Milagro Sala: «El día que salgamos, las bases van a estar con nosotros»

Por: Tali Goldman

Esta semana, un grupo de dirigentes políticos y sociales viajó a Jujuy para visitar a la dirigente de la Tupac Amaru, detenida desde hace seis meses en el penal de mujeres de Alto Comedero. Tiempo Argentino fue testigo del encuentro entre "la Flaca", su familia y los amigos entre mates, directivas y lágrimas.

El Penal del Alto Comedero en San Salvador de Jujuy queda en medio de una calle de tierra. Desde afuera no da la sensación de que se está frente a un complejo carcelario. En la entrada, una casilla de madera casi a medio terminar es la antesala del encierro. Allí está hace seis meses la dirigente social y política Milagro Sala. Las visitas son los miércoles, viernes y sábados de 14 a 18 y el listado de gente que quiere verla llega de todo el país. Después de entregar el documento y de someterse a la requisa y al cacheo, un oficial acompaña a la nueva tanda. Hay que caminar unas tres cuadras para llegar al pabellón de mujeres. Antes está el de adultos mayores, el de menores y el de ex miembros de las fuerzas de seguridad. Esas tres cuadras son eternas. Cómo será el lugar en el que está «la Flaca», cómo estará físicamente, son algunas de las preguntas que rondan por la cabeza de los que en minutos verán a la dirigente.

Una vez en la puerta del pabellón, la guardiacárcel pide unos minutos. «Ahora pueden pasar.» Del otro lado hay una reclusa hablando por teléfono. Una televisión encendida en Canal 13 y pequeños santuarios de vírgenes completan el mobiliario del lugar. El día está soleado y hace calor. Milagro está en el parque, y para llegar hasta allí hay que atravesar otra reja.
Si uno cierra los ojos y hace abstracción de que está en una cárcel, el parque se asemeja a una suerte de club. Hay mesas y sillas, una cancha de fútbol y otra de básquet.

Milagro está en una mesa del fondo y cuando ve que se renueva el contingente, es ella la que se acerca a saludar. Los que la abrazan no ocultan sus lágrimas. Los abrazos duran varios segundos y ella agradece la visita. Como lo hacía en su casa, invita a que pasen y se sienten. En la mesa hay platos de plástico con masitas y tortas. Sergio, su hijo, ofrece mate y Claudia, su hija, café. Sus nietos corren por detrás y juegan en las hamacas y el tobogán.

En otras mesas están Gladys, Mirta y Pachila, tres compañeras de Milagro que entraron hace una semana al penal y que completan la nómina de los once detenidos de la Tupac Amaru. Las tres mujeres no paran de llorar. Todavía no pueden asimilar que están tras las rejas. Pachila, que era la encargada del sector de Agua y Luz de la organización, está maquillada: «Es que quiero que mis hijos me vean bien.» Tiene nueve y están correteando por ahí. Pero el maquillaje se le corre cuando empieza a contar lo que vivió hace algunas semanas. «Cuando fui a ver a los abogados apenas me detuvieron todos me decían lo mismo, que si quería salir pronto tenía que declarar en contra de Milagro, decir que ella me pedía bolsas con plata y así iba a salir pronto.»

Milagro está más flaca. Mucho más flaca, se le nota en la cara. Dice que come todo lo que le dan porque tiene una orden del juzgado para que la pesen todos los días, pero aún así, adelgaza. «Es de la cabeza, nomás.» Viste un pulóver gris, un jean y zapatillas deportivas. Tiene el cabello atado en una colita, el pelo está largo.

Se forma una suerte de semicírculo con las sillas y Milagro queda en el centro. A su lado está el diputado nacional Andres «Cuervo» Larroque, del otro, Nando Acosta -el dirigente de ATE Jujuy- y su mentor. Además están Charly Pisoni de HIJOS, Juan Manuel Esquivel-diputado provincial y director del área de educación de la Tupac-y Coco Garfagnini, coordinador nacional de la organización.

