Quién era Facundo Molares, el manifestante muerto tras la represión de la Policía de la Ciudad

Por: Nicolás G. Recoaro

Era militante de Rebelión Popular. Tiempo Argentino lo entrevistó en abril de 2022. En esta nota se reproduce aquel encuentro donde se describe el perfil de un hombre que creía en sus ideales.

Facundo Molares falleció poco después de la brutal represión de la Policía de la Ciudad en el Obelisco, cuando un pequeño grupo de personas de la agrupación Rebelión Popular realizaba una asamblea totalmente pacífica, tal cual lo describen los testigos y las imágenes tomadas en el lugar.

Tiempo Argentino lo entrevistó en abril del año pasado. Aquel encuentro se transcribe a continuación de manera textual, y demuestra quién era Facundo Molares.

Foto: Captura Video Tiempo Argentino

24 de abril de 2022

Facundo Molares Schoenfeld camina sereno por un pasillo de la Unidad 6 de la cárcel de Ezeiza. En su recorrido hasta la enfermería, su cuerpo es rozado por los rayos blancos del sol que se filtran entre las rejas. Mientras escucha las órdenes de los grises guardias de la escolta, el militante social y fotorreportero argentino, exmiembro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC), pispea el cielo diáfano del bello abril en un pulmón interno. Camina y piensa. Quizá en el juicio de extradición a Colombia que enfrenta. Quizá en su padre, en su hermana, en sus amigos y compañeros que lo esperan afuera. Quizá en el Conurbano profundo donde nació en los años setenta, en la Patagonia rebelde de su adolescencia durante el menemato, en sus derivas iniciáticas por las venas abiertas de América Latina, en la exuberante selva Amazónica que lo cobijó más de una década, en las jornadas agónicas peleando por su vida en la Bolivia de facto de Jeanine Áñez. Quizá, no tengan dudas, también en recuperar la libertad.

Molares Schoenfeld se agita un poco, pero sigue andando. Deben ser los problemas de salud por los tres balazos de los golpistas bolivianos, el sobrepeso por el sedentarismo carcelario, los días interminables a la sombra. Ya son demasiados los meses que lleva confinado en el penal federal de máxima seguridad. Fue detenido en noviembre pasado en la localidad chubutense de Trevelin, donde había hecho nido luego de ser repatriado desde La Paz.

Entonces, se abre la última reja que nos separa. El hombre de 46 años saluda al entrar a la enfermería con un fuerte apretón de manos, se acomoda en una silla, mira recto a los ojos y dice que quiere hablar. Es momento de contar sus verdades, sus principios, sus muchas historias en el campo de la lucha popular. La larga marcha de un internacionalista.

El pasado miércoles 20 de abril comenzaron vía Zoom las audiencias del juicio de extradición contra el militante comunista del Movimiento Rebelión Popular. El pedido fue realizado por el gobierno colombiano del derechoso presidente uribista Iván Duque. El fuero penal ordinario del país andino-amazónico- caribeño acusa al excombatiente de la Columna Teófilo Forero del secuestro del concejal Armando Acuña, ocurrido en marzo de 2009 en el municipio de Garzón, departamento del Huila, en el sur de Colombia. El requerimiento fue rechazado por la defensa y por organismos de Derechos Humanos. Consideran que los delitos que se le imputan al periodista de la revista Centenario ocurrieron antes de 2016, por lo que están encuadrados en el Acuerdo de Paz firmado por el Estado colombiano y la guerrilla. El juez federal a cargo de la causa es Guido Otranto, señalado por diversas irregularidades en la investigación por la desaparición y muerte de Santiago Maldonado. El próximo viernes 29 de abril concluye el proceso. “No quiero ser extraditado y no corresponde –dice Molares Schoenfeld-. No participé de esa retención política, hasta el concejal lo manifestó. La única tarea que tuve fue entregarlo a una comisión humanitaria mediante un acuerdo con el Estado, en el marco de los diálogos de paz ya encaminados. Si quería, me quedaba en Colombia. Pero elegí firmar el acuerdo, volver a mi tierra para ver a mi padre, para ver la tumba de mi madre, para ver a mi pueblo. Yo quiero seguir peleando en libertad, no ir preso.”

