Catorce meses atrás, Mauricio Macri recibió un fuerte espaldarazo político cuando su partido obtuvo un caudal de votos de los mayores que puede lograr un presidente argentino en su primer test electoral. El oficialismo extendió su influencia territorial, su peso en el Congreso y derrotó a la principal dirigente opositora, Cristina Kirchner, en un contexto de dispersión del peronismo.
De inmediato, el jefe de Estado robusteció su retórica neoliberal: pidió un ajuste en las provincias, promovió una reforma impositiva que recortaba impuestos a las grandes empresas, una previsional que acotaba aumentos y una laboral que quitaba derechos a los trabajadores. La imagen del presidente comenzó a caer en las encuestas, a lo que se sumaron importantes movilizaciones y protestas ciudadanas contra un recorte a los jubilados.
Sin embargo, un nuevo mandato aún estaba asegurado: tanto es así que una cumbre del PRO en Parque Norte, en marzo pasado, ratificó la estrategia de la «triple reelección»: Macri en la Nación, María Eugenia Vidal en la Provincia y Horacio Rodríguez Larreta en la Capital.
Sólo nueve meses atrás comenzaron las corridas cambiarias que derivaron en el mayor salvataje otorgado por el FMI en su historia. Rápidamente, los analistas –no sólo los locales, también los que le hablan a Wall Street– hicieron sus cuentas: las previsiones pasaron de un triunfo de Macri en primera vuelta, a uno en segunda, a un escenario competitivo e incierto.
Ante esta situación, la oposición comenzó a mover sus piezas, aunque a la velocidad a la que se mueven los seres humanos. En febrero, Cristina Kirchner habló con Alberto Fernández tras más de diez años de distanciamiento. En agosto mantuvo un encuentro con Hugo Moyano, con quien no se veía hacía siete años. En noviembre, luego de tres años de desencuentros, se reunió con la cúpula del Movimiento Evita y también con intendentes que hacía tiempo no veía. La Mesa de Acción Política del PJ se amplió con dirigentes peronistas de todas las vertientes. Sergio Massa pasó de afirmar que el kirchnerismo debe ser olvidado a señalar que Macri debe ser derrotado. Mientras se escribe esta columna, las novedades se suceden.
En ese contexto, ni el deterioro del oficialismo tiene velocidad de colapso, ni la recomposición de la oposición se produce de manera automática. Y el sistema político está aturdido porque un presidente no suele tener en su tercer año de mandato indicadores tan malos como los que se registran cada un cuarto de siglo.
Que no se dé «un 2001» no quiere decir que la sociedad esté desmovilizada. Esta semana, sin ir más lejos, gremios y pymes comenzaron una serie de protestas contra los tarifazos y siete días atrás hubo una protesta organizada por redes sociales contra los aumentos. En ese contexto, vale la pena revisar los reclamos del FMI al gobierno para darse cuenta de que las políticas aplicadas por el kirchnerismo son tanto un obstáculo para el presidente Macri como un sostén de la paz social. Así, recortar una seguridad social que en los últimos años vio ampliar su cobertura y sostenibilidad, eliminar derechos laborales para debilitar a los sindicatos y permitir que el mercado defina por sí solo las tarifas de los servicios públicos son los planteos del Fondo y, por lo tanto, el renovado objetivo oficial. Ocurre que esos «diques» al malhumor social son a la vez un sostén para la situación política del presidente.
La movilización social no ocurre de manera automática. Incluso se ralentiza en los momentos de fuerte deterioro social, como ocurrió cuando en el gobierno de Menem el desempleo se triplicó en pocos años. Y no siempre estalla en el sector más golpeado, como lo experimentó el gobierno de Juan Carlos Onganía con la rebelión de los prósperos trabajadores cordobeses.
Es bueno recordar también que el presidente Macri conserva importantes recursos de poder. Es el jefe de su partido y de su coalición, tiene el aval de la cúpula empresaria, mantiene unida a la alianza que lo llevó al gobierno, su «núcleo duro» de votantes sigue firme y muestra el respaldo de los países desarrollados. Hacia el final de su mandato, Fernando de la Rúa no podía exhibir ninguno de esos atributos.
De esta manera, si las elecciones fueran hoy probablemente el jefe de Estado buscaría apalancarse en los recursos que aún conserva y utilizar una retórica «más que económica» para buscar su reelección. Creo que la oposición tendrá más posibilidades si, de manera contraintuitiva, abandona el lugar «cómodo» que le proveen los malos datos de la economía, sale «a mar abierto» y también disputa sentido en el terreno de las ideas donde están las expectativas, los anhelos, los sueños, las frustraciones, la bronca y la esperanza de los argentinos que buscan un futuro mejor. De eso se trata, después de todo, una elección competitiva, de esas que se disputan «palo a palo». «
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