«Coman por favor, sírvanse», dice la Flaca. Garfagnini y Pisoni le cuentan y le consultan sobre la logística de la marcha del 40 aniversario de la Noche del Apagón y de la idea de hacer una actividad al día siguiente, aprovechando la cantidad de gente que viajó desde Buenos Aires para verla. «Coquito hagamos una radio abierta, qué te parece, frente a casa de gobierno», dice Milagro. Sin duda y aunque privada de su libertad, sigue siendo la referente de la organización.
«Leeeeelaaaaa», le grita uno de sus nietos. «Mirá lo que encontré Lela», y le muestra unas naranjas. «De dónde sacaste eso mijito», le pregunta Milagro. «Lo saqué del árbol, Lela». «Dejá no saques más que me van a retar, sí?»

Como cuando estaba afuera, en ningún momento deja de mirar lo que pasa a su alrededor. Está atenta a las visitas, a las guardiacárceles, a sus hijos, sus nietos. Quiere que todos se sientan cómodos.
«Acá adentro pareciera que afuera no pasa nada, pero yo sé que están haciendo mucho por mí. El otro día me mostraron un video con todos los murales que están haciendo para pedir por mi libertad y me largué a llorar.»

Milagro está sentada sobre un cuaderno Éxito de tapa dura. «Estoy escribiendo un libro, en general escribo por las noches. Me caliento varios termos con agua caliente y me quedo escribiendo y tomando mate.»

Pero de repente, la mirada se le va y se angustia. «Vayan a ver a mi gordito, sí? No lo dejen solo pobre gordo.» Milagro se refiere a su marido, Raúl Noro, que hace una semana está detenido. Milagro dice que nunca se imaginó que se iban a animar a ir contra él. Cuenta que al día siguiente de su detención lo fue a visitar al hospital. «Me dejaron verlo sólo veinte minutos, lo único que hicimos fue abrazarnos. Él se hacía el fuerte pero estaba moqueando. Ayer le mandé una carta de cinco hojas pidiéndole que sea fuerte que no afloje.»
De repente se acercan familiares de otras presas a saludarla. Ella se va a un costado. Las abraza y les dice «el día que salgamos las bases van a estar con nosotros. Los que no van a estar son los dirigentes, o los que se dicen dirigentes. Sigan trabajando compañeras, en serio, sean fuertes.»
Milagro vuelve al semicírculo. «Nando contá la vez que en los noventa entramos a la casa de gobierno y armamos quilombo», dice y se empieza a reír. «Nando ahora contá de la vez que nos corrió la policía.» Todos ríen, ella mira a cada uno a los ojos a ver si están prestando atención a la charla y también se ríe. «Coco contá esa vez que te hice una broma y te llené de huevos el auto o la vez que no te hablé por dos meses por una broma que me hiciste contra River.» Por un momento, parece que está en su casa de Cuyaya, contando anécdotas. Por un momento, parece la Milagro de siempre.

El reloj marca casi las 18. La hora del final de la visita. Los hijos y otros familiares empiezan a levantar las cosas de la mesa. Guardan las masitas y las tortas en un tupper. Claudia le dice a su mamá que le dé la ropa sucia. «¿Hay que hacer la requisa ahora o en la puerta?», le pregunta a una guardiacárcel. Milagro indica que las mesas las dejen por acá, y las sillas por allá.

La hija la abraza tres veces y no se puede despegar. La fila se forma y ella despide en la puerta, otra vez, como si fuera su casa. Los abrazos vuelven a ser eternos y las lágrimas vuelven a empañar los ojos. La puerta de metal se cierra. Por el alambrado, se ve a Milagro y a Pachila abrazadas y saludando con la mano mientras todos emprenden el camino hacia la salida. “Chaaaaaaaaau Lelaaa, te queremooooos”, vuelve a gritar su familia. “Viva Perón”, retruca Sala, con un grito visceral, lo que despierta la risa y los aplausos entre los que están afuera. “Mamá, por favor cállate y no digas más eso que así no vas a salir más.”

Jujuy, una provincia en manos de cinco familias dueñas de la tierra

El miércoles 20 de julio, en un restaurant de la ciudad de San Salvador de Jujuy, en una mesa larga, un grupo de hombres festeja el Día del Amigo. Tienen alrededor de 40 años. “Esa mesa es la de los hijos del poder”, comenta una jujeña que trabaja en planta del Estado ya hace mucho tiempo. “¿Son todos radicales?”, preguntan otros comensales. “No, en esa mesa hay radicales y peronistas, acá eso es lo mismo”, explica. 