Foto: Captura Video Tiempo Argentino

Hijo de las luchas

“Uno a veces reflexiona en la vida para entender lo que es y lo que hace. Soy nacido en 1975, hijo de una generación que luchó mucho en la Argentina. Ese es mi primer condicionante. Siento orgullo de mis padres”, dice Facundo con la mirada encendida. Los Molares Schoenfeld la pasaron fulero durante la dictadura. Papá Hugo, militante sindical del Hospital Ciudadela, zafó de milagro de ser chupado por los grupos de tareas. “Vivíamos en José C. Paz, entre baldíos y calles de tierra, me acuerdo de los camiones de los militares, el miedo del barrio. Eso marca”.

Después de la primavera democrática y con el crac económico del gobierno de Alfonsín, la familia empobrecida decidió dejar Buenos Aires y partir a la Patagonia con el sueño de forjarse un futuro mejor. Comenzaba la pesadilla del menemismo. “Años en que no podíamos comer un pedazo de carne. Mis viejos eran comerciantes. En paralelo mi papá estudiaba Derecho y mi mamá terminaba el secundario. Eran tiempos de muchos rebusques para hacer unos pesitos”.

También de una fuerte educación sentimental y militante. Las marchas contra la Ley Federal de Educación, la defensa de la escuela pública, las tomas. Con apenas 14 años, el joven Facundo puso el cuerpo, se hizo comunista y leía los diarios del Che Guevara. “Un ejemplo imperecedero, un imán para los jóvenes. Su ejemplaridad, su voluntad de dejarlo todo por una causa justa, eso me impulsa hasta hoy.”

Cuando terminó el secundario -es técnico forestal-, Molares Schoenfeld decidió volver a Buenos Aires para estudiar, justo antes de que la Alianza neoliberal estallara por los aires en el 2001. Se instaló en el Bajo Flores, en la estigmatizada villa 1-11-14, donde militaba. Vivía en una piecita que forjó con sus manos. “El 19 y 20 movilizamos con el barrio entero, vecinos que fueron por primera vez al centro. Cómo no participar en una manifestación social de ese calibre. Los gases, los escuadrones que andaban en autos sin patentes y tiraban a mansalva. Fue un gran sacrificio del pueblo heroico, que se desperdició. No surgió una nueva realidad. El sistema se recompuso. Volvieron todos los que se tenía que ir. Me acuerdo de que en las protestas, un muchacho gritó ‘La ciudad es nuestra’. Por un rato. La ciudad es nuestra cuando el pueblo puede vivir con dignidad, con trabajo, con futuro. La sensación de esos días fue agridulce.”

Pocos meses después, desencantado, Facundo vendió sus pocas pertenencias y decidió salir a la ruta. Conocer la realidad del continente de primera mano. Como aprendió del Che.

Foto: Andrés Masotto

Plan Colombia

Cataratas, Paraguay, Bolivia, Perú, Ecuador. Miles de kilómetros recorrió Molares Schoenfeld hasta llegar a Colombia. En la carretera se ganaba la vida changueando. Fue electricista, carpintero, albañil. En paralelo compartió las injusticias sin fronteras que sufren los olvidados de América.

Cuando entró a Colombia tuvo una epifanía al ver una pintada de las FARC en la puerta de un cuartel del Ejército. “Decía ‘Hasta la victoria’. Desde que ponías un pie en esa tierra era imposible abstraerse de la realidad. La lucha era muy poderosa. Me fui quedando. Escuchaba las historias de los campesinos desplazados, los masacrados por los paramilitares, la pobreza extrema, la prosperidad que habían tenido en los años de la guerrilla. Ver esa realidad y mi recorrido me hicieron sumarme a las FARC. Era jugársela, vengo a ofrecer mi corazón. Como decía el Che, dejar anotado a quién hay que avisarle en caso de perder la vida.”

En julio de 2003, con 27 años, se sumó a la Columna Teófilo Forero en Los Pozos, un pueblito donde el presidente Pastrana y el líder guerrillero Marulanda habían firmado un fallido acuerdo de paz dos años antes. Facundo Molares Schoenfeld adoptó el seudónimo de “Camilo Fierro”: el nombre, por Cienfuegos y el cura Torres. El apellido, por un viejo apodo de su padre sindicalista. En la selva sus compañeros los llamaban simplemente “El Argentino”.

