muertos y heridos ante la falta de medidas de seguridad, motivó a muchos trabajadores de fábricas y empresas a avanzar en la conquista de derechos.
Un día antes de la asunción presidencial de Héctor J. Cámpora, entusiasmados, prepararon carteles para ir a la Plaza de Mayo y recibir al nuevo gobierno nacional y popular. También acordaron que era el momento político para tomar la fábrica y de esa forma reclamar por la larga lista de muertos y heridos ante la falta de medidas de seguridad. Faltaba todavía decidir la fecha.
Mayo vuelve una y otra vez al Chango porque durante el día 30 de aquel año, los compañeros de la Agrupación de la cual era Secretario General, tomaron el Astillero más importante del cordón industrial norte del Gran Buenos Aires. En Astarsa trabajaban, por aquel entonces, unos 800 metalúrgicos y 700 navales. El motivo del conflicto: había fallecido otro obrero por las inexistentes condiciones de seguridad laboral. Se trataba de “Cara Antigua”, tal como recuerda Sosa a José María Alesio.
“Venite para acá, tomamos el astillero, me dijo por teléfono ‘Colita Fresca’. Así le decíamos a Alejandro Sonini, hoy desaparecido”. Al mismo Sosa lo habían echado de la empresa cinco meses antes por su militancia gremial. La mayoría de los compañeros utilizaban apodos, muy pocos se reconocían por su nombre y apellido. Eran épocas violentas y había que preservar la identidad.
“Caché el auto y me rajé para Astarsa”, cuenta el Chango. En la Panamericana, rumbo a Tigre, fue esgrimiendo lo que sería luego el pliego de condiciones. Primero: debían exigir el despido del Cuerpo de Seguridad de la fábrica. Segundo: que la Comisión de Seguridad del astillero fuera integrada sólo por obreros. Tercero: la reincorporación de todos los despedidos de cinco años a la fecha por razones políticas o gremiales. Cuarto: que se pagaran todos los salarios caídos en la lucha. Quinto: que no se tomaran represalias contra los que participaron en la toma.
“Cuando llegué a Astarsa les mostré a los compañeros los cinco puntos que había pensado, los sometimos a una asamblea, fueron aprobados y esos fueron los puntos que negociamos en la toma”, describe Sosa. Se enfrentaban a la más rancia oligarquía. Los dueños de “Astilleros Astarsa Río de la Plata S.A” eran los Braun Menéndez, los Aleman.
La toma incluyó a 25 rehenes: la asamblea había decidido que parte de la gerencia y del directorio se quedara para constatar que no se hacía daño a las instalaciones. “A pesar de que venían en autos lujosos a traerles sus bandejas con masas finas y comidas de restaurantes, les hicimos compartir los guisos que preparábamos nosotros”.
Dentro del astillero había alrededor de 400 obreros navales sosteniendo el conflicto. Pero en los alrededores los acompañaban familiares, trabajadores y militantes gremiales de otras fábricas como Ford, Fate, Gilera, Matarazzo, Astilleros Mestrina, entre otras.
Los diarios y noticieros registraron la crónica de los hechos. Las imágenes mostraban algarabía, confianza y convicción. Una nueva época se anunciaba. “El mismo día de la toma les dije a los compañeros que íbamos a necesitar un fuerte apoyo político para sostener este reclamo, y les propuse que integráramos nuestra agrupación a la recientemente creada Juventud Trabajadora Peronista (JTP) que pertenecía a Montoneros. Una vez que lo aceptaron, pasamos a llamarnos Agrupación Naval Peronista José María Alesio”, revive Sosa.
Ese alineamiento les permitió tener un contacto estrecho con el entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, Oscar Bidegain. Éste le ordenó al subjefe de Policía Julio Troxler no ejercer represalias contra los trabajadores navales. La toma terminó el 2 de junio a la tarde cuando el propio el Ministro de Trabajo de la Nación, Ricardo Otero, les llevó el petitorio firmado por la patronal aceptando las propuestas.
El mayor orgullo del Chango Sosa es que durante el período que funcionó la Comisión del Control Obrero de la Seguridad, Salubridad e Higiene (1973-1976), no hubo en el astillero ningún accidente laboral. La vivencia del relato no se detiene porque el conflicto en Astarsa encendió la chispa y fueron muchos los trabajadores de fábricas y empresas que se animaron con las tomas y crearon sus propias Comisiones de Seguridad e Higiene.
Los acontecimientos de la vida política nacional harían estallar cruelmente ese sueño de empoderamiento obrero. Primero con la persecución desatada por la Triple A y luego con el advenimiento de la última dictadura cívico militar. Pero no pudieron con las memorias que, como la de Sosa, interpelan a las nuevas generaciones para avanzar en la conquista o reconquista de derechos.
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