Me relajé, pero por poco tiempo. Un motín en el penal de Gorriti en Jujuy me sobresaltó. Cuarenta heridos, un muerto. ¡Un muerto! Recé por que no fuera el Beto Cardozo ni Javier Nievas. Al Beto hace tiempo que lo vienen hostigando para sacarle una declaración en contra de Milagro. Lo denunció él y su familia. Y con Nievas, el que según los medios había huido con millones y millones de pesos y fue capturado en un supermercado chino donde trabajaba para sobrevivir, van por el mismo camino. Detuvieron a dos familiares que jamás tuvieron militancia ni política ni social. Todos sabemos que es para presionarlo. Pero resulta que el joven muerto era el sobrino de Beto Cardozo, que si bien no era un militante social y estaba detenido por delitos comunes, no dejaba de ser el sobrino de un preso político y su muerte sucedía en el mismo penal. Rápidamente los medios democráticos de Jujuy decían que era un suicidio. Pero los familiares y amigos del joven rodeaban el penal y se vivían escenas dramáticas. La justicia decidió detener al subjefe del penal y a siete guardiacárceles. La presión de los familiares continuó y la autopsia reveló que al joven Nelson Cardoso lo habían matado a golpes. Tres horas después de esta confirmación la justicia jujeña liberó a los policías detenidos. Sí, leyó bien. Liberó a los policías detenidos.
Siguiendo la línea argumental del presidente de la República uno podría decir que la mayoría del pueblo jujeño supone que a Nelson lo mataron para sacarle una declaración a Beto Cardozo en contra de Milagro Sala.
Sé que a los lectores les costará entender esto, que les parecerá inentendible e indignante, pero 48 horas después del asesinato de Nelson, el contador Morales hizo una fiesta para celebrar la vuelta a la paz y el civilismo en Jujuy. ¿Será todo esto real? ¿En este otro país la vida no vale nada? Tanta angustia me hizo volver a ese bar en la esquina de París, perdón, de Palermo. Me encontré sentado, el café frío y el tostado sin tocar. Levanté la vista y personas de apariencia muy republicana en la mesa de al lado elogiaban al nuevo gobierno. Hay que darle tiempo decían. Pasó a mi lado un grupo de jóvenes en patinetas. Me asusté mucho. Pagué la onerosa cuenta y volví rápidamente al barrio de Once, le compré un conejo de peluche chino a Juana que va a nacer en un mes, me metí en mi casa y llamé al penal de Alto Comedero.
Hola, ¿me puede dar con Milagro Sala? Se escuchó un ruido a rejas y una oficial que gritaba: Saalaa, teléfono.
Hola, Coquito, no puedo hablar mucho, tengo una oficial al lado, deciles a los compañeros que yo no me rindo, que yo no transo, yo soy Milagro Sala y estoy orgullosa de todo lo que hicimos en estos 12 años. Y se cortó la comunicación.
Me quedé con la mirada perdida en la pared, colgué el teléfono y me dije: qué espantoso es vivir en París. «
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