Columna de opinión
La sociedad argentina vive en ese paréntesis. Es mucho lo que se está jugando Macri. Nada menos que su propia gobernabilidad, justo cuando la calle recupera la efervescencia perdida y el peronismo más conciliador comienza a verse en el espejo de los integrantes del triunvirato de la CGT que tuvieron que salir del palco silbados por las multitudes trabajadoras del 7M. Tampoco el votante macrista está de mieles con el oficialismo. El clivaje kirchnerismo/antikirchnerismo, que resultó útil para amasar el voto-balotaje, se desdibuja en un mar de malas noticias que derivan cotidianamente a pésimas. La pulseada con los docentes, por caso, revela hasta qué punto hay un quiebre con sectores medios que no querían a Daniel Scioli pero tampoco este vendaval que arrolla el poder adquisitivo de las familias, sin importar cómo hayan votado en el pasado.
La transversalidad de la crisis impone un nuevo escenario. Genera una polarización de preferencias que divide el mapa entre oficialistas duros y opositores duros. La tendencia se refleja en todas las encuestas. El macrismo está en los números de la primera vuelta de 2015. Y del arco opositor, el kirchnerismo mantiene su caudal de adhesión a nivel nacional. La impresión es que va quedando un espacio cada vez más limitado para las terceras opciones. Algo de la «ancha avenida del medio» quedó reducido a «caminito que el tiempo ha borrado» esta semana signada por las protestas.
La pregunta hoy es qué clase de alianzas podrían presentar los extremos más duros para no perder por tanto, en el caso del oficialismo, según los últimos sondeos que llegan a manos de Marcos Peña; o para ganar por cuánto de ventaja en el caso de la oposición en sus variantes más competitivas si llega a ponerse de acuerdo. El oficialismo tiene un doble desafío: volver a generar confianza entre sus propios votantes y tratar de dividir al peronismo en facciones irreconciliables que neutralicen su potencia electoral. La oposición con más chances, que aúna al peronismo no cristinista, al peronismo kirchnerista y al kirchnerismo no peronista, es decir, al voto FpV en despliegue de toda su pluralidad, debe blindarse a las operaciones oficiales si quiere ganar, pero a la vez discutir cuál va a ser su mejor perfil para ir a la contienda.
El tiempo pasa y no pasa en vano. La diáspora producida tras la derrota del FpV ofrece hoy un panorama que no es el del verano de 2016. El resultado del balotaje empoderó al macrismo, al massismo y a los sectores no kirchneristas del peronismo. La alianza que respaldó el modelo vigente hasta hace 15 meses se astilló durante todo un año entre decretos de necesidad y urgencia, sueños de alianza con el nuevo poder, carpetazos judiciales y múltiples aspiraciones de liderazgo. Las bancadas del FpV sufrieron desgajamientos y el kirchnerismo, aunque siguió siendo mayoritario, quedó reducido en peso y volumen dentro del Congreso. Sin embargo, algo de todo eso parece haber cambiado: la declinación del macrismo es acompañada también por aquellas variantes que funcionaron durante todo este tiempo como dadoras de gobernabilidad .
La crisis se está llevando puesta la idea de que había una tercera vía posible que conjugara el apoyo «racional» al gobierno bajo un ropaje opositor «responsable». Lo que les pasó a los triunviros de la CGT es prueba de ese malestar creciente y del corrimiento de amplias franjas de la sociedad hacia posturas más rotundas y menos complacientes con el modelo macrista y sus consecuencias. Esta novedad estalla en la cara, sobre todo, de los peronistas emancipados de CFK y emigrados del FpV. El escenario actual es muy distinto al de los primeros días de mandato de Cambiemos. Lo que se rompió en Diagonal Sur y Chacabuco fue mucho más que un atril.
