Mañana se reanuda el juicio por la obra pública de Santa Cruz. La estrategida discursiva del fiscal y la de su copiloto Sergio Mola. Los nexos con el macrismo y el rol de los medios.
En términos judiciales, una frase repetida muchas veces no adquiere mayor fuerza de convicción para un juez. Por lo menos no debería. La suma de todos los ceros da como resultado cero. Pero mediáticamente es diferente y la repetición obsesiva y multiplicada de una afirmación, sea cierta o no, termina por penetrar en el inconsciente colectivo hasta transformarse en un axioma: una enunciación tan evidente que no necesita ser demostrada.
Ese parece ser el objetivo del alegato que, no obstante, también tiene un costado técnico. Luciani tiene una larga historia judicial que comenzó como escribiente en el juzgado federal de Juan José Galeano, el magistrado que “investigó” el atentado contra la AMIA y puede terminar preso por su actuación. Ya fue destituido, condenado en primera instancia y espera que la Cámara de Casación le revoque o le reduzca esa condena. Caso contrario, le espera la cárcel. Luciani participó involuntariamente en un hecho insólito que quedó en los anaqueles del ridículo en el anecdotario del Poder Judicial: una denuncia que formuló el propio Galeano porque un detenido tenía hambre durante una indagatoria y se comió un pebete de jamón y queso que estaba sobre el escritorio en el que prestaba declaración.
Sobre Mola esta semana el ministro de Justicia, Martín Soria, mostró la foto de su juramento ante el procurador general interino eterno Eduardo Casal, con parte de la plana mayor de Juntos por el Cambio sonriente en la primera fila. Incluso el procurador bonaerense Julio Conte Grand y el ex jefe de la Policía Federal Néstor Roncaglia. Mola fue designado el día de los inocentes de 2018 como fiscal general adjunto de la Procuración General de la Nación, mediante un decreto firmado por el entonces presidente Mauricio Macri y su ministro de Justicia, Germán Garavano.
Mola fue designado como una suerte de ayudante de Luciani, de la misma manera que durante la etapa de instrucción de la causa la Procuración designó al fiscal Ignacio Mahiques (que pertenece a otro fuero) para que ayudara a Gerardo Pollicita. Mahiques es hijo de Carlos, ex ministro de María Eugenia Vidal y hoy juez de Casación Federal, el tribunal que deberá revisar el fallo en el juicio por la obra pública. Además, es hermano de Juan Bautista Mahiques, actual fiscal general de la Ciudad de Buenos Aires y ex representante del gobierno de Macri en el Consejo de la Magistratura.
Ni Luciani, ni Mola, defraudan. Conocen en detalle la causa, articulan la prueba, casi que la acomodan en una línea de tiempo y, en definitiva, para su objetivo de lograr condenas a granel, están haciendo un buen trabajo.
El trabajo parece repartido. Mientras Luciani le apunta todo el tiempo a Néstor Kirchner como el supuesto ideólogo de lo que define como “matriz de corrupción”, Mola se dedica a responderle –incluso con chicanas de neto corte político- a CFK, especialmente a lo que dijo durante su declaración indagatoria, cuando zarandeó a jueces y fiscales que se quedaron como pollitos mojados pero con la sangre en el ojo.
Luciani habla de Néstor Kirchner como el verdadero jefe de lo que define como una organización montada para sacarle dinero “a todos los argentinos” con el pretexto de hacer obra pública que, según su visión, no les interesaba. Y le reserva a Cristina Fernández de Kirchner (a quien casi nunca menciona por su apellido de casada pero reiteradamente por su segundo nombre, suponiendo que ello le molesta) el rol de continuadora.
Antes de cederle sus minutos de fama a Mola -quien adquirió mayor protagonismo en la segunda jornada-, Luciani respondió a Cristina cuando le enrostró al “tribunal del lawfare que seguramente ya tiene la condena escrita” que esa eventualidad no le interesa: “a mí me absolvió la historia y a ustedes seguramente la historia los va a condenar”. Luciani dijo: “si a la vicepresidenta no le interesa a este Ministerio Público Fiscal sí le interesa”.
Y Mola abrió su etapa alegatoria invocando, aunque con otro sentido y evidente ánimo de chicana, la frase con que el kirchnerismo resume sus 12 años de gobierno: “no fue magia”. El fiscal ayudante parece haber repasado una por una cada expresión de Cristina en aquella declaración y elabora su exposición de manera tal de llegar siempre a una oportunidad para contestarle. Por ejemplo, cuando Luciani dedicó su segunda parte del alegato a atacar la presunta falta de controles en las licitaciones, adjudicaciones y desarrollos de los contratos por las obras, Mola sostuvo que nada de lo que les imputa a los ex presidentes hubiera ocurrido de haber existido “funcionarios que controlaran, funcionarios que hubieran funcionado”.
¿Qué puede esperarse de las siete jornadas que aún faltan del alegato? Más repeticiones de las frases machacadoras, menos volumen mediático, más detalle técnico y construcción de secuencias temporales y, acaso, alguna sorpresa. Como la exhibición de los whatsapp extraídos del teléfono de José Francisco López, el ex secretario de obras públicas –imputado también en el juicio- al que todo el tiempo referencian por el episodio de los bolsos, pese a que ese hecho no se juzga en este proceso.
Los chats de López causaron impacto incluso entre las defensas de los imputados. Estaban desprevenidos; ahora levantaron la guardia.
Como en una carrera de largo aliento, la primera jornada tuvo un ritmo vertiginoso y ahora viene el tiempo de regular, dosificar el esfuerzo, para llegar a la etapa final acelerando el paso. Entonces habrá frases para títulos de portales y diarios y un broche de oro con un pedido de pena altísimo para todos, especialmente para la ex presidenta.
Los fiscales cuentan con la certeza de que eso tendrá una amplísima cobertura y repercusión en un sector de la prensa y, como contrapartida, cuando las defensas refuten y cascoteen todo lo que desgranaron y desgranarán en lo que resta de sus acusaciones, la noticia que hoy es tapa pasará probablemente a la sección del turf o al suplemento de cocina.
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