Reflexiones sobre la cuestión nacional

Por: Ricardo Romero

Un dos de abril de 1982, el gobierno argentino de facto decidió recuperar por la fuerza las islas del Atlántico Sur. Esta acción no debería haber sorprendido. De hecho, a lo largo de marzo se había recrudecido un pleito en las Georgias, con el establecimiento de una chatarrera y la negativa del Reino Unido de visar tarjetas blancas y exigir el sellado de pasaportes. El desplazamiento de fuerzas militares por parte de la Corona incentivó al régimen argentino a avanzar sobre el archipiélago, alegando una acción militar defensiva (única permitida por Naciones Unidas). Por eso, el mismo 2 de abril, los diarios anunciaban una inminente recuperación de las Malvinas, algo que sucedería durante ese día.

Es claro que la movida intentaba relegitimar a un gobierno en decadencia que quería resguardar su acción genocida con una causa justa, la reivindacación de soberanía sobre las Islas del Atlántico Sur por Argentina.

Si el gobierno británico hubiera sellado las tarjetas blancas de los obreros emplazados en las Georgias, hubiese seguido un proceso de acercamiento y negociación sobre la descolonización de las Islas que comenzó con la Resolución N° 2065 de las Naciones Unidas.

Los militares argentinos no entendieron el pedido de moderación del Consejo de Seguridad, instancia que habilita una guerra defensiva, y no comprendieron que Estados Unidos avalaba las acciones internas pero no una confrontación con un aliado estratégico. En ese marco, la guerra estaba rodando y su desenlace era previsible.

De la discusión de Iure al de Facto. Quizás al ser un gobierno poco afecto a las leyes, la Junta Militar no comprendió que su accionar cerraba un proceso de avances que se había realizado en el reclamo de utis possedetis iure (posesión legal) de las Malvinas, y que por una acción que implicaba el utis possedetis facto (posesión de hecho) pasaba al que trataba e intenta en la actualidad el Reino Unido de reconocer soberanía de los habitantes, po lo que se retrocedía en las posibilidades de lograr el restablecimiento de la posesión argentina sobre las islas.

Si bien cualquier estudiante de geografía indicaría la pertenencia del archipiélago al territorio más cercano, esto no es así para los argumentos de Gran Bretaña, que reivindica la ocupación y colonización de las mismas.

Cabe recordar que la usurpación británica se produce sobre una ocupación efectiva de las Provincias Unidas del Río de la Plata, que asumió para sí los territorios españoles de América y que la había ocupado desde 1820. Además, en el reconocimiento de Gran Bretaña a la independencia de la región no hubo reclamos por las islas.

En este sentido, si bien los británicos habían establecido una efímera base en Puerto Egmont 1765-1774, los españoles estuvieron en Puerto Soledad desde 1767 hasta 1811. Por lo que la ocupación desde 1833, por parte de la Gran Bretaña implicó una conquista colonialista, punto que se va a sostener como conflicto hasta instalarlo como debate en la formación de un espacio internacional que comenzó a generar políticas al respecto: la ONU.

Descolonización y avances diplomáticos.

Desde 1947 hasta 1963, la representación argentina realizó 28 reservas ante la ONU sobre el tema del archipiélago. Luego de la Res. N° 1514, donde se firma la “Declaración sobre concesión de la Independencia a los países y pueblos coloniales”, se habilitó la incorporación de Malvinas como un tema especial a tratar. Así, la Res. N° 2065, en 1965, reconoce el litigio entre Argentina y el Reino Unido sobre las islas, donde la corona constantemente advirtió de derechos de los pobladores, aunque nunca reconoció gobierno propio, lo que les deja el status colonial.

La Guerra de Malvinas va a provocar un retroceso en los avances sobre el restablecimiento de la soberanía argentina en las Islas. Las diferentes acciones que vinculaban el archipiélago con el continente, como vuelos y provisiones, serán suspendidas a partir de la contienda bélica.

Reafirmación de Soberanía y nuevos avances.

A pesar de los retrocesos, donde se llegó a reconocer la visión británica de autodeterminación de los Kelpers, a seducirlos con un Winnie Pooh en los años ´90, es necesario sostener la iniciativa de reivindicar los derechos argentinos sobre el Archipiélago y reinstalar en el sistema internacional el debate sobre los enclaves coloniales. Además, se suma el apoyo internacional al reclamo argentino, junto las acciones de bloqueo a la explotación ilegal que realiza la corona británica sobre las Islas.

En este marco, la Corona Británica sabe que está floja de papeles y con baja legitimidad sobre el tema, por lo que intenta cambiar la categoría de las Islas de Colonia a Protectorado, tratando de otorgar a unos miles de empleados, que proveen de servicios a la estructura administrativa de ocupación, una ciudadanía que, en los hechos no la tienen, que va a permitir seguir explotando los recursos petroleros y marítimos de la región, además de sostener un punto geoestratégico militar de relevancia.

