A 15 años del auge de los «nodos», la crisis empuja el regreso del trueque

Por: Malva Marani

La debacle económica de 2001 transformó el intercambio solidario de productos y servicios, sin dinero, en una alternativa para miles de argentinos. Una década más tarde, los clubes de trueque quedaron reducidos a unos pocos centros aislados y discontinuos. Con el fuerte aumento de tarifas y el actual proceso inflacionario, vuelven las ferias. Las experiencias de Villa Carlos Paz y Hurlingham.

Los bruscos aumentos en las tarifas de servicios y en los precios de la canasta básica, sumados a los despidos y a salarios carcomidos por la inflación dan como resultado un combo explosivo para la economía doméstica. Fórmulas como la compra mayorista entre familiares o amigos, el pensar dos veces antes de ir al cine o la caminata al trabajo que permite ahorrar unos pesos por día, ya no parecen ser suficientes para muchos. Y es en este contexto en el que reaparece, por ahora de modo germinal, un fenómeno que fue tabla de salvación para muchos en los años más duros de la crisis de 2001 y que desde hace unas semanas se viene organizando activamente en diversos rincones del país: el trueque.
Ezequiel Acevedo tiene 26 años y todavía recuerda los días en que, sin comprender del todo bien lo que significaba el corralito, acompañaba a su tía a los clubes del trueque de aquellos años. Quizás aquella experiencia fue la que ahora lo impulsó a confiar en esta herramienta como salida para una coyuntura económica que hoy se le vuelve cuesta arriba. «Volver al trueque me hizo acordar a lo que vivimos en el 2001, la plata no alcanzaba e íbamos siempre a los clubes, todavía me acuerdo de los créditos que nos servían para comprar comida y ropa. Es muy triste tener que volver a eso, más allá de que me sirve a mí y también puedo ayudar a otros, no es una buena noticia», confiesa.
Quince años más tarde, con redes sociales y apps, la puesta en marcha de este mecanismo colectivo de resistencia fue más expeditiva. Ezequiel se mensajeó con su amiga Karina proponiéndole la idea, después hablaron con los vecinos del barrio El Molino, en Hurlingham, y a los pocos días ya estaban armando las mesas en la puerta de su casa. «Hoy en día no se puede comprar nada, todo está carísimo. Yo tengo un kiosco y no viene ni el loro a comprarme: a la gente no le alcanza la plata y tiene que ir al mayorista», explica sus razones a Tiempo, «así que esta es una alternativa. En el barrio sólo se habla del trueque, de que volvió por la situación que vivimos y de que muchos no tienen trabajo y ven cómo los precios siguen subiendo». Comenzaron el primer sábado de mayo y el domingo ya participaba de la feria un centenar de personas (incluyendo a los curiosos y a los que pagaron 15 pesos para tener su mesa-stand en la vereda), así que piensan continuar con la actividad todos los sábados.
Una situación similar fue la que llevó a Leonardo Climisi a organizar, desde abril, jornadas de trueque en la ciudad bonaerense de Chacabuco: por la crisis, su taller mecánico dejó de recibir motos para arreglar, y lo ofreció como sede de un modesto club de trueque para que los vecinos acerquen productos y mercaderías a las que pueden renunciar para cambiarlas por otras que necesitan, evitando así los vaivenes del actual proceso inflacionario.
Más allá de Buenos Aires, el trueque ha encontrado lugares donde recrearse en otras partes del país. Desde Villa Carlos Paz, la iniciativa de Judas Ramos fue la primera que en una escala considerable recurrió al trueque para remontar el crudo primer semestre de 2016. Se trata de una idea nacida colectivamente a partir del interés de los vecinos, que encontraron en el Centro Vecinal Barrial Miguel Muñoz “B” el lugar donde organizar las jornadas de trueque, nacidas como eco de la complicada situación económica que dejó el austero paso del turismo estival por la villa cordobesa. Como contrapartida de ese difícil panorama, describen a los encuentros como todo un éxito: el «Trueque de la Villa» ya tiene cuenta en Facebook, funciona desde hace más de un mes con repercusión creciente y apunta a juntar «troqueros» todos los sábados. Los 140 puestos disponibles se completan cada jornada y alrededor de 500 personas intercambian productos y servicios al amparo de un sistema de créditos: el único gasto que debe pagarse son los $ 50 del carnet habilitante, que otorga 1000 créditos iniciales para comenzar a trocar.
«El compromiso es llevar algo que le interese a los demás. Ese es el espíritu del trueque: que todos salgamos beneficiados», asegura Ramos, presidente del centro vecinal, quien explica que a causa de la gran oferta –desde ropa y verduras de huerta hasta trabajos de plomería o cortes de pelo– se estipula entre todos el valor del producto en cuestión. «En algún punto, esto del trueque va mas allá del dinero y del intercambio. Es una actividad colaborativa, que en un momento difícil nos motiva a trabajar, a seguir produciendo y, sobre todo, a conversar y charlar entre nosotros. Eso es muy bueno». De las palabras de Ramos se desprende otra visión sobre el fenómeno, que entiende al trueque no como un antídoto temporal a la «malaria» sino como una interesante alternativa económica y social, cuya esencia permite comprender por qué hay quienes viven este intercambio más como un oasis fuera del mercado que como un parche para sobrevivir.
Desde su experiencia lo explica Rubén Ravera, uno de los fundadores de la Red Global del Trueque, nacida hace 21 años: «El trueque permitió bajar el nivel de ansiedad y de angustia para que mucha gente pudiese transitar la crisis del 2001. Para muchos, fue algo intuitivo, y también fue un mecanismo de pacificación, algo que han dicho analistas de todo el mundo. El afecto, que para algunos puede ser un concepto pueril, es determinante en algo tan complejo como el mercado global actual, porque la gente encontró en los clubes del trueque no sólo una opción económica, sino también contención, afecto y compañía. En ese sentido, fue fundamentalmente un sistema operativo de generación de vínculos sociales que permitió neutralizar la soledad que se acentúa en momentos críticos como el que se vivió en esa época». Una cuestión de lazos sociales que se estrechan ante la adversidad, como entonces, como ahora. «

