Para un árabe no hay nada mejor que otro árabe

Adelanto de Los muchachos peronistas árabes, el libro de Raanan Rein y Ariel Noyjovich sobre los argentinos árabes y el apoyo que dieron al Partido Justicialista. Las 21 verdades del General.

Ante decenas de miles de sus seguidores convocados en la porteña Plaza de Mayo, Juan Domingo Perón incluyó en su discurso del 17 de Octubre de 1950 las 20 verdades fundamentales de la doctrina justicialista, o sea la de su partido. La sexta de estas reglas, enunciada frente a una multitud que aclamaba a su líder, rezaba que «para un peronista no puede haber nada mejor que otro peronista».

Cuatro años más tarde, dirigiéndose a líderes argentinos-árabes, Perón añadía otra «verdad»! fundamental a su vocabulario populista, esta vez con un giro étnico: «[…] esta colectividad tan hermanada y tan amiga nuestra se mantenga siempre unida y que piense que así como de-cimos nosotros que para un peronista no hay nada mejor que otro peronista, también, dentro de la comunidad árabe en la Argentina, para un árabe no debe haber nada mejor que otro árabe».

La década peronista (1945-1955) introdujo cambios profundos en los significados y los contornos de la ciudadanía en la Argentina. Las acciones gubernamentales contribuyeron a que se ampliara un debate sobre la comprensión y conceptualización de la ciudadanía. En aquellos años, la Argentina experimentaba transformaciones en la representación política y, simultáneamente, en el desplazamiento gradual hacia un modelo de democracia participativa, procesos que implicaban también un paso importante hacia lo que hoy consideraríamos una sociedad multicultural.

Las identidades étnicas pasaron a ser menos amenazantes para el concepto de la argentinidad. En lugar del tradicional crisol de razas, el gobierno de Perón otorgó una creciente legitimidad a las identidades híbridas y puso énfasis en la amplia variedad de matrices culturales sobre las que se cimentaba la sociedad argentina. De este modo, las autoridades concedieron un reconocimiento sin precedentes a las diferencias culturales y étnicas.

Los muchachos peronistas árabe –al igual que nuestro libro anterior, Los muchachos peronistas judíos– examina los esfuerzos del peronismo para movilizar apoyo entre argentinos de origen semita, así fueran judíos, maronitas, ortodoxos, drusos o musulmanes. Estos esfuerzos reflejaban la forma en que el líder –que había visto a la Argentina como un país esencialmente católico– evolucionaba hacia una visión más inclusiva de una sociedad multirreligiosa y multicultural que debía abarcar y celebrar dicha diversidad…

¿Qué cambios efectuó el peronismo en la relación entre etnicidad, ciudadanía, argentinidad y el Estado? Una respuesta simple es que el peronismo fue más allá de los derechos legales otorgados a los inmigrantes y sus descendientes como ciudadanos argentinos y les ofreció derechos políticos. Además legitimó el deseo que muchos de ellos tenían de ostentar una identidad híbrida.

Durante el primer peronismo fue notable el impulso al asociacionismo civil y, a la vez, la representación política empezó a adquirir un matiz corporativo bajo la visión de la «comunidad organizada». Perón confirió al Estado un papel mediador entre distintos sectores o grupos de intereses sociales, económicos y profesionales. Resulta interesante que, junto a poderosos grupos organizados, como el movimiento laboral –enmarcado en la Confederación General del Trabajo (CGT), la Confederación General Económica (CGE), la Confederación Argentina de Profesionales (CGP), la Confederación General Universitaria (CGU) o incluso la Unión de Estudiantes Secundarios (UES)–, también se diera reconocimiento a las comunidades étnicas. Perón a menudo dialogaba con los líderes de las colectividades judía, española, italiana o árabe. De este modo, reconfiguraba los criterios de pertenencia a la comunidad política argentina.

Este concepto de ciudadanía corporativa implicó un creciente reconocimiento de los derechos colectivos, que se hizo evidente en la integración progresiva de argentinos de ascendencia judía o árabe en el sistema político, y lo mismo sucedió con relación a movimientos indígenas y activistas mujeres. Ocurrieron procesos similares con todos los grupos étnicos y de género ya mencionados, pero en ritmos y grados distintos. Sin duda, el más lento y menos consistente, en cuanto a políticas gubernamentales, fue el de promoción de los intereses de los pueblos indígenas. En todo caso, el régimen alentó a que los inmigrantes y sus descendientes mantuvieran vínculos con sus países de origen. Así, el peronismo representó un cambio inicial en la política del reconocimiento –como en las referidas a las identidades colectivas y grupales– y no sólo en la política en torno de la justicia social.

Para principios de la década de 1950, el movimiento populista argentino había adoptado un enfoque más incluyente y comenzó a mostrar como rasgo propio un respeto por todas las religiones. En la esfera religiosa, su ambición era proteger –ante las transgresiones de los privilegiados–  los derechos de las minorías y de los débiles, de los grupos marginales. El peronismo se presentó como un conglomerado en el que existía un lugar para cada argentino decente que apoyara el proyecto justicialista.

Así, el gobierno peronista se aproximó a una reconfiguración de los criterios de pertenencia a la entidad política argentina, al incluir no sólo a sectores débiles, previamente marginados en lo social y lo económico, sino también a grupos étnicos, al tiempo que reconocía la legitimidad de sus vínculos transnacionales. Aunque seguían utilizando la terminología del «crisol de razas», las autoridades peronistas le dieron un sentido más incluyente. Si la Constitución de 1853, en su artículo 25, se refería a la necesidad de promover la «inmigración europea», un panfleto del gobierno peronista, publicado en varios idiomas, buscaba atraer inmigrantes al hablar de Buenos Aires como un destino que daba la bienvenida a «hombres de razas amarilla, negra y blanca»…

El régimen peronista se dio a la tarea de integrar en su proyecto social y políticamente incluyente a una serie de grupos tradicionalmente excluidos. A diferencia de sus antecesores liberales, las ideas corporativas de Perón le permitieron tomar en cuenta a los grupos étnicos como actores sociales independientes. Aunque a menudo se lo vincula con el fascismo europeo de entreguerras, en los hechos, el corporativismo fue también un importante elemento del populismo latinoamericano. Tenía raíces en la doctrina social de la Iglesia y una tradición argentina desde la Independencia.

Durante la segunda mitad del siglo XX, el papel de argentinos-árabes en la política cobró significación, tanto en los ámbitos municipales como en los provinciales y nacionales. El apogeo de este proceso de inclusión política fue la elección de Carlos Saúl Menem a la presidencia en 1989. Durante la década en que este riojano con raíces sirias gobernó, los ciudadanos de orígenes árabes ejercieron una influencia destacada en el sistema político argentino. «

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