Tiempo viajó a la ciudad chubutense para ser testigo de la conmemoración de los 50 años del hecho que preanunció la crueldad de la última dictadura. Reencuentro de militantes y vecinos.
Hace 50 años, ¿qué viento habrá corrido entre las ropas, las armas y las cámaras de televisión que se arremolinaron por algunas horas en este aeropuerto? Entre agosto y octubre de 1972, el viento de la revolución, el de la violencia estatal y el de la rebelión popular combatieron en una ciudad que todavía se comportaba como pueblo, y ya nada fue igual.
“¿Hay otro encuentro de Mujeres?”, pregunta un mozo con cierta preocupación cuando le consultamos qué sabe sobre la serie de homenajes que hay este fin de semana en Trelew, Rawson y Puerto Madryn. Los paredones acá llevan los tatuajes de aquel Encuentro Nacional de Mujeres de 2018: «No es No», se plantan los graffitis. Ahí también hubo revolución, pero el mozo, cuarenta y poco, no identifica a qué nos referimos con la Masacre de Trelew.
Vía WhatsApp, Lidia -58 años, hija y madre de trelewenses- explica que hace un tiempo se dio cuenta de por qué no se sorprendió a sus ocho años cuando el Canal 3 de Chubut dio la noticia de la muerte de 16 personas en la base naval de Almirante Zar. “Con mi hermano veíamos la serie Combate. Los soldados buenos mataban a los soldados malos, y yo sabía que los malos acá eran los subversivos”.
En la puerta de la sede de Madryn de la UTN, Ilda Bonardi de Toschi puntualiza que la memoria “no es solamente recordar lo que pasó: tiene que ver con lo que queda pendiente, lo que falta por hacer. Y creo que la revolución está justamente en eso hoy”. Ilda está orgullosa de Manuel, periodista del medio rosarino El Ciudadano que anda por acá. Fue maestra y directora de escuela primaria, y hoy su alumno hace preguntas precisas en este encuentro con estudiantes. Hace 50 años Ilda militaba junto a su esposo Humberto Toschi en el PRT-ERP cuando él fue parte del segundo grupo de la fuga desde el penal de Rawson que no llegó a tiempo a subir al avión de Aerolíneas que había partido rumbo a Chile con las cúpulas de las organizaciones armadas. Ya jubilada, cada año viaja desde Gálvez en Santa Fe hasta Chubut para hablar, hablar y hablar sobre el amor. Afirma que es amor y alegría lo que les produce a ella y al grupo de familiares la imagen de la conferencia de prensa que los militantes dieron hacia el final del 15 de agosto, una semana antes de que la Marina las y los asesinara en la madrugada del martes 22. Es que la militancia para ellas y ellos fue y es alegría, y en ese momento definitorio de coraje contra el terror, las cámaras mostraron la fortaleza y la convicción de luchar por la paz. Eso es lo que cada agosto viene a charlar en escuelas e institutos educativos, porque las generaciones pasan y el viento siempre amenaza con llevarse volando hasta los recuerdos mejor enraizados al suelo pedregoso.
La comisión de familiares de las víctimas de la Masacre y las organizaciones de Derechos Humanos de la provincia organizaron un cronograma de actividades durante todo este mes para combatir cualquier intento o instinto de olvido. Porque la memoria ante todo mira al futuro, a Trelew la recorren por estos días ex presos y presas, sus hijos, sus nietas. Un jardín de gente en tenaz movimiento.
La ciudad rebelde
El viento lleva y trae. Al valle del río Chubut llegó en 1865 un grupo de inmigrantes galeses. Un siglo después, el territorio nacional devino provincia, las manos nuevas trabajaron la lana o el dique Florentino Ameghino, los autos trajeron profesionales de la salud o el derecho y el pueblo de pronto se descubrió ciudad. Pero la dictadura de Agustín Lanusse creyó que aquí había un desierto. Quien lea deberá retener esta confusión para entender el brote de auténtica rebelión que también sucedió hace 50 años.
El penal de Rawson fue elegido como destino para cientos de presos y presas por sinrazones políticas. Una cárcel de máxima seguridad en medio de 700 kilómetros de nada, una isla de viento en un mar de piedras: era la imaginación del poder de facto, siempre pobre. “La cárcel es una escuela si la sabés aprovechar”, cuenta Monena Márquez, que lleva en el documento el fabuloso nombre de Emperatriz y estuvo ahí cuando fue la fuga, la frustración, las torturas y el fusilamiento. Monena fue parte de aquella escuela de instrucción política tras las rejas. La dictadura juntó a la rebeldía organizada en un solo lugar para anularla: puede fallar.
