Una productora alerta sobre las diferencias entre quienes producen a pequeña escala y son parte de un entramado social en sus localidades, y el agronegocio sin rostro humano, que especula, extrae las riquezas del suelo y no deja nada. Tres propuestas para reducir desigualdades.
Los pequeños y medianos productores vivimos en el pueblo, tenemos la chacra, los árboles, la casa, el galpón y herramientas de trabajo muchas veces obsoletas –ante la demanda de tecnología que requiere este modelo con respecto al tamaño, eficiencia y rapidez–. Somos los que vivimos en esta tierra -pueblo, chacra, campo- todos los días; a veces nos vemos en la necesidad de alquilar para ampliar y lograr un ingreso que nos sirva. Somos quienes conocemos y cuidamos la tierra, nuestro entorno, ambiente, sus plantas, su suelo, el cauce del canal del arroyo que nos pasa cerca, la pendiente de los terrenos, la fauna y la flora autóctona. Ese es nuestro territorio, nuestro hábitat, nuestra casa. La cuidamos porque la heredamos de nuestros padres y queremos conservarla para los que vienen. También conocemos a nuestros vecinos. Queremos una convivencia buena. No los vamos a intoxicar usando agrotóxicos o vendiendo alimentos de mala calidad. Tenemos diversidad de producción, distintos granos, distintas carnes -vacas, chanchos, ovejas- y algunos tambos han sobrevivido: la lechería es una actividad que se fue concentrando en pocos y grandes productores, al igual que los cerdos.
En frente está «el otro» sujeto, ese que nos desplaza, que compite por la tierra, por la producción, por nuestras instituciones históricas (las cooperativas), que impone su propio modelo de negocio. Que ni pasa por nuestras localidades. Que no comercializa en nuestras zonas. Que no compra tierra, sino que las alquila. Paga alquileres muy altos, que los pequeños productores -a quienes no nos dan los números- no podemos pagar. Ellos sí. Arman fondos con muchos inversores del sistema financiero. Ese dinero otorga una determinada renta por mes. Ni saben dónde se destina esa plata. Nosotros sí lo sabemos: viene a competir -con nosotros- por la tierra.
En nuestra zona están viniendo los maniseros de Córdoba. Pagan una locura. ¿Por qué? Porque al maní se le quitaron las retenciones. Entonces, los mismos maniseros que desplazaron otros cultivos en Córdoba, se están expandiendo más allá de esa provincia, alquilando campos a precios descomunales.
Es un modelo extractivista. Y no lo decimos caprichosamente. Es lo que hacen. Extraen como si nuestro suelo fuese una mina. Llegan a nuestros pueblos, nuestra identidad, nuestro suelo, nuestros vecinos, nuestro ambiente, nuestro hábitat, y lo usan como una plataforma de la cual extraen todo para su negocio. Y lo pueden hacer impunemente porque no hay políticas que los limiten. Llegan, se llevan todo y se van: no van al taller del pueblo, vienen con maquinarias y camiones de afuera; no van ni a la estación de servicio, ni a la ferretería, ni contratan mano de obra local, ni pasan sus granos por las cooperativas que siempre fueron el sostén de los pequeños productores. Sacan la producción en camiones ajenos, con transportistas ajenos, se llevan todo a sus propios acopios o directamente al puerto de Rosario. Y además de todas estas ventajas, el Estado los ha beneficiado aún más. ¿Cómo? No pagan impuestos -sus recursos no se sabe la procedencia, no figuran en ningún lado- y además les dieron cuatro «dólar soja», es decir un dólar diferenciado, mucho más alto, ganaron mucho más dinero. Y los pequeños productores, que ya no teníamos soja para vender, no nos vimos favorecidos por ese dólar.
Los pequeños productores cada vez somos menos. Y a nadie le importa. Y somos los que sostenemos la diversidad y el medio ambiente en los territorios rurales, la flora, la fauna, los nutrientes del suelo, la biodiversidad, las comunidades locales, la cultura, la identidad de todos estos pueblos.
La gente de las grandes ciudades debería entender esta problemática, porque es justamente por esto que ocurre que la calidad de los alimentos que consume es cada vez peor, y los precios son cada vez más altos. Porque se concentran -cada vez más- en pocas manos. Y son las que terminan definiendo la cantidad, la calidad, el precio, la disponibilidad y el acceso a los alimentos, en función a sus intereses personales y no a las necesidades del pueblo.
El sistema es así: si el negocio internacional es sembrar soja o trigo, todos siembran eso. Al momento de cosechar este grano, no se fijan si el pueblo precisa ese grano para el pan o los fideos. Lo esconden. Se lo guardan. Especulan con el valor de ese grano. Después extorsionan a los gobiernos diciendo que no hay disponibilidad de trigo si no les dan subsidio. Entonces los gobiernos le terminan dando subsidios a esas industrias para que -con ese trigo que tienen retenido- hagan harina, y la ofrezcan a determinado precio al pueblo. Pero ese precio nunca se cumple. Lo mismo ocurre con la carne, los lácteos y la diversidad de alimentos. La gente no lo sabe. Porque esos alimentos nunca llegan a las góndolas. Me refiero a la carne de cordero, de cerdo, de conejo, etcétera. Y si llegan a ser comercializadas localmente, en muchos casos es a precios carísimos.
Ante toda esta situación, lo que proponemos desde los pequeños productores y también desde la Mesa Agroalimentaria Argentina es algo que existe en muchísimos países del mundo:
1- Maquinaria agrícola acorde a nuestra escala y diversidad productiva, y a precios accesibles.
2- Financiamiento de créditos con una tasa inferior a la que ofrece el mercado.
3- Que existan espacios comunes en nuestras localidades para transformar estos alimentos y ofrecerlos al consumidor (pequeños frigoríficos locales, pequeñas usinas lácteas, mercados de proximidad).
Necesitamos que el Estado segmente las políticas para el sector, que se den más facilidades, más herramientas, más mecanismos para aquellos que producimos una diversidad de alimentos. Que sea diferenciada por escala o por tipo de producción, para aquellas producciones que el Estado desea promover, y que no sean sólo las que generan divisas o comodities; sino que sean alimentos sanos para el pueblo.
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No era que tenemos leyes antimonopolios? O es solo un verso? Otro verso más de los políticos que sólo quieren ver SUS bolsillos aumentados, SIN importar lo que causen a otros, y al mismo planeta destruyéndolo. Sepamos votar.