Intercambios sin dinero
en las redes

  Cinco años atrás, Laura Gambale (foto) vio cómo dos amigos decidían intercambiar sus habilidades sin mediación del dinero: el que tocaba la guitarra le enseñó al otro, y el que sabía cantar le devolvió la gentileza con clases de canto. Vio allí una alternativa a las relaciones comerciales habituales y creó Comunidad del Trueque, un proyecto que desde 2013 se propone como puente de intercambios y cuya cuenta de Facebook hoy tiene casi 10 mil miembros. La dinámica es sencilla: se ingresa al registro de troqueros y se comunica la oferta/búsqueda que se suma al muro de la web: el intercambio comienza ni bien aparece un interesado.
La iniciativa de esta periodista de 32 años muestra la riqueza del trueque: «Es una práctica que genera otro tipo de vínculos, con partes interesadas desde otro lugar y con sentidos de compromiso mayores, que además nacen naturalmente. El valor de tu trabajo y de tu tiempo lo pone el otro, y eso genera una dinámica de intercambio totalmente distinta, más democrática.»

NO ES CASUAL. Columna de opinión de Rubén Ravera, cofundador de la Red Global del Trueque

Desde la Red Global del Trueque venimos realizando nuestra actividad regularmente desde que fundamos el primer club del trueque en Bernal, hace 21 años. El trueque se conoció masivamente con la crisis financiera de 2001 y 2002, cuando la gente encontró en él un refugio y una herramienta para enfrentar sus problemas, aún sin conocer demasiado de qué se trataba. Porque el trueque en sí nació con otro objetivo, más socioconsciente, y nunca se pensó a sí mismo como un salvavidas para situaciones como las de esa crisis.
Más allá de que en estos días estén reapareciendo ciertas experiencias de trueque, no veo comparación posible: la situación actual es totalmente distinta, pero evidentemente, en el inconsciente colectivo, el trueque funciona como un mecanismo adecuado.
No es casual que la gente empiece a imaginar un club del trueque en su barrio como una alternativa que complemente una economía doméstica a la que no le cierran los números, ya sea por el desempleo, la inflación o la caída de salarios. De hecho, han aumentado sensiblemente las llamadas que recibimos preguntando cómo organizar un club. El interés de la gente por capacitarse se multiplicó por diez en los últimos cuatro meses: si antes había diez llamados por día, ahora estamos recibiendo cien. Lo que nosotros ofrecemos, en ese sentido, son charlas de capacitación en todo el país. En Capital Federal organizamos una tertulia informativa todos los sábados a las 18, en el barrio de San Telmo (Humberto Primo 978).
No desearía que nos sople otro huracán económico, sobre todo porque fue una epopeya lograr que todo funcione. Sin embargo, no me cabe duda de que si las papas queman, los que resolverán los problemas no van a ser los «expertos», sino la gente común. Si alguien encontró algo bueno en un club del trueque en 2002, va a volver a encontrarlo en 2016.

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