Milagro Sala está mal. Preocupa su salud. Se nos aparece, de inmediato, la imagen de Gerardo Morales y la crueldad de quitarle años de vida.
Se nos iba a morir, Milagro.
Se nos iba a morir, en la cárcel, la hacedora de una de las obras estudiadas hasta en facultades de los Estados Unidos. Una obra colosal, amasada con sus propias manos. La mafia mediática la tomó retirando dinero de un banco y poniéndolo en el baúl de un auto: eran millones de pesos para pagarle a sus miles de trabajadores. Con eso construyeron la idea de que, poco menos, asaltaba el banco a mano armada. Cretinos, la metieron presa sin tener ninguna causa, lo que fue reconocido inlcuso por el entonces líder radical Ernesto Sanz. Fueron armando una tras otra: todas las causas son ridículas.
Todo ha sido una persecución llevada a cabo por Gerardo Morales, un hombre sin corazón, porque además de lo político, de lo jurídico, está lo humano. No ha tenido la mínima piedad por esa mujer a la que arrastró por la cárcel como a uno de los seres más miserables. Morales es un insulto a la dignidad, a la humanidad. Es una bestia. Localmente tiene poder. Después viene ante el poder real y es un pobre desgraciado. Despojado, como si a un árbol le quitamos todas las ramas.
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¿Qué es poder?
En nuestros países el poder es hacer daño. El poder se ejerce, se ejecuta. Es una estrategia de dominación, como dice Foucault. Es lo que hace Gerardo Morales, le sale bien, hasta lo votan. Lo más notable es que ese poder puede delegarse: a él se lo cedió Mauricio Macri, quien a su vez lo tomó del grupo Clarín, del poder real. Disciplina a las víctimas, financia, garantiza, protege, destruye. Patricia Bullrich, por ejemplo, tiene poder porque es capaz de provocar cualquier perjuicio. El que sea. El menoscabo y el agravio, como herramientas utilizadas sin la mínima culpa, ya que el suyo es un ejercicio de superioridad prestada: se lo facilitan a ella, como algún ratito a otros. Porque todo que sabe acomodar el cuerpo y es útil al prestador, lo tiene.
Cuando Bullrich, por caso, presenta su cárcel, no hace otra cosa que mostrar su poder. Y le sirve a los medios para convertirlo en falsa denuncia. Como cuando muestran a Rigau en La Plata y el dinero de la política: denuncian eso pero, por ejemplo, no a los aportantes truchos de Vidal; los bolsos de dinero de Michetti en su casa; o el pedido de porcentajes a los empresarios de Macri, en efectivo y en negro.
Presentar una parte de la verdad es mentir.
Es ése uno de los estilos de esa mafia mediática. El poder puede hacer que un suicidado pase a ser un asesinado. Que una persona buscada, como Santiago Maldonado, esté en un pueblo donde todos se le parecen. Que a un mapuche lo maten porque tenía ametralladoras y hachas que cortaban árboles de cuajo, en vez de una honda con piedras. El poder baja en Seychelles, para crear una historia de película, pero no baja en Bahamas, donde está la plata de los Macri. Puede hacer que un fiscal excave la Patagonia y sea un héroe o que ese mismo fiscal sea vilipendiado porque reconoce que siempre estuvo equivocado.
Sobre todo el poder, trasmitido, delegado de vez en cuando por conveniencia, a alguien como Bullrich o como Gerardo Morales, sirve para robarse un país y acusar a los otros de sus delitos.
O provocar el inhumando, atroz padecimiento de Milagro en la cárcel.
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Mi amigo Mario Sorsaburu cuenta que una amiga suya reflexionaba sobre 100 años de soledad.
Recuerda lo que cuenta la sublime pluma del Gabo García Márquez, cuando en el mágico pueblo de Macondo, un día ocurre una tragedia, una peste que se instala allí. Se trataba del insomnio. Y mientras avanza, Aureliano Buendía cae en la cuenta de que hay un síntoma más perverso en la peste: las personas afectadas por el insomnio van perdiendo los recuerdos. Aureliano, como el sabio del pueblo, empieza a tomar medidas: pone carteles a las cosas. Esto es una mesa. Esto es una silla. Una botella. Aureliano ve que la peste avanza, que la peste puede agravarse y así comienza a poner carteles también en la vía pública, con explicaciones. Esto es una vaca, que a la mañana se la ordeña, se hierve la leche, se la mezcla con café, se toma café con leche…
La reflexión de mi amigo Mario es que lo que pasó en Macondo puede ocurrir con la Argentina. Podemos ser afectados por la peste del desrecuerdo, de la desmemoria.
Debiéramos entonces, como Aureliano Buendía, salir a poner carteles.
Carteles como Ella es Milagro Sala y no debe estar presa.
Carteles como: Esto es una escuela pública, acá se estudia, se deben crear muchas escuelas públicas. Esto es una universidad pública, aquí se generan médicos e ingenieros, gratuitamente. Esto es un hospital, aquí se atiende gratuitamente a los enfermos para que no se mueran. Esto es el Anses, que otorga pensiones y jubilaciones, y se trata con respeto al jubilado. Este es el ministerio de Cultura…
Y así sucesivamente.
Porque con los gobiernos de derecha, los gobiernos neoliberales, se llame como se llame el intérprete, sea quien sea, hay cosas de las que nos podemos permitirnos olvidar. «
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Ojo. No es que le permiten ser internada en La Plata por humanidad, sino que muerta les puede ir en contra a la hora de contar los votos