La bióloga aboga por un análisis socioambiental de la pandemia. Dice que la distribución desigual de recursos y la falta de urbanización siempre repercuten en la salud, no importa el agente infeccioso.
–¿Cómo se aborda desde la epidemiología lo que sucede en los barrios populares?
–Cuando desmembrás las problemáticas sanitarias en estos espacios, los disparadores de enfermedades son siempre los mismos, lo que cambia es el agente infeccioso. Si un parásito o un virus ataca a una persona mal nutrida, va a ganar. Es la famosa teoría del caos, está todo relacionado. No es azar que exploten los casos en los espacios vulnerables, sino el resultado de una distribución desigual de la riqueza. Por eso hablamos de «determinantes sociales». Ya lo dijo Mario Rovere: «No se enferma quien quiere sino quien puede». Cuando empezás a investigar estas enfermedades, entendiéndolas desde una escala macro, aparecen los desmontes masivos, el tráfico de animales, la globalización, lo que hace que se reproduzcan disparadores de nuevos agentes infecciosos. La epidemiología es una herramienta para pensar políticas públicas, que analiza la problemática desde diferentes dimensiones, como si fuera armar un rompecabezas. En lo personal, entiendo que todas las políticas públicas repercuten sobre la producción de enfermedades.
–Que exploten los casos en villas, hotelados o conventillos, ¿era algo previsible?
–Que haya más casos en determinados lugares resulta de las políticas públicas que tomás, y no sólo las sanitarias. No suele pensarse la urbanización como una política sanitaria, pero lo real es que la organización del espacio es una política sanitaria: si el lugar tiene espacios verdes, si hay distancia entre las casas, o la forma de llegar al trabajo, si es estresante o densa, todo eso repercute en la salud. Un ejemplo: hubo brotes de dengue en Puerto Iguazú porque la comunidad juntaba agua por no tener suficiente presión en el servicio.
–¿Cuánto impacta lo espacial en la diseminación de casos?
–La Argentina tiene una organización espacial que es como la cabeza de Goliat: todo confluye en Buenos Aires, los trenes, los puertos, y eso nos perjudica como país, incluso para la propagación de enfermedades. Lo real es que la organización del espacio es una política sanitaria. Y la pandemia trajo a debate la importancia de tener ciudades con menos densidad de gente, más homogéneas y descentralizadas, con transportes limpios, menos atestados, y una matriz económica y productiva redistribuida en todo el territorio nacional.
–¿Si el país estuviese mejor urbanizado tendría menos contagios?
–Desde ya. Basta comparar la tasa y el modo de contagios del AMBA con el resto del país. Países del primer mundo, con una organización del espacio totalmente diferente, se incendiaron de casos por las políticas sanitarias que tomaron o que no tomaron, pero luego salen más rápido del pico de la curva de contagios. Por eso, para la Argentina, donde los casos crecen y hay muchos barrios vulnerables y falta de urbanización, la mejor estrategia fue la cuarentena rápida, y realmente mitigó el incendio. La vacuna que hoy existe contra el coronavirus es el distanciamiento, sea el país que sea.
–¿Cómo imaginás los próximos meses?
–La diferencia con gran parte del resto del mundo es el clima. Entramos en invierno. Empiezan a dispersarse otros agentes infecciosos en el ambiente, con el sistema sanitario ya en alerta por el Covid–19, que demandarán mayor atención y ocupación de camas. Ahora más aún nos tenemos que cuidar.
–¿Es un problema que la cuarentena no se haya implementado de la misma forma en toda la región?
–Brasil, sobre todo, es un problema. Por eso es importante que todavía las fronteras no se abran. Hubiese sido clave afrontar la pandemia de manera regional. Para eso servía Unasur, que incluía Unasur Salud, donde se debatían estrategias sanitarias a nivel regional. Las enfermedades no tienen fronteras políticas. Y con la globalización, si dependen del ser humano como vector, están en poco tiempo en todos lados.
–¿En el futuro van a repetirse estos virus?
–Mientras se mantenga este tipo de sistema económico y productivo, va a haber otras epidemias. Está el Sars-CoV-2, porque antes estuvo el 1, que quedó en Asia. En los últimos diez años hubo muchas enfermedades masivas, como el Mers, la gripe aviar o la H1N1, y seguirán emergiendo. Cada vez ocurren con más frecuencia. Por eso es urgente pensar estrategias integrales de corto, mediano y largo plazo, para organizar el país, las redes de comercio y transporte y la urbanización, que no es sólo para las villas, porque instalar un shopping en un barrio residencial también es mala urbanización. Desde la eco–epidemiología decimos que en esa planificación estratégica tienen que escucharse todas las voces, sobre todo las de los propios territorios, que tienen su voz propia. Y que hay una determinación social de la salud: según tu estrato, sabés de qué te vas a enfermar. El estrés en la clase alta puede deberse a que perdiste un millón en la Bolsa; en los más humildes, es por cómo alimentás a tus hijos.
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