Hace un siglo nacía el hombre que revolucionó el mundo del cómic y que protagonizó una de las historias más trágicas de las que tuvieron lugar durante la última dictadura cívico-militar.
Con dibujos de Francisco Solano López, la historia de su héroe colectivo, Juan Salvo, rompió con los cánones del cómic y marcó un antes y un después en el género. Salvo atravesó la eternidad para contar la invasión alienígena y hablar de la nieve tóxica que cubrió Buenos Aires. Su característica distintiva fue no ser un héroe individual, sino colectivo, tal como lo remarcó el propio autor en el prólogo: “El único héroe válido es el héroe en grupo, jamás el héroe individual, el héroe solo”. Por esta razón y a modo de justificado homenaje a un hombre que llevó la fidelidad de sus principios hasta las últimas consecuencias, la primera parte de El Eternauta salió desde el primer día y número a número, en la contratapa de Tiempo Argentino, que apareció en mayo de 2010.
Solano López recordó la forma que trabajaron juntos en una entrevista de Ivana Romero realizada en este diario, poco antes de la muerte del dibujante. Decía entonces el compañero de aventuras creativas de Oesterheld: “Yo empecé copiando a un italiano, Paul Campani, para historietas que escribía Oesterheld. Y ahí él me echó el ojo para comenzar a ilustrar El Eternauta. Las historietas estaban atravesando tan buen momento que él decidió irse de Abril y abrir su propia editorial, Frontera, en 1957, una experiencia que terminó malográndose porque Oesterheld no sabía de negocios, y un grupo de imprenteros inescrupulosos se terminó comiendo todo. En fin, tuvimos una sola entrevista y nos pusimos a trabajar. Él se pasaba el día en esa casa de Béccar que aparece al comienzo de El Eternauta, una verdadera fábrica creativa. Escribía sus guiones a mano. Sus historias eran excelentes pero su caligrafía era desprolija, bastante difícil de entender.”
En 2017 el dibujante Miguel Rep, quien compartió con él algún tiempo en la editorial, también lo recordó en este diario: “Su ceremonia –contó entonces- era curiosa: redactaba sus guiones rápidamente como un taquígrafo, con esos signos raros, luego los leía en voz alta a un grabador de cinta, y una secretaria los desgrababa y transcribía a máquina. Una vez que ella tenía una hoja, o dos, el Viejo los leía y retocaba. Todo era muy rápido. Así producía el Oesterheld al que yo, a veces, mudo, me acercaba.”
Si algo demostró Oesterheld a través de su héroe, es que la ficción es poderosa y tiene un gran poder transformador. Como suele decirse, “para muestra basta un botón”. En 2012, cuando Mauricio Macri era jefe de Gobierno de la Ciudad, prohibió la distribución de El Eternauta en las escuelas. Diario Registrado lo consignó entonces de esta manera: “No, no entra. No, definitivamente no, ni entra ningún tipo de manipulación ni de adoctrinamiento. Que nuestros jóvenes sean libres, que lean toda la biblioteca, que se eduquen de la mejor manera posible, porque lo único que les garantiza su propia libertad es lo que hayan adquirido como conocimiento.”
El artífice de El Eternauta fue uno de los ejemplos más trágicos y dolorosos de la acción de la dictadura cívico militar en la Argentina. Militante de Montoneros, fue secuestrado en 1977 y se cree que fue asesinado en 1978. Por testimonios de sobrevivientes se sabe que pasó por los Centros Clandestinos de Detención, Tortura y Exterminio «El Vesubio» y «El Sheraton». Pero no sólo desapareció él, sino también sus cuatro hijas, dos yernos y dos nietos nacidos en cautiverio. Su mujer, Elsa, sobrellevó con entereza la tragedia de su familia devastada y crió a su nieto Martín, que tenía tres años cuando le fue entregado por los militares luego del asesinato de sus padres. Elsa falleció en 2015 luego de haber vivido un verdadero calvario.
En la mencionada entrevista de Romero, Solano López recordó los últimos tiempos de perseguido de Oesterheld: “Héctor aparecía tarde en la editorial Récord, donde dejaba los guiones y se quedaba a dormir. Los empleados no lo veían, pero sabían que él había estado allí, porque por la mañana aparecían sus huellas de barro sobre la alfombra. Es que, según creo, estuvo escondido en las islas del Tigre. Por esa época, mi hijo Gabriel también militaba en Montoneros. En el 77, nos exiliamos en Madrid. Allí dibujé la última parte de El Eternauta, tironeado por situaciones contradictorias.”
Como Juan Salvo, también su creador fue un héroe colectivo. Es por eso que aún continúa interpelándonos tanto desde las páginas de El Eternauta como desde su propia historia personal que fue la expresión superlativa de la historia trágica de toda una generación.La salida de Kravetz del gobierno porteño para revestir en las filas libertarias fue otro…
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