Pero Patricia Bullrich –su archirrival en la precandidatura de Juntos por el Cambio (JxC) para las próximas elecciones– no le va a la zaga. Porque, sin que aún se haya apaciguado la crisis que la envuelve a raíz del desplome de su alfil, Gerardo Milman, ella, tras la revuelta golpista emprendida en Brasil por partidarios de Jair Bolsonaro, se apuró a diferenciarlo de Mauricio Macri al señalar por Twitter que este último «ejerció su mandato con apego a la ley y respetando las instituciones». Lástima que de inmediato se viralizara una vieja entrevista suya en la señal La Nación+ –emitida originalmente a comienzos de 2019–, donde suelta: «Nosotros somos los maestros de las cosas que realiza Bolsonaro». Moraleja: todo en esa mujer es también una impostura.
Es que para ambos la mentira es la continuación de la política por otros medios, un concepto –introducido y desarrollado hace 90 años por el ministro de Propaganda del Tercer Reich, Joseph Goebbels, que ellos comparten con el grueso de sus correligionarios. Y los frutos de su ejercicio sistemático, con la consiguiente amplificación de la prensa amiga, brindan notables resultados al naturalizar su muestrario de ficciones en un vasto sector del cuerpo social. Un ejemplo: haber convertido el suicidio del fiscal federal Alberto Nisman en un «asesinato». Así funciona el negocio del ilusionismo político.
Pero su práctica compulsiva y atolondrada suele dejar algunos flancos sin cubrir; flancos ingobernables por la dialéctica misma de la realidad.
Puede que de ello sean ahora conscientes –claro que tardíamente– tanto Milman como D’Alessandro. El primero, encerrado en la casona de Adrogué donde ha vuelto a convivir con su esposa, la diputada bonaerense Florencia Retamoso. Y el segundo, en la aldea turística de Costa Esmeralda, entre Mar de Ajó y Pinamar, en la cual, acompañado por su familia, eligió distanciarse del epicentro de sus jaquecas. Es posible que, en sus respectivos escondites, ambos reflexionen una y otra vez sobre la cadena de hechos y circunstancias que los llevó hacia la desgracia.
A todas luces, el inicio de la actual coyuntura –quizás la más dramática desde la restauración de la democracia– fue el fallido magnicidio de Cristina Fernández de Kirchner.
Se sabe que, apenas dos días antes, Milman se ufanó ante dos asesoras, al decir: «Cuando la maten (a CFK) yo voy a estar camino a la costa». Tales palabras, aunque sin consecuencias penales, lo llevaron a un sitio maldito.
Más allá de la pereza evidenciada por la jueza María Eugenia Capuchetti en dilucidar la verdadera naturaleza de semejante frase, fue su trascendencia la que le deparó a su autor otro infortunio al quedar al descubierto las siguientes trapisondas: dádivas a roletes, contrataciones de dudosa factura, exacciones ilegales (uso de recursos del Estado en beneficio propio), lavado de dinero y enriquecimiento ilícito, junto con algunos detalles bochornosos sobre su vida privada que no vienen al caso.
A D’Alessandro no le fue mejor. El esquema de seguridad que dispuso alrededor del departamento de CFK en Recoleta supo favorecer el ataque que sufrió (algo que su abogado, José Ubeira insiste en que sea investigado). Pero, en rigor, su vertiginosa caída en picada comenzó el 17 de octubre, cuando el diario Página 12 reveló el «retiro espiritual» que acababa de efectuar en Lago Escondido con cuatro jueces federales, el fiscal general porteño, un jerarca de la AFI macrista y unos directivos del Grupo Clarín. Aquello le deparó otra pesadilla al trascender los chats en los cuales, con sus colegas de travesía, planificaba una estrategia para encubrir tal escapadita y, luego, al ser filtrados otros chats que dejaron a la intemperie su relación promiscua con el actual presidente de la Corte Suprema, Héctor Rosatti, y los negocios espurios del Gobierno de la Ciudad con el «zar de las grúas», Marcelo Violante.
Desde luego que detrás de las inconductas de uno y otro estaban nada menos que Bullrich y Larreta.
Pero mientras que, casi a coro, todos ellos le endilgaban al kirchnerismo las filtraciones, voces de JxC reconocían su origen en la acción de operadores pertenecientes a sus propias filas, tal como Tiempo lo reveló en su edición del 24 de diciembre. En otras palabras, Milman era delatado desde el entorno de Larreta a modo de tiro por elevación hacia Bullrich. Y viceversa. La dinámica consistía en espiarse entre ellos como paso previo a las delaciones mutuas.
En medio de esta comedia shakesperiana de bajo presupuesto quedó en el limbo lo que el lenguaje jurídico denomina «la cuestión de fondo». Es decir, la pesquisa sobre el ataque a CFK.
Al respecto, mientras Capuchetti se empecina en aferrarse a la hipótesis de los «loquitos sueltos» (Fernando Sabag Montiel, Brenda Uliarte y Gabriel Carrizo), los abogados querellantes, José Manuel Ubeira y Marcos Adazábal, pugnan por avanzar hacia los mandantes del asunto.
Su estrategia –tal como señaló Ubeira en diálogo con Tiempo– gira en torno a diferentes ejes: «Profundizar la pesquisa en torno a las dos asesoras de Milman (Ivana Bohdziewicz y Carolina Gómez Mónaco) que lo acompañaban el 30 de agosto en la confitería Casablanca; poner bajo la lupa el dispositivo policial ordenado por D’Alessandro en torno al domicilio de la vicepresidenta; establecer con exactitud el vínculo de los detenidos con Revolución Federal; solicitar (al juez Marcelo Martínez de Giorgi) ciertas medidas de prueba sobre su financiación por parte del Grupo Caputo, además de ya haber solicitado (a la Sala I de la Cámara de Casación) la revocatoria de la excarcelación que se le concedió a su caudillejo, Jonathan Morel».
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