La Argentina transita una de las mayores amenazas que sufrió la democracia desde 1983 y el proceso transcurre sin demasiados sobresaltos. La proscripción de Cristina Fernández solo se puede comparar con el alzamiento carapintada que protagonizó Aldo Rico contra el gobierno de Raúl Alfonsín y que desembocó en una masiva movilización popular y el rechazo de los dos partidos históricos, el peronismo y el radicalismo.

La sentencia del tribunal en el amañado Juicio Vialidad y el discurso posterior de CFK, anunciando que no sería «candidata a nada», tuvieron un efecto de enfriamiento. La movilización popular que había comenzado con el alegato del fiscal Diego Luciani, que había pedido 12 años de cárcel y la proscripción de por vida para la vicepresidenta se detuvo.

La propia militancia, los sectores más politizados de la base peronista, asumieron el anuncio de Cristina como una decisión propia y no como una imposición de la dictadura judicial que en gran medida gobierna la Argentina.

Del entorno de la vice trascienden varios mensajes. Uno es la comparación con lo que ocurrió en Brasil antes de la victoria de Jair Bolsonaro. La confirmación de la proscripción de Luiz Inácio Lula da Silva se produjo pocas hora antes del inicio formal de la campaña electoral y eso desarticuló la estrategia del PT. Fernando Haddad, que iba de vice, quedó liderando la lista. Era un dirigente desconocido por amplios sectores de la población y comenzó una carrera contra el tiempo. El resultado es conocido: Bolsonaro ganó. Brasil se sumergió en uno de los períodos más oscuros de su historia. ¿En Argentina pasaría lo mismo? Nadie lo sabe. Lo que sí se sabe es que CFK cree que la Corte adelantaría los tiempos para proscribirla si ella fuera candidata.

Desde que Luciani había pedido la proscripción había comenzado de manera espontánea una reacción popular que fue creciendo. El departamento de la esquina de Uruguay y Juncal se volvió una especie de Gaspar Campos del siglo XXI. Luego vino el intento de magnicidio que algún Dios que tiene especial aprecio por este país evitó que la bala salga de la pistola que Fernando Sabag Montiel. 48 horas después Plaza de Mayo y todo el centro histórico de la Ciudad de Buenos Aires quedaron desbordados.

Ahora, en cambio, hay una buena dosis de apatía. ¿Por qué? Uno de los motivos es que la pasión la despierta Cristina. Si ella no está en el escenario de la disputa electoral millones de personas pierden el deseo de participar. Esto les pesará a los otros referentes del Frente, pero así es. Sin Cristina la disputa electoral se vuelve exclusivamente defensiva. Nadie dice que eso esté mal. Se votará más para evitar el desastre que implicaría un nuevo gobierno de Juntos por el Cambio que por la ilusión.

En el entorno de CFK sostienen que esperaban que cuando la vicepresidenta dijo que no sería candidata la reacción popular que había comenzado con el alegato de Luciani retomase fuerza en las calles. Es claro que en la base electoral del FdT la posición fue tomada más como una decisión propia que como una imposición del Poder Judicial que tiene secuestrada la democracia argentina. No hubo reacción. O, mejor dicho, sí la hubo: fue la apatía porque la ausencia de CFK en la batalla política genera eso.

La Selección argentina tenía entre sus motivaciones para dejar todo en la cancha que Lionel Messi ganara la copa del mundo. El liderazgo de Messi y la empatía con el resto del equipo fue uno de los motores de la energía apabullante que desplegó la Selección en Qatar. Con Cristina y la batalla política ocurre lo mismo. Además de frenar al macrismo, millones de argentinos quieren que CFK vuelva a levantar el bastón de mando y colgarse la banda. Eso los motoriza. El 24 de marzo, cuando se marche para repudiar el golpe de 1976 y la proscripción de CFK, puede haber un punto de inflexión y que la pasión reemplace la apatía. «