El 2 de abril de 2013 un diluvio sin precedentes inundó la ciudad de La Plata. Murieron al menos 89 personas y 3.000 debieron ser evacuadas de sus hogares. La Plata, una ciudad emplazada en la cuenca de dos arroyos, no estaba preparada para la emergencia. En las últimas horas volvió a padecer gran cantidad de agua y anegamientos. Vecinos y organizaciones denuncian que no hay acciones de prevención y que se entregan los terrenos al mercado sin regulación.
Quienes recuerdan la inundación de hace diez años, cuentan primero cosas triviales: el cine, la calle, el supermercado. Cuentan que el agua comenzó a caer y que parecía una más de esas lluvias otoñales. Pero que entre las 16 y hasta las 18 de aquella tarde algo pasó.
La lluvia se transformó en diluvio y el agua se acumuló tanto que los desagües la expulsaron a borbotones, los ríos que rodean y cruzan la ciudad se desbordaron y el agua asaltó las casas con la fuerza de una avalancha. Nadie la vio venir. Tampoco la clase política. Años y décadas de falta de inversión y previsión se exponían al desnudo.
La furia líquida del temporal derramó 392 milímetros sobre la ciudad. En pocas horas había llovido lo que no había caído en los últimos tres meses según la estación meteorológica Observatorio Enrique Jaschek. Intentaron sacar el agua con secadores, con baldes, contenerla con trapos o muebles. No pudieron. Algunos se fueron con lo puesto, con el agua hasta el cuello, en el camino ayudaron a otros a salir.
Los que viajaban en auto tuvieron que dejarlo en el camino o subirlo a un terreno alto, a la espera de una oportunidad. Hubo quienes atinaron a subir al techo de su casa con sus familiares y mascotas y esperaron auxilio oficial durante largas jornadas de desamparo. Pero también estuvieron los otros. Los que quedaron atrapados bajo el agua o se los llevó la correntada, los que sufrieron accidentes fatales en medio del caos y murieron electrocutados, por golpes o caídas.
El conteo de evacuados llegó a 3000, el número de muertos creció en cuestión de horas y aunque, en ese momento, la policía científica pretendió congelar el número en 51 fraguando el motivo de las muerte en las actas de defunción, una ulterior investigación judicial determinó que fueron al menos 89, además de 16 muertes cuya vinculación con las inundaciones fue imposible determinar.
Ya pasaron 10 años pero todos en La Plata recuerdan lo que estaban haciendo el feriado del 2 de abril de 2013. Y sombras que retornaron esta semana con las nuevas inundaciones, y las miradas que se posan sobre el famoso Plan de Reducción de Riesgo por Inundaciones en la Región de La Plata (PRRI).
Todavía hay asambleas vecinales que marchan el día 2 de cada mes y denuncian que ese Plan no se cumple, que está cajoneado, que con nuevos diluvios (sobre todo teniendo en cuenta el cambio climático que el propio Municipio admite) algunos barrios se vuelven a inundar como hace una década. Y enfatizan que el principal motivo son los negocios inmobiliarios que ahora construyen en zonas de humedales.
La ciudad de La Plata está emplazada sobre la cuenca de dos arroyos, El Gato y Maldonado. Según publicó Chequeado, la inundación de hace diez años se explicó porque las redes de desagües pluviales no estaban en condiciones de conducir los excedentes generados por las tormentas. Sobre todo las aguas de los arroyos Pérez y Regimiento que, cuando hay lluvias, se escurren por la superficie a través de las calles del entramado urbano.
Las horas de mayor inundación en el interior de las viviendas ocurrieron entre las 19 horas del 2 de abril y las 2 horas del 3. El agua permaneció entre 7 y 17 horas, de acuerdo con la zona: las más afectadas fueron Tolosa, Ringuelet, Plaza Belgrano, San Carlos y La Loma. La corriente evolucionó de sur a norte. Un estudio de la UNLP manifestó que, si bien las lluvias del 2 de abril de 2013 tuvieron una magnitud sin precedentes, no existía un sistema de alerta específico para la ciudad. Como hasta hoy. Además, “las obras hidráulicas no crecieron en la misma medida que los crecimientos urbanos”.
Graciela Ungaro es parte de la Asamblea Inundados de Tolosa y de la Asamblea Vecinal Villa Elvira. Todavía puede ver la marca del agua en la pared, que llegó a 1, 85 metros de altura, en el fondo de su casa. “Ahora estoy jubilada pero soy maestra, en ese momento estaba ejerciendo, perdí toda la biblioteca, libros, fotocopias, cajas. Con mi marido perdimos ropa, muebles, en esa desesperación tiramos un montón de cosas”, dijo a Tiempo.
“La casa está cerca del terraplén y se nos vino el agua de Los Hornos como una avalancha, rompió las medianeras de mis vecinos, nosotros no estábamos porque ese feriado quería practicar manejo y fuimos hasta Arana”, cuenta.
