Mujeres son las nuestras

Por: Carlos Ulanovsky

Excepto salpicar con pis la tabla del inodoro las mujeres hacen las mismas cosas que toda la vida padecieron de los hombres. Estos fenómenos suceden en todo el mundo, y también aquí: ellas discuten y tienen el poder, manejan altísimas finanzas, sufren enfermedades cardíacas, empiezan y terminan sus relaciones cuando lo consideran necesario, mueven los consumos, practican boxeo, fuman habanos y tienen tanto temperamento, fuerza y capacidad de violencia que están preparadas para sostener guerras. Tuvieron éxito, espacio, reconocimiento en empresas, profesiones, actividades comerciales, culturales y científicas y aun así, siguen disconformes porque no quieren seguir compartiendo la manija con los hombres y razonablemente furiosas porque no soportan que sus honorarios siempre sean inferiores y sus obligaciones y horarios mayores. Peor todavía: cualquier mujer a la que le vaya bien, o muy bien, en lo suyo (puede ser una dirigente política o la jugadora estrella de la selección de fútbol femenino) se constituirá en una amenaza para los hombres. Mientras, nosotros, los tipos, supusimos que con levantar la tabla del inodoro, o con compartir el curso de preparto, o con retirar cada tanto a los chicos del jardín alcanzaba y que eso las dejaba conformes. Pero no. Ellas siguieron hablando pero también avanzando y reclamando. Mientras que con esos engaña pichangas pensábamos que nos deconstruíamos ellas se volvían las protagonistas de los cambios más sólidos y verdaderamente revolucionarios de los últimos 50 años, esos que pusieron en la mira costumbres ancestrales y al machismo que nos parió.

En ese mismo lapso, en la Argentina, las mujeres fueron soldados que nunca huyeron y que sirvieron para enfrentar todas las guerras. Ahí estuvieron ellas, Madres y Abuelas de la Plaza demandando Memorias, Verdad y Justicia, la gama completa de madres del dolor o las chicas de la marea verde ahora (todas, ni una menos, más Milagro) ganando las calles, poniendo el pecho a injusticias, atropellos irreparables, sufrimientos colectivos, nuevas necesidades sociales. Ellas fueron y son un ejemplo, dando la cara, colocando una mejilla y la otra también, con o sin lifting, arriesgando sus cuerpos y, especialmente, tomando el lugar del menos superhombre de la historia entre pachucho, depresivo y sollozante. Ellas disimularon la retracción masculina, protegieron, bancaron, se hicieron muy fuertes desde el llamado sexo débil.

Hoy mismo son otras víctimas del atropello neoliberal. Pero con esta condición: mientras muchos machos lloran sin disimulo las carencias y se paralizan, ellas, igualmente desocupadas, no terminan de derramar lágrimas propias que ya están limpiándoles la cola a sus críos, preparando un buen guiso con lo que hay y prometiéndole al hombre que todo va a cambiar, que no hay nada de qué preocuparse, que para algo está ella. Y, en ocasiones, después de asegurar los alimentos, agarran una tapa y salen a cacerolear.

¡Grandes las mujeres! Ascendentes sin techo previsible, guerreras, maestras, audaces, golpeadas, tapa agujeros, valientes, conductoras de nuestros corazones, víctimas, dadoras de vida, leonas de esta jungla, épicas, empoderadas a más no poder, y como si fuera poco, graciosas portadoras de varios estandartes a la vez: familia, trabajo, realización personal. Ellas se pusieron los pantalones mientras nosotros nos zampamos los aritos. Paradójicas, asombrosas mujeres de la Argentina de estos tiempos: dispuestas a todo, en una época de hombres indispuestos.  «

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