Cara o ceca. En octubre la competencia crucial en provincia de Buenos Aires se definirá entre dos: Cambiemos o Cristina Fernández de Kirchner. Tal como ambicionaron el Gobierno y CFK, la polarización está servida. Y no es sólo electoral: en tres meses confrontarán segmentos sociales, realidades económicas y visiones de país antagónicos en una elección de medio término con rasgos de batalla final.

Lejos de la intención fundacional -aperturista y ordenadora-, las PASO funcionaron como la previa de un balotaje. En especial en Buenos Aires, donde la aritmética electoral diagnosticó un territorio dividido en partes iguales: la ex presidenta y el candidato PRO, Esteban Bullrich, se repartieron 6 de los casi 9 millones de votos que se pusieron en juego. El tercio restante se distribuyó entre opciones que, salvo la izquierda, quedaron maltrechas por apostar al baño María. Ese territorio caliente de urgencias y pasiones políticas no está para tibiezas.

Terceros afuera. El “opo-oficialismo” que proponen Sergio Massa y Florencio Randazzo tienen pocas perspectivas de crecer en una campaña signada por la teoría del freno: CFK se muestra como la única capaz de frenar al Gobierno; Cambiemos imposta que su mayor misión es frenar el regreso K. Es un modo de llevar las miradas al pasado enojoso para evitar que se posen sobre un presente de angustias.

Así las cosas, el resultado de la primaria abrió la temporada de caza del voto útil. A diferencia de otras legislativas, donde rige la lógica del premio y castigo, en octubre se decidirá más por anti que por pro. Los que apoyan al presidente Mauricio Macri ya se expresaron, igual que los que sueñan con el regreso de CFK. Esos votos serán ratificados en octubre. La duda es qué harán los que no se presentaron a votar -un 7 por ciento del padrón, según la media histórica- y, sobre todo, los tres millones que en las Paso esquivaron la polarización.

Quienes quieran demostrar su desagrado con las políticas de Gobierno ya saben que la dispersión de su voto, como ocurrió este domingo, pondrá al macrismo en posición de celebrar un triunfo que le permitirá avanzar en su agenda de ajuste ¿Primará la reprobación a las políticas del presente y el temor a lo que viene, o el castigo a los desatinos del pasado?

El Gobierno promoverá el voto anti K con recursos ya conocidos: avanzada judicial contra ex funcionarios kirchneristas, campaña del miedo sobre las presuntas consecuencias económicas de un triunfo de CFK. Contará, como hasta ahora, con un aparato de propaganda aplastante y la colaboración de funcionarios judiciales afines al poder.

La ex presidenta buscará perforar su techo abrazada a las víctimas del modelo PRO, fortalecida por el envión de una remontada épica que el gobierno le sirvió en bandeja con su torpe manipulación en la difusión del escrutinio.

En la previa de las PASO, algunas encuestas sondearon cómo se comportarían los votantes de Massa y Randazzo ante la eventualidad de que esas opciones derraparan a la banquina en la recta final. El 30 por ciento de los que votarían al tigrense afirmaron que votarían a Cambiemos, mientras que el 70 por ciento de los que elegían a Randazzo optarían por CFK. El dato abona el juego especulativo, pero no mucho más: como viene ocurriendo desde hace años, el domingo se demostró que las encuestas dejaron de ser un diagnóstico riguroso para formar parte del cotillón proselitista.

Tampoco sirve de mucho comparar la elección que viene con la que consagró a Macri en 2015. En esa instancia sólo se elegía entre dos, mientras que en octubre habrá más alternativas sobre la mesa. Una fuga hacia esas opciones, por pequeña que sea, impactará en el resultado final ¿Cuánto? Imposible saberlo. Pero si algo quedó claro el domingo es que en esta etapa a los argentinos les gustan las cosas claras: tanto en provincia, como en el resto del país, las mayorías votaron oficialistas y opositores reales. Y castigaron a quienes realizaron una ambiguo “apoyo crítico” que muchas veces resultó funcional al oficialismo.

Massa en Buenos Aires, Juan Schiaretti en Córdoba, Martín Lousteau en Capital, Miguel Pichetto en Río Negro, Carlos Verna en La Pampa y los Sapag en Neuquén son algunos de los que terminaron lesionados por caminar por la “ancha avenida del medio”. Como es usual, los electores percibieron mejor que muchos de sus dirigentes la magnitud de lo que está en juego. Y en un país futbolero como la Argentina, todos saben que no se le entrega la responsabilidad de definir por penales a quienes les tiemblan las piernas.