“Hoy, cuando hablamos de exclusión, vienen rápido a la mente personas concretas; no cosas inútiles, sino personas valiosas. La persona humana, colocada por Dios en la cumbre de la creación, es a menudo descartada, porque se prefieren las cosas que pasan.
Y esto es inaceptable, porque el hombre es el bien más valioso a los ojos de Dios.
Y es grave que nos acostumbremos a este tipo de descarte.»
Papa Francisco
El gobierno de Mauricio Macri no había cumplido un año. Era el 7 de agosto del año 2016 y 100 mil personas marcharon desde la Iglesia de San Cayetano hasta la Plaza de Mayo. Reclamaban paz, pan y trabajo. Ese día quedó formalmente constituido el tridente de San Cayetano conformado por Barrios de Pie, la Corriente Clasista y Combativa (CCC) y la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP).
Las banderas de distintas agrupaciones fueron desplegadas desde temprano en los alrededores de la iglesia de San Cayetano, en el barrio de Liniers, donde se dio inicio a la caminata en coincidencia con la festividad católica del santo patrono de la Providencia. El ritual se repetiría en los años posteriores y aglutinaría cada vez a más gente. Ese año, más allá del lema, las organizaciones sociales reclamaban por la «emergencia social» y el «salario social complementario».
En aquella primera movilización, que marcaría la unidad de acción entre distintos sectores sociales y políticos, participaron también Víctor Santa María, del SUTERH; Sergio Palazzo, de La Bancaria; Hugo Yasky, de la CTA de los Trabajadores; Roberto Baradel, de Suteba; Eduardo López, de UTE; y los legisladores Jorge Taiana (Parlasur) y el bonaerense Fernando «Chino» Navarro, entre otros. Finalmente, con el apoyo decisivo de la CGT, los movimientos sociales lograrían que el Congreso sancione la Ley de Emergencia Social a la que los dirigentes definen como «la primera gran paritaria de la economía popular».
Esa jornada inaugural que expuso en público el poder de movilización de los movimientos sociales y que los terminó de configurar como un actor de relevancia en la disputa política con el gobierno de Mauricio Macri concluyó con un acto en la Plaza de Mayo. Uno de los oradores fue Esteban «El Gringo» Castro, secretario general de la CTEP, quien destacó la figura del Papa Francisco, a quien definió como «el Papa compañero», y en ese contexto enfatizó que fue Jorge Bergoglio en persona el que les dijo, en un encuentro que se llevó a cabo en el Vaticano, que había que «hacer la reforma agraria».
La predilección y atención que Francisco les dispensa a los movimientos sociales está a la vista. Pero en la Argentina esa relación se resignifica a partir de la llegada de Mauricio Macri a la Casa Rosada. Los principales referentes de los movimientos sociales coinciden: «El Papa es una inspiración». Esa definición que se repite ante cada pregunta sobre la relación con Francisco va acompañada de dos frases que también se reiteran: «Habla del mundo y no sólo de la Argentina» y «Es un error leerlo en clave local». La lucha por el sentido de las palabras y gestos del Papa y de sus dirigentes más cercanos se da en los medios de comunicación. Los grupos de medios alineados con el oficialismo hacen repetir a sus voceros que los movimientos sociales «son el ejército piquetero del Papa» e intentan relacionar la fría relación que Francisco mantiene con Macri con las actividades de quienes encabezan los movimientos sociales, sin tomar nota de que el gobierno lleva adelante un plan económico que dinamita las posibilidades de satisfacción de las necesidades básicas por parte de los más humildes.
Los dirigentes sociales, por su parte, se empeñan en separar al Sumo Pontífice de la política local y, a su vez, se apuran a aclarar que las acciones de cada dirigente por fuera de la estructura no es representativa del pensamiento del colectivo, porque saben que la política partidaria pone en riesgo y en tensión una construcción de unidad que aún es frágil y que por ahora tiene más adeptos en la acción que en la concepción. Sin embargo, el desembarco de uno de los dirigentes de la CTEP más cercano a Francisco, Juan Grabois, en la política partidaria de cara a las elecciones de 2019 dentro del universo que rodea a la expresidenta Cristina Fernández complejizó la relación interna e hizo mella en los cimientos, tanto de la CTEP como de la unidad de acción de los movimientos.
En tanto, la conformación de la multisectorial #21F, que congrega a agrupaciones políticas y sindicales de todo el país y cuyas caras más visibles son Pablo Moyano y Gustavo Vera, otro de los hombres cercanos al Papa en la Argentina, y la decisión de Grabois y del exembajador argentino en el Vaticano, Eduardo Valdés, de acompañar a Tribunales a la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner en medio de la investigación sobre la corrupción en la obra pública disparada por la aparición de los famosos «cuadernos Gloria», también fueron utilizadas para agrupar a los distintos sectores de la oposición al gobierno de Macri bajo el ala de Francisco.
Como se dijo antes, el juego político de cartas abiertas y detalles simbólicos sujetos a libre interpretación llevaron a los comunicadores más afines al gobierno de Mauricio Macri a definir a los movimientos sociales como «el ejército de piqueteros de Francisco». Ante esa realidad, el referente del Movimiento Evita, Leonardo Grosso, sostiene que «lo que sucede con eso es que le quieren hacer daño a Francisco. Nosotros estamos acostumbrados a la demonización, a los mecanismos de la derecha para demonizar la protesta. Hay un sector que busca hacerle daño al Papa y, en ese sentido, los piqueteros son mala palabra en la Argentina». Y agrega: «Hay una operación para alejar al Papa de la política argentina y nosotros tenemos que ver cómo combatimos eso. Pero es cierto que han logrado abrir una grieta con el Papa en la Argentina».
Por su parte, Gildo Onorato, miembro fundador del Movimiento Evita y dirigente de la CTEP, define a Francisco como «una gran inspiración», pero aclara que si bien es «un gran respaldo su palabra» no son «ni voceros ni exégetas». Onorato reconoce que «algunos compañeros tienen diálogo, hablan o se mensajean, pero el Papa nunca dice hagan esto o hagan aquello» y sostiene que comparten «la preocupación por este capitalismo de descarte que en la Argentina se expresa en acciones con la Iglesia, que tiene nuestra misma agenda de problemas».
Onorato sigue la línea marcada por Grosso al asegurar que Francisco no les da órdenes y advierte que «este país no explota por los clubes de barrio, las sociedades de fomento, las distintas iglesias, los movimientos sociales y los comedores populares. Son los que sostienen el tejido social cuando el Estado se retira. Esa gente que nos putea porque a veces los molestamos, y quizá se enoja con razón, en realidad nos tendría que agradecer porque sin nosotros la Argentina sería ingobernable, sería un Estado fallido. Y en eso también Francisco nos ayuda mucho. Nosotros somos muy firmes en nuestros reclamos y muy claros en nuestra agenda pero sabemos que una explosión como la de 2001 a los que más nos perjudica es a nosotros». «