La película de Adolfo Aristarain es uno de los grandes clásicos del cine argentino. Federico Luppi y Ulises Dumont desplegaron actuaciones inolvidables. Se estrenó durante la última dictadura cívico-militar y la cuestionó con gran lucidez.
Pedro Bengoa (de lo mejor de Federico Luppi) es un ex delegado sindical que “limpia” su pasado a fin de conseguir un nuevo trabajo. En la Patagonia consigue un puesto como dinamitero en una mina propiedad de Tulsaco, una empresa (según descubre en breve) que se hizo grande al calor de la dictadura: allí se reencuentra con Bruno Di Toro (Ulises Dumont; dos de los héroes de La Patagonia rebelde que la reconfiguración iniciada en 1976 dejó de este lado de la grieta), viejo compañero de luchas obreras, con el que arma un plan para estafar a la empresa: simular un accidente que les permita reclamar jugosas indemnizaciones. A ese momento de su trayectoria, Aristarain (de origen vasco como Bengoa) tenía un contrato con Aries, una gran productora de cine (aún primaba en el país el modelo de los grandes estudios de Hollywood de mediados de siglo, en el que desde el primer al último eslabón que hacían a una película tenían relación de dependencia), para la que había dirigido en 1980 La playa del amor y La discoteca del amor (¿una manera de “limpiar” su debut cinematográfico hecho por fuera de la industria, el ríspido y crítico La parte del león (1978)?). Dos películas comercialmente exitosas, de las que nunca renegó y que le garantizaban hacer una tercera a piacere, que nada casualmente llamó Tiempo de revancha; cualquier similitud de Tulsaco con lo que en democracia ya a la luz del debate público se llamarían Capitanes de la Industria/ Nuevos Grupos Económicos/ Los dueños de la Argentina, tampoco es ninguna coincidencia.
En la estafa algo sale mal (¿un karma de los trabajadores argentinos?), Di Toro muere y Bengoa queda solo con su estafa. En las negociaciones con la empresa (que también son apriete, pero no de los dueños verdaderos, sino de “emisarios”, como se autocalifican, en un anticipo de lo que será la figura del CEO), Bengoa decide que no aceptará dinero alguno por la mudez (simulada) que le había dejado el accidente y por el que demandaba a Tulsaco. Su abogado se desespera y lo deja solo. Bengoa sigue sufriendo amenazas; se corta la lengua: ningún dolor que le infligieran lo haría accionar contra sus propios intereses. Una película que brama de furia, callando: como parte del sector social menos crítico al accionar represor de la dictadura para configurar un nuevo mapa de inequidad e injusticia, Aristarain le mostraba en la cara que pese a todo el miedo que se podía aducir siempre hay espacio para un acto de dignidad. Dignidad que ellos como colectivo social no habían sabido tener, y los trabajadores organizados que la venidera historia social despreciaría, sí.
Ante esos civiles que pretenden inculcar a las nuevas generaciones que no valen abogados ni testigos porque los inocentes son los culpables, Aristarain se planta con una película que vuelve a hacer sentir la satisfacción moral de un acto de libertad.
Tiempo de revancha
Estrenada el 30 de julio de 1981. Dirección y guion: Adolfo Aristarain. Con: Federico Luppi, Haydée Padilla, Julio De Grazia, Ulises Dumont, Joffre Soares, Aldo Barbero, Enrique Liporace, Arturo Maly, Rodolfo Ranni, Jorge Hacker, Alberto Benegas.
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