Festejar el ajuste prometido y la confirmación del sufrimiento como un gol de la Scaloneta hace exactamente un año. Una extraña cofradía entre fanáticos de la "libertad" y los esperanzados de siempre, le puso color al primer día presidencial.
Pesadillas de masacre y motosierras gauchas; quimeras del patrón oro sin Chaplin, del dólar verde que te quiero verde; alucinaciones de ajustadores, fachos, antiderechos, milicos, neoliberales y otros miembros del parque jurásico. Fiesta decadente y depravada de la alt right. Sueños de un futuro que nos da pánico y locura imaginar. Javier Milei juró, puso la firma y es presidente. En un domingo anarcocapitalista.
“Dios, motosierra y trabajo”, “Con mis hijos no te metas”, “Ideología de Género No”, “Ni un policía menos”, “Cárcel para los chorros K” y, el más seco que nuestras billeteras, “No hay plata”. Las consignas están tatuadas en los carteles que sacuden por los aires las huestes mileistas. Las Fuerzas del Cielo no suman el prometido millón de fieles bajo este sol tremendo: se amuchan en media plaza frente al Parlamento, con suerte.
Banderas con la cara del Milei, pines con la cara de Milei, remeras con la cara de Milei, llaveros con la cara de Milei… las pantallas de la plaza también muestran hasta el hartazgo el rostro del presidente de raro peinado nuevo. Feria liberal-libertaria: Laissez faire, señoras y señores. Panacea de la empobrecida Argentina emprendedora. Peso, transferencia, dólar… lo que venga sirve para que los dealers paren la olla. Miriam vende banderas a 3000 devaluados billetes. “Tres dólares. Le doy una mano a mi vieja, que es jubilada de la mínima y no le alcanza. Poca venta, ‘no hay plata’, como dice el Peluca. Ojalá cambie, así no podemos seguir más”, cuenta la muchacha llegada desde Caballito, y después se pierde entre las bravas columnas de La Alberdi y La Julio Argentino.
Familias enteras y parejitas acarameladas se agolpan frente a las vallas sobre la avenida Rivadavia. Gente de a pie que canta emocionada la Marcha de San Lorenzo y aplaude a rabiar a los granaderos y sus caballos. Votantes rasos de Milei. Voto bronca, inflación, pobreza, hartazgo, irónico, suicida, incomprendido, esperanzado con un ajuste que, dicen, no los va a ajustar.
Las banderas son celestes y blancas con el sol; también confederadas y amarillentas, con la serpiente libertaria. La cascabel de Gadsden busca presas en la plaza. “Soy libertario desde la cuna y traje la motosierra para garantizar nuestros derechos, los del sector privado. No queremos más Banco Central, Ministerio de la Mujer, planeros, impuestos… Motosierra, viejo”, dice en éxtasis Javier, un joven cordobés envuelto en un trapo de la víbora yanqui. ¿Y al que no le gusta? “Palo y a la cárcel, viejo, ganó la motosierra. Mirá clarito el mensaje de la bandera, dice Dont tread on me, no me pises, sino te muerdo”.
Gritos furiosos, más que un himno de la alegría, se escuchan cerca de Callao. “Borom, bom, bom, el que no salta, es un ladrón”, “Cristina se va presa, Cristina se va presa” y el viejo clásico “Yegua hija de puta”. La manada salta en trance. Cuentan que llegaron desde Morón. Alicia está enfundada en un traje del rey de la selva digno de trencito de la alegría: “Quiero la plata que me robaron los K, con eso me alcanza y sobra”. Más prudente, sincera Mariana: “Yo los voté, pero me defraudaron. Quiero vivir en paz, sin inflación, que la plata me alcance, ser feliz. Estoy cansada de mentiras, ojalá Milei cumpla su palabra.”
Hay fiebre de banderas amarillas en el cruce de Solís e Yrigoyen cuando las pantallas muestran a Zelenski, Orbán, Bolsonaro y al rey de España. “Basta de zurdos”, grita una señora súper emperifollada con gorrito trumpista “Make Argentina Great Again”. “¿Usted es peronista?”, pregunta la dama. “Periodista”, responde este cronista. “Menos mal -dice la doña y luego dispara-, esos arruinaron a la Argentina. Yo quiero que esta nación sea grande, como Estados Unidos, donde hay libertad”. El país donde la libertad es una estatua.
Durante el sermón económico de Milei, de espaldas al Congreso, los libertarios festejan cada recorte como si fuera un gol de la Scaloneta. Todos unidos, entonan su grito de guerra, su palabra fetiche, su mantra eleuteromaníaco: “¡Libertad, libertad, libertad!”. Luego reptan por Rivadavia hasta la Casa Rosada. Al llegar, se derriten en Plaza de Mayo. Algunos, no tan fundamentalistas, logran aliviar el calorón con las patas en las fuentes. De repente, cae agua del cielo. Los fanáticos dicen que es el primer milagro de Milei. En realidad son los bomberos voluntarios, que riegan a los libertarios con sus mangueras. “¡Qué lluevan dólares como prometió Peluca!”, desean en la primera fila.
El festín desnudo libertario termina a toda orquesta. Milei saluda desde la Rosada y estalla “Panic Show” de La Renga. El León desata su furia. Lo de siempre, hace su gracia, y les grupies deliran. Luego ofrece su mejor perfil, el derecho obviamente, para ser retratado por los fotorreporteros. “¡Viva la libertad, carajo!”, gritan los mileistas al dejar Plaza de Mayo. Cuántas veces, dijo Spinoza, hombres y mujeres luchan por su esclavitud como si se tratara de su libertad.
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Los pibes en la plaza aplaudían los anuncios de su verdugo en el cadalso. Me hicieron acordar a los que lo fueron a ovacionar a Galtieri cuando el desembarco en Malvinas y que meses después lo fueron a putear.