Si bien es cierto que el “nacionalismo” se profundiza con el devenir de los mercados nacionales y la delimitación de las nacientes burguesías del control de estos espacios, cabe destacar que esta construcción tiene raíces previas en la crisis de las formaciones feudales. La delimitación de un Estado-nación también se sustenta en la delimitación de elementos comunes, como lengua, cultura, territorialidad o historia de un pueblo. En este sentido, la “Nación Argentina” fue un proceso de construcción sociohistórica, que aún hoy continúa. En el artículo Nº 35 de la Constitución Nacional, hoy vigente, se reivindican los antecedentes de su constitución como Estado Nacional desde 1810, por ende, esta identidad deviene de las Provincias Unidas del Río de la Plata y sus pretensiones territoriales, entre ellas las Malvinas, que fueron ocupadas en 1820 y reivindicadas como propias por esa incipiente nación.

Por su parte, el Reino Unido en su faz expansionista, avanzó sobre diferentes territorios, generando diferentes formas de vínculos imperialistas (colonias, protectorados o dependencias), a fin de garantizar provisión económica o puntos geoestratégicos de su dominio: allí están las Malvinas, ocupadas en 1833. Tras 190 años, las Malvinas siempre estuvieron bajo reivindicaciones cruzadas, la Argentina mantuvo su posición de sostener derechos legales y geográficos sobre el archipiélago, en tanto que el Reino Unido mantiene la posesión de las islas, tanto por ocupación de hecho como por la asignación de soberanía a los pobladores actuales, que abastecen sin autonomía a un ejército de ocupación.

No se puede subestimar la importancia de las islas, tanto para la acumulación capitalista de ambas naciones, las posibles riquezas de petróleo en aguas profundas y la posición geoestratégica de protección militar que constituyen una “causa nacional”, tanto para la Argentina como para el Reino Unido. Por ende, es seguro que el país y América Latina vivirán mejor si se recuperan.

Delimitada la “causa nacional” de ambos países, resta preguntarse de quién son en realidad las Malvinas. En este sentido, durante el siglo XIX, el devenir de los Estados Nacionales remplazaba la justificación divina (que se plasmaba en tratados internacionales) por diferentes procesos, entre los cuales se encuentran la expansión del Imperio Británico y la formación de la República Argentina.

De hecho, es claro que si bien el “Plan de Operaciones” puede dar una incipiente marca del proyecto nacional que echó a andar a la Revolución de Mayo, lo cierto es que durante el siglo XIX las Provincias Unidas del Río de la Plata devendrán en República Argentina tras fuertes tensiones y guerras que llevaron a pérdidas de territorios aspirados (como Paraguay o Uruguay) o hasta la consolidación con espacios ocupados (como la Patagonia).

Los Estados se constituyeron a partir de la unión o separación de pueblos que estuvieron fusionados o disgregados, pero cabe ampliar, que generalmente concluyen con acuerdos y tratados internacionales que delimitaron los espacios de soberanía nacional y cuando no es así, se mantienen reivindicaciones que son explicitadas y mantienen los conflictos. Es el caso Malvinas.

El siglo XX generó un sistema de acuerdos internacionales que propician espacios para la discusión y, según la situación, la resolución de conflictos territoriales de forma pacífica o la protección de asuntos nacionales, como la emancipación de pueblos que reivindican su soberanía.

Y más allá de que los mercados nacionales se cristalizaban en Estados al devenir de las burguesías, u oligarquías para el caso argentino, durante el siglo XX las luchas sociales modificaron la sustancialidad de los mismos, por lo cual, la soberanía no puede reducirse a un criterio de propiedad. Los seudointelectuales de derecha confunden los derechos de propiedad que podrían tener los habitantes de Malvinas con la soberanía que reinvindica la Nación Argentina.

Quizás muchos argentinos no puedan ser propietarios en Malvinas, pero es válida la reivindicación nacional sobre las islas, porque implicará tener el derecho de luchar por el usufructo o tributación de las riquezas que pueda dar ese espacio territorial.

Así, una visión de izquierda se equivoca al sostener que la recuperación de las islas sería meramente para los “propietarios” del país, es perder el análisis de la lucha de clases, que reconfigura la apropiación de riquezas y que en la actualidad se disputa en distintos niveles, una de ellas el Estado, que hace tiempo dejó de ser mero administrador de los intereses de la burguesía.

Y sin caer en un chauvinismo, las clases populares pueden superar las aspiraciones burguesas de explotación sobre Malvinas, y lograr reorientar la recaudación fiscal del Estado, a través de su soberanía, a la generación de políticas públicas que redistribuyan recursos económicos que le son propios como pueblo.

Incluso se deberían repensar los derechos impositivos, porque en la actualidad esas islas tributarían a la gobernación de Tierra del Fuego.

Quizás Argentina no sea China, a quien le devolvieron Hong Kong, pero puede articular las relaciones internacionales para propiciar un acatamiento, donde el mundo avance a respetar los derechos soberanos de los pueblos y que se dé “una oportunidad a la paz” como impulsaba el británico John Lennon.

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