Las ideas y las convicciones desbordaron los paredones altos, burlaron a los centinelas y anduvieron por Trelew, ida y vuelta en el ómnibus que llevaba a las familias de los presos. Esa gente nueva por unos días tenía que dormir, comer, bañarse en algún lugar. También adentro de la prisión todo faltaba salvo entusiasmo militante, por lo que Monena y los otros jóvenes fueron contenidos por una comisión de solidaridad de vecinos y vecinas. Nunca faltó un colchón en algún living para atajar a la madre de tal o cual, tampoco los paquetes con yerba, cigarrillos y caramelos con los que atravesar los días y las noches de la alambrada para adentro.
“Para 1972, con mi marido Luis habíamos perdido dos hijos recién nacidos”, narra Celia Negrín sobre un sillón de su departamento, un cuarto piso del edificio más alto de Trelew. Neonatóloga y pediatra, encontraba natural su tendencia a ayudar. Ella y su marido Luis Montalto eran parte de la red solidaria que asistía a los presos y presas del penal. Es que ambos eran nuevos en la zona, porque llegaron desde La Plata en 1968.
Cuando las balas ya habían apagado las vidas de aquellos 16 y Trelew todavía temblaba de espanto, se hizo presente la venganza estatal, el escarmiento. El Ejército llegó como un ventarrón, tiró puertas abajo y se llevó a la precisa cifra de 16 “cómplices” locales de la subversión. Ahí volaron Celia y su marido en un Hércules, dejaron con una vecina a sus hijos de 3 y 1 año de edad y quedaron confinados en la cárcel porteña de Villa Devoto.
Ahora es cuando quien esté leyendo debe recordar la advertencia: los militares confundieron una ciudad con un desierto. Y la ciudad se hartó del atropello, de la destrucción de la paz cotidiana. La bronca se condensó en el Teatro Español, frente a la plaza principal, que se transformó en la Casa del Pueblo desde donde la comunidad organizó marchas multitudinarias, nunca vistas, así como asambleas en las que la inteligencia colectiva presionó y presionó hasta que el gobernador Jorge Alfredo Costa tuvo que viajar a Buenos Aires para volver con los 16 vecinos detenidos pocos días después.
Para Celia Negrín y su familia, las consecuencias de aquellos días no terminaron allí, porque en Argentina el poder dictatorial no olvida cuando lo desafían. En 1976, ella se quedó sin trabajo en el hospital local. Pero su historia de heroísmo común así como muchas otras conforman el Trelewazo, uno de los levantamientos populares menos recordados en la historia del siglo XX nacional.
El espíritu Trelew
Celedonio Carrizo, exmilitante de FAR y Montoneros, voz tenue y mirada de 1000 metros, dice que la experiencia de la cárcel compartida entre militantes de las organizaciones armadas generó una comunión de objetivos inédita. Es que para transformar la realidad primero había que salir, y para salir había que planear, y para planear había que hablar, discutir, ponerse de acuerdo. O no tanto.
“Ahí estábamos con el Robi Santucho -líder del ERP- en el pabellón, trabajando en alguna de las tareas asignadas para la fuga. Él me insistía en que yo le diera razones científicas para sentirme peronista. Y yo soy peronista por mis viejos, ¿cómo le voy a explicar? Pero era en esas discusiones donde se formó algo, una cosa colectiva muy fuerte, que nos permitió llevar adelante el plan”, recuerda. Para Celedonio, la operación de la fuga fue un éxito, y no lo duda a pesar de los compañeros muertos, así como considera acertada la misma caracterización que Fernando Vaca Narvaja hizo sobre la Contraofensiva de Montoneros.
Ilda, Monena y Celedonio, así como otras y otros protagonistas de aquel tiempo, miran el presente a través de un prisma que en lugar de dividir colores, los une. En medio de la crisis económica y política, proponen ese “espíritu Trelew”: cruzar las diferencias frente al mismo enemigo, por el futuro de la patria. Porque así se sintieron siempre: se aceptan subversivos porque ser patriota entonces era luchar contra aquel poder. En esos momentos es como si sus cuerpos se encendieran y un flujo caliente de vapor inflara los pechos al hablar y pensar. Aunque la revolución sea un sueño eterno, el combate está para siempre en el cuerpo. Durante nuestra conversación, el cuerpo vitalísimo de Celia Negrín vive el pasado, las manos se entrecierran y refriegan los antebrazos porque algo pasa ahí, hay un ahora donde fue antes.
El cuerpo es quien recuerda, se titula un reciente libro de la escritora Paula Puebla, y acaso acá en Trelew la consigna sea esa para quienes no habían nacido entonces pero desean entender: que el viento memorioso pase, atraviese y deje lo que trae desde allá lejos. «
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