Por su formación, fue instructor político de la Teófilo. Organizaba a la comunidad. Así se curtió en la selva amazónica. Ese espacio “apasionante, apabullante: los insectos, los animales, las plantas que tenía mi vieja en su casa pero gigantes”. La vida era nómade, en perpetuo movimiento para evitar las bombas del Ejército. “Como caminar desde acá hasta Rosario o Mar del Plata.” Muchas veces, hace memoria Facundo, estuvo a punto de perder la vida. “Zafé por la fortuna y la rapidez de piernas. Cuando te ataca un avión con toneladas de explosivos, valen las piernas, no es cobardía. Es inteligencia. Me tocó enterrar a muchos compañeros destrozados. Personas que no deberían haber muerto.” Reinaban el Plan Colombia, alimentado por los fondos estadounidenses, y el señor matanza al frente del Poder Ejecutivo. “Uribe gobernó ocho años y dejó 100 mil desaparecidos. Ustedes comparen con quién quieran. Millones de campesinos desplazados. La realidad colombiana, que sigue hasta el día de hoy. Se exacerbó después de los diálogos en La Habana porque no existe un contrapeso. Los campesinos no querían que se fueran las FARC.”

¿Usted tuvo discrepancias abiertas sobre cómo la guerrilla conducía el proceso?

-Hubo discusiones internas. Yo creía que el acuerdo era un calco de los fracasos anteriores. Ya era previsible lo que sucede hoy, con asesinatos de líderes sociales y exguerrilleros. Tuve consecuencias por manifestar mi desacuerdo con los términos del acuerdo, no con alcanzar la posibilidad de la paz. Fui castigado y apartado.

-¿Cómo fueron sus últimos tiempos en las FARC?

-Hubo un proceso de desmovilización. Viajamos tres días en canoa remontando el río Putumayo hasta un pueblo llamado Las Carmelitas para entregar las armas. Yo firmé un documento, que está en poder de las Naciones Unidas, eso impide la extradición. Dejé el campamento a la luz del día, me despedí de mis compañeros de 15 años. Sentí tristeza por el pueblo colombiano, porque su sufrimiento no terminó y se merece una vida mejor.

Foto: Andrés Masotto

Bolivia, cárcel y el después

De regreso en la Argentina, Molares Schoenfeld decidió seguir la lucha por otros medios. Se hizo comunicador popular. En 2019 partió hacia Bolivia, para retratar el golpe de Estado contra el gobierno de Evo Morales. Estuvo en la opulenta Santa Cruz de la Sierra, en el oriente opositor al gobierno del MAS. Tierras de las fascistas juventudes cruceñistas. Fue herido cuando cubría un enfrentamiento en la localidad de Montero. Recibió tres disparos. “Estuve a punto de morir, 23 días en coma inducido, y los médicos que me salvaron terminaron presos. Perdí casi toda la visión en el ojo derecho y tengo un problema cardíaco por las balas de los golpistas. Terminé preso 13 meses acusado de terrorista en Chonchocoro, la cárcel de máxima seguridad, a casi 5000 metros de altura en el Altiplano. Enfermé dos veces de Covid, dormí meses sentado contra la pared.”

En diciembre de 2020, sin la usurpadora Áñez en el poder y con una campaña internacional por su liberación, Facundo fue finalmente repatriado a la Argentina.

En noviembre pasado, fue detenido en el sur. Pasó por el penal de Rawson y desde hace unos meses espera el juicio en Ezeiza. Facundo suspira hondo y dice que no baja los brazos. Que su sueño de formar una familia y de tener un hijo lo mantienen vivo y le dan fuerzas para seguir peleando. “No me arrepiento de nada, siento orgullo por lo que hice con toda bondad y honestidad. Eso es ser internacionalista. Demostrar solidaridad con los pueblos del mundo.”

Antes de volver a la sombra del pabellón, Molares Schoenfeld mira una vez más los rayos del sol tibio de otoño que se filtran entre los barrotes. Deja un mensaje postrero: “Después de tanto camino recorrido, acá me siento como un gato montés en una jaula de conejos. Me hace falta el camino de tierra, los kilómetros, la libertad».

Cobertura colaborativa de Tiempo Argentino, Revista Cítrica y La Retaguardia.

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