Al cabo de unas horas, por la lluvia, decidieron regresar pero no pudieron entrar al barrio. “Mi marido le preguntó a un taxista si se podía avanzar con el auto y le dijo ‘no flaco, tu casa está bajo el agua’, recién al otro día a las 7.30 de la mañana nos animamos a ir”.
En el camino, ayudaron a un vecino a sacar unas chapas de la puerta de la casa de una señora mayor de la que nadie sabía nada en las últimas horas. “Después nos enteramos que había fallecido porque se le había caído la heladera encima, las cosas flotaron y bueno… llegamos a mi casa agarrados de la mano, con el agua hasta el muslo”, recuerda.
Lo que sucedió después, el agua que tardó horas en ceder, el olor a podrido, las ruinas del hogar, la cantidad de muertes creciente en el noticiero, meses viviendo en lugares prestados, tuvo también una dimensión colectiva.
“Los barrios empezaron a organizarse y al principio hacíamos catarsis, pero después empezamos a ver qué podíamos hacer porque respuesta del gobierno nunca tuvimos, ese día estuvimos solos y los posteriores, abandonados. Nos organizamos en asambleas en los barrios, nos juntábamos en las plazas y después nos empezamos a contactar entre asambleas. A los pocos días nos juntamos todas las asambleas en Plaza Moreno y seguimos así todos los meses, cada día 2 hacemos algo desde hace casi 10 años, solo nos detuvo la pandemia”, asegura.
En estos años, vecinos y vecinas fueron relatando los recuerdos a carne viva que persisten como cicatrices. Leyhla Canchero, de la Asamblea Vecinal de La Loma, lo calificó en su momento a Diario Contexto como “un crimen social”.
“Yo saqué cinco muertos. Perdí todo, perdí mi taller, mis cosas y nunca los recuperé”, contó Roque de Rito. “A mí me dieron seis paquetes de suero, estuve internado”. Hasta le hicieron estudios médicos porque creían que tenía cáncer de pulmón, estreptococos o HIV.
Fabiana Uro vivía en el otro extremo de la ciudad, en Villa Elvira. Ese día volvía de Berisso en colectivo. A los 10 minutos de llegar su casa se empezó a inundar, pero como era algo normal en la zona, “dejamos todo en donde estaba. Era ir y volver”. Pero el agua escaló 1,90 metros que arrasaron con todo. Cuando se dieron cuenta fueron a lo de un familiar en una de las pocas casas de dos plantas que hay en el barrio. «A mitad de la noche éramos 32 personas refugiadas”, entre vecinos, muebles, colchones, perros, gatos y tortugas. A las 4 de la mañana un vecino con bote comenzó a rescatar a quienes estaban en peor estado.
«La Plata está ubicada en un terreno inundable y por eso todas las decisiones que se tomaron al momento de la fundación tuvieron que ver con construir una ciudad a espaldas de la naturaleza. Entubar los arroyos y ponernos arriba es una situación estructural que es muy difícil de modificar después», reflexiona la licenciada, magister y Doctora en Antropología Social, Alejandra Esponda, que lideró la realización de un documental llamado Desamparados bajo el agua.
«Hay que hacerse cargo de que vivimos en un territorio que si llueve de igual manera, más allá de las obras que se hayan hecho para mitigar sus efectos, se vuelve a inundar. ¿Qué hacemos frente a eso? En una región que hay terremotos, los chicos saben qué hacer; nuestros niños no tienen una formación ambiental en la escuela que les permita conocer el territorio. No hay una política estatal que diga cuál es la zona inundable, cuál es el corredor seguro; estos son temas que no se hablan», insiste.
El año pasado, el intendente Julio Garro (JxC) buscó avanzar en la declaración de emergencia climática para La Plata. Vecinos y dirigentes opositores lo acusaron de subejecutar los fondos.
Según contó Ungaro, el Plan RRI que se supone que el intendente Julio Garro tiene que implementar para reducir los riesgos por inundación, y que fue encargado a más de 70 profesionales de la UNLP en 2019, no está implementándose. “Lo encargó en plena campaña electoral pero no se da a conocer, lo tiene guardado en un cajón, si le preguntás a cualquier persona (de La Plata) qué tiene que hacer o adonde ir si llueve así de nuevo no va a saber”, expresó.
Las asambleas vecinales que continúan reclamando por las inundaciones dicen que el Plan RRI no se implementa porque son más importantes los intereses de las inmobiliarias. “¿Por qué el Plan no se da a conocer? Porque hay pulpos inmobiliarios que están construyendo edificios de cinco o seis pisos donde van a vivir un montón de personas sin ampliar la red de agua, cloaca, gas o luz”, asegura Ungaro.
“Están construyendo ahora cerca de los humedales porque lo permitió Garro al hacer una rezonificación y están loteando zonas que eran rurales, las transforma en lugares que se puede construir y son bajos”, afirma. Con respecto a las mejoras en infraestructura dice que si bien en estos años se hicieron obras, éstas no alcanzan ya que “solo se hizo una etapa” de las que estaban previstas: “Tenemos derecho a vivir en una ciudad digna, a que no sufrir cada vez que llueve, cuando hay una fuerte tormenta nosotros tenemos miedo”.
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