La anécdota explica a la perfección cómo funciona la trama política en la Provincia de Jujuy, hoy en la mira por tener la primera presa política desde el advenimiento de la democracia. Y también refleja, en parte, las razones del ensañamiento contra la dirigente social y política, Milagro Sala. “Igual, el verdadero poder acá son los dueños de las tierras. Son cinco familias que concentran casi el 50% del impuesto inmobiliario”, cuenta la mujer que conoce bien el funcionamiento de la provincia y agrega: “Cuando se dice que en Jujuy son cinco personas las que manejan el verdadero poder, no es una metáfora, es la realidad”. Uno de ellos es Carlos Blaquier, dueño del ingenio Ledesma y procesado por delitos de lesa humanidad por la denominada Noche del Apagón. Familia que tiene lazos políticos y de amistad personal con el presidente Mauricio Macri.

Si uno observa a grandes rasgos cómo está compuesto el gabinete del contador Gerardo Morales, puede advertir que su vice, Carlos Akim, es peronista. Lo mismo que el ministro de Gobierno, Agustín Perassi (que fue gobernador de Jujuy en 1998), y quien conduce la cartera de trabajo, Jorge Cabana Fuz. Por eso, desde el 10 de diciembre, el día que asumió el nuevo gobierno provincial, nada fue azaroso. Todo fue y es perfectamente pergeñado y planificado. Muchos analistas se cansan de decirlo: “El ajuste económico no cierra sin represión ni disciplinamiento social y político”. En Jujuy eso ya sucede, y cada vez más.

La situación más emblemática en la última semana fue la represión a los trabajadores de la azucarera Ledesma, quienes venían reclamando mejores salarios y condiciones laborales. El jueves 15 de julio, en asamblea, habían decidido cortar la Ruta 34 que conecta la ciudad capital con la localidad de Libertador General San Martín –donde funciona el ingenio– y que continúa hasta Bolivia. Una ruta importante. A las pocas horas de haber comenzado el acampe, Gendarmería de la provincia disparó con balas de goma, gases lacrimógenos y palazos dejando 80 heridos. La fecha elegida no fue casual: una semana después, se llevaría adelante la marcha por el 40º aniversario de la “Noche del Apagón”, que recuerda la seguidilla de cortes de luz en las localidades de Calilegua, Libertador General San Martín y El Talar, entre el 20 y 27 de julio de 1976, que le permitió a la dictadura el secuestro de 400 personas, de las cuales 30 están desaparecidas.

“Estamos seguros de que el hecho de que en febrero de este año le hayan permitido a nuestro sindicato (SOEAIL -Sindicato de Obreros y Empleados del Azúcar del Ingenio Ledesma-) ser querellantes en la causa contra Blaquier, contribuyó a esta práctica represiva y autoritaria que la empresa y el gobierno tienen hacia los trabajadores”, contó a Tiempo Rafael Vargas, secretario general del gremio, el jueves 21 de julio, unas horas antes de que comience la marcha. Los trabajadores que decidieron seguir con el corte eran conscientes de que era el último recurso que les quedaba para lograr una solución al conflicto, pero también sabían que con esa medida de fuerza podían afectar la concurrencia de la marcha, que trajo contingentes de distintos puntos del país.

“La empresa maneja el mismo lenguaje que durante la represión”, explicó Natalia Morales, dirigente del PTS jujeño, quien fue despedida y posteriormente reincorporada en su puesto de la Secretaría de Agricultura Familiar local. Sin embargo, la marcha por la Memoria, Verdad y Justicia se realizó como todos los años, encabezada por organismos de Derechos Humanos de la provincia y otras organizaciones, aunque la concurrencia fue mucho menor. Y esto tiene un único motivo: el principal combustible de la marcha, la organización social Tupac Amaru, que llegó a aportar más de 60 mil personas, hoy está absolutamente diezmada. Su dirigente está presa y el miedo aterrador y disciplinador que existe entre sus militantes es elocuente. Por eso, este año, la marcha tuvo otro condimento, el reclamo por la libertad de Milagro Sala.

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