Carlos Pagni se lo explicó así a los lectores de La Nación: «La manifestación de la CGT encierra una clave electoral. Daer, Schmid y Acuña soñaron volver a ser la ‘columna vertebral del movimiento’. Reorganizar al peronismo y ponerlo a los pies de un líder que enfrente a Macri desde una nueva racionalidad, poskirchnerista. El desastre confirmaría que esa operación es imposible. La polarización es fatal. Es la tesis central de Marcos Peña. Quien obstaculiza a Macri suma, aunque no lo quiera, a Cristina Kirchner.» Por lógica inversa, dando por evidente el escenario de polarización, podría decirse, que quien obstaculiza a Cristina Kirchner suma, aunque no lo quiera, a Mauricio Macri.
El planteo de Pagni es interesante. Pone blanco sobre negro el problema del peronismo, aunque le preocupe más el destino del gobierno de Macri. El peronismo se merece una revisión de los intentos que hizo por jubilar a CFK. Dos de los triunviros son massistas. El tercero, antikirchnerista. No lo esconden. Lo que les pasó el 7M fue un súbito baño de realidad: cuando el peronismo se vuelve opositor de verdad se «kirchneriza», casi de modo natural. CFK es una figura sumamente incómoda para los dirigentes peronistas que soñaban con el poskirchnerismo, no así para la gente que quieren representar. El peronismo tiene que discutir cómo asume una dolorosa lección de la historia. Los liderazgos no terminan pidiéndole al líder, por favor, que dé un paso al costado o se jubile. Un liderazgo se reemplaza por otro. Si no hay otro, sigue vigente el que está.
Tampoco sirve mostrarse complaciente con el enemigo de un liderazgo para que ayude en el objetivo de desbancarlo. Por más favores que el sindicalismo y el peronismo «responsable» le hayan hecho a Macri, el declive de Macri los arrastra en remolino. Lo expresó muy bien Ignacio Fidanza, el editor de La Política Online: «La conducción de la CGT vive por estas horas un escarnio público, sobre todo de los seguidores de Cambiemos, que apelan al recurso fácil de vincular la toma del atril de la marcha del pasado martes con el cajón de Herminio Iglesias. La sintaxis es clara: peronismo es violencia política.
Lo que esa lectura rápida elude es que si acaso comete un pecado la CGT por llamarlo de alguna manera, es resistir la presión de sus bases para que convoque a un paro general. Es decir, les tomaron el palco por apoyar al gobierno, no por desestabilizarlo.» Y también cita a Pagni, en este caso, en un discurso en el Congreso de Economía Argentina que se hizo en Puerto Madero: «Uno de los factores determinantes que explica la posibilidad de que pese a todo Cambiemos gane las elecciones de este año, es la ‘solidaridad’ del sindicalismo que mantiene dividido al peronismo. La solidaridad se entiende por la negativa. Es decir: ¿Qué ocurriría si la CGT se sumara alegremente al rechazo cerrado del kirchnerismo al Gobierno? Se trata de un aporte que vale doble porque lo hace en contra de su propia base política.»
Fidanza y Pagni salen en defensa de los triunviros cegetistas y los proyectos políticos peronistas no K que expresan. Explican al detalle el papel que cumplen. Subrayan el costo que están pagando por ayudar a gobernar a Cambiemos, es decir, a Mauricio Macri y sus políticas. Tratan de iluminar a sus audiencias cautivas sobre los costos de adherir a un modelo y las solidaridades impensadas que hay que tolerar para llevarlo adelante. Lo dicen ellos. En boca de un kirchnerista sería pecado tratar de amigos de Macri a los sindicalistas que salen corriendo frente a medio millón de personas que les reclaman un paro general.
Por eso sus textos deberían ser analizados por el peronismo dirigencial. Es un llamado a la reflexión. Porque está claro que Cambiemos salvo Duran Barba le teme a un peronismo unido y trabaja, con ayuda, para agrietarlo. Queda menos claro por qué esa unidad, tan declamada en ámbitos peronistas, se traduce en inquina hacia la única figura del peronismo que cotiza de verdad en la consideración popular.
Sobre todo, si lo que se quiere, es ganar. «
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