Se acaba de publicar la edición definitiva de “Los diálogos”, las conversaciones que Jorge Luis Borges mantuvo durante un año con Osvaldo Ferrari. En estos intercambios, el autor de “El Aleph” demuestra que la oralidad inteligente puede ser también una forma de escritura.
Sus expectativas de juventud llegaron más lejos, quizá, de lo que se había propuesto en su momento: estos diálogos pueden ser leídos como la contracara de la escritura de Borges.
Estos intercambios fueron reunidos en diversos volúmenes que Seix Barral acaba de publicar juntos en una edición definitiva y constituyen un verdadero documento del pensamiento borgeano y, sobre todo, demuestran que la oralidad de Borges es la continuación de su escritura por otros medios.
Una característica no menor de estos diálogos es la espontaneidad. En efecto, Borges exigió una única condición para llevarlos a cabo: que el tema no estuviera predeterminado, sino que se fijara en el momento mismo de la conversación a partir de un inicio a cargo de Ferrari.
Es así que el escritor discurre por los temas más variados desde la identidad de los argentinos al I Ching, desde sus sueños al feminismo. Si hubieran sido televisivos, podría decirse que estos diálogos permiten ver pensar a Borges “en vivo”.
Los libros hoy reunidos constituyen una ventana privilegiada por la que es posible percibir el pensamiento de Borges, su forma de ver el mundo y la literatura. “De esta forma -dice Ferrari en el prólogo de la edición de 1998- él, que me había dicho que dialogar era una forma indirecta de escribir, continuaba escribiendo a través de los diálogos.”
En el mismo prólogo citaría más adelante palabras de Borges sobre la relación entre diálogo y escritura: “No sé si volveré a escribir un ensayo en mi vida, posiblemente no, lo haré de una manera indirecta, como lo estamos haciendo ahora los dos”.
El propio Borges en el prólogo a la edición de 1985 reconoce estos diálogos como parte de su obra: “Como todos mis libros, acaso como todos los libros, éste se escribió solo. Ferrari y yo procuramos que nuestras palabras fluyeran, a través de nosotros o quizá a pesar de nosotros. No conversamos nunca hacia un fin. Quienes han recorrido este manuscrito nos aseguran que esta experiencia es grata.”
Tanto estos diálogos como las innumerables entrevistas que se le realizaron a Borges, demuestran que de manera consciente o inconsciente el escritor había hecho de sí mismo un personaje.
El mayor escritor argentino de fama universal, se presentaba a sí mismo como una persona dubitativa y frágil que poco y nada conocía del mundo y con esa vos pequeñita y un tanto quebrada era capaz de lanzar las afirmaciones más osadas tanto en lo político como en lo intelectual. Ese personaje también ha pasado a formar parte indisoluble de su literatura.
A partir de las casi 800 páginas de Los diálogos, Borges discurre sobre los temas más variados y tiene algo importante y original que decir sobre cada uno de ellos. Cada lector, seguramente, se sentirá fascinado por el más cercano a sus intereses.
Sin embargo, hay algunos que constituyen verdaderas revelaciones. Tal es el caso, por ejemplo de Cómo nace y se hace un texto de Borges.
Lo fascinante de ese diálogo es que permite acercarse a la cocina de su escritura quizá con la ingenua esperanza de encontrar una “receta” secreta aplicable exitosamente a todo aspirador a escritor. Pero a no engañarse: si bien da conocer cómo se desencadena en él el mecanismo creativo, no hay garantía alguna de que intentando imitarlo se logre un cuento o un poema de excelencia.
Para eso no basta con tratar de reproducir sus pasos, además, hay que ser Borges y no existe operación alquímica alguna que pueda dotarnos de su identidad a la hora de escribir. Incluso si la inteligencia artificial intentara escribir con su estilo, el texto producido no sería más que eso, un intento de reproducción al que le faltaría lo más importante: Borges mismo.
De todos modos, aquí va la explicación de cómo el autor de El Aleph produce sus cuentos y sus poemas: “Empieza con una suerte de revelación, dice Borges. Pero uso esta palabra de modo modesto, no ambicioso. Es decir, de pronto sé que va a ocurrir algo y eso que va a ocurrir puede ser en el caso de un cuento, el principio y el fin. En el caso de un poema no: es una idea más general y a veces ha sido la primera línea. Es decir, algo me es dado y luego intervengo yo, y quizá se hecha todo a perder (ríe)».
«En el caso de un cuento, por ejemplo, bueno, yo conozco el principio, el punto de partida, conozco el fin, conozco la meta. Pero luego tengo que descubrir mediante mi muy limitados medios, qué sucede entre el principio y el fin”.
Luego habla de cómo elige el escenario de la acción y otros detalles y confluye la explicación del procedimiento: “El escritor prevé todo y se siente trabado. En cambio yo elijo una época un poco lejana, un lugar un poco lejano; y eso me da libertad, y ya puedo… fantasear o falsificar, incluso. Puedo mentir sin que nadie se dé cuenta y, sobre todo, sin que yo mismo me dé cuenta, ya que es necesario que el escritor que escribe una fábula –por fantástica que sea- crea, en el momento, en la realidad de la fábula.”
Si alguna receta existe en materia literaria, quizá sea esta última que señala Borges: creer en la realidad de la fábula.
Diálogos recorre un enorme abanico de temas y numerosas anécdotas interesantes. Desde la relación de Borges con el público hasta el Sur que inspiró varias de sus obras. Desde Conrad, Melville y el mar a su enorme admiración por Macedonio Fernández. Oriente, el I Ching, su amistad con Pedro Henríquez Ureña, su madre, Góngora, Adolfo Bioy Casares, Blas Pascal, la amistad, el místico Swedenborg…
Casi como una enciclopedia o un diccionario, Diálogos no es un libro para leer de un tirón, sino para ir saboreándolo de a poco, para volver una y otra vez a él, para tenerlo siempre a mano a modo de consulta. Como en todos los buenos libros, no se encontrarán en él respuestas definitivas, sino más bien las preguntas que Borges se formuló a sí mismo, los temas que lo inquietaron, las observaciones inteligentes que hizo sobre ellos.
Es precisamente un libro concebido como Borges concebía la literatura: como una de las formas de la felicidad a la que es posible volver muchas veces. Él se considera más relector que lector y propiciaba la relectura porque ningún libro importante puede agotarse en una sola lectura. Diálogos se ofrece como un libro para redescubrir ciertas ideas de Borges, para acompañar las inquietudes que nos asaltan en determinados días. Para redescubrir que la digresión es, quizá, la esencia de la literatura.
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