No se podía seguir en anca de la mentira, como hasta ahora. La derrota es de ese hombre desbordado, atribulado, que anoche le habló al país con una soledad y desolación que espantaba, un presidente que no podía pensar ni en su discurso y que terminó la campaña mostrando el comportamiento de un niño enojado cuando ve que le dan la espalda. La derrota es de esa mujer que quiso construir una campaña metiendo miedo, como cuando decía cosas como que el «tren que no frena». También lo es del FMI por lo que hizo en todo este tiempo, cómo clausuró toda posibilidad de ayuda a la gente y permitió una fuga de capitales monstruosa. Y es de Trump y su intervención, mandando emisarios para tratar de respaldar al gobierno y convencer al electorado. La derrota es por cómo robaron y porque se le fue la mano en el torniquete que le pusieron a la sociedad. Y también es de los medios de comunicación que tergiversaron la democracia y que, bochornosamente, hasta última hora, estuvieron jugando para el gobierno, por lo que se llevaron y le robaron al país de la propia mano del presidente. Son los compadres de la derrota.
Una letanía la del presidente al que anoche le gritaban «sí, se puede…». Sí, se puede, pero lo que se puede es cambiar el destino desde la política. Se puede evitar que esas 3,6 millones de personas se vayan a dormir como les recomendó el presidente, pero a dormir sin tener qué comer. Se debe evitar que haya un 35% de pobreza y millones de trabajadores que deambulan golpeando puertas por un trabajo que no existe porque desde el gobierno hicieron todo lo posible para que se clausuraran esas puertas en cada uno de los días desde que asumieron.
Todo fue una inmensa mentira y lo empiezan a pagar con estas elecciones. Tan drásticamente que era impensado. Y alivia. Alivia como nunca, porque ayuda a creer en la democracia y en la política.
La sensación es de alivio, no de triunfalismo. Porque en algún momento, se podía pensar que la gente no terminaba de darse cuenta de la barbaridad de lo que estaban cometiendo estos tipos con el país. Pero la respuesta es arrasadora.
Y en ese sentido, la gran triunfadora es Cristina. Se manejó como una estadista de fuste que supo encarrilar la campaña hacia el mejor lugar, pasando por encima de todo lo que siempre le adjudican, de «su soberbia», de ser «la mandona». Dio una lección de calidad política, de un entendimiento y de un despojamiento ejemplar, para permitir que la campaña fuese realmente exitosa. Más aun de lo que hubiese sido con ella sola, en función de todos los que la persiguen.
La elección del candidato fue un verdadero acierto. Alberto Fernández recorrió el camino que fue desde el anuncio de Cristina y hoy, demostrando calidad personal y que es un tipo de una raza política que está por encima de la media. Fue muy convincente para la gente que lo empezó a seguir al ver en cada intervención una mayor madurez y seguridad. Jugó con nobleza política y el premio es altamente merecido.
Pero el tipo que más lo merece de todos es Axel Kicillof, el abanderado de la esperanza desde el primer día. Cuando se perdió la otra elección, en el 2015, se fue a una plaza y se puso a levantar a la gente por el aire, y después, como si fuera un personaje de Osvaldo Soriano, hizo una recorrida por la provincia de Buenos Aires de 80 mil kilómetros, con una humildad que no se conoce en términos políticos. Y la respuesta que le dio la gente también alivia. «