«Mi pequeño museo», pasen y vean

Por: Mónica López Ocón

Mientras el Museo de la Ciudad exhibe una enorme colección de Playmobil, la artista plástica María Pinto recrea desde hace años cuadros de grandes maestros como La última cena de Da Vinci en los que los protagonistas son estos pequeños muñecos rígidos. Con estas creaciones ha fundado su pequeño museo personal.

Dicen que no se es de ningún país, sino del país de la infancia. Y es cierto. Todos llevamos la infancia a cuestas y con ella, también la fascinación por determinados juguetes. Como las canciones, también los juguetes tienen el poder evocador del pasado y remiten a un momento preciso. Por eso, son esenciales en cualquier reproducción de época.

Prueba de la riqueza evocativa y cultural de los juguetes es la muestra que se puede ver en este momento en el Museo de la Ciudad y que fue oportunamente reseñada en este diario. Se trata de una enorme colección de un juguete icónico de los años 80, los muñecos Playmobil, creados en los 70 por el alemán Geobra Brandstätter en la ciudad de Fürth y que atravesó generaciones sin perder nunca vigencia. ¿Quién puede resistirse al encanto del barco pirata, el castillo o los personajes medievales?

Los artistas y escritores, como no podía ser de otro modo, han convertido la seducción que ejercen los juguetes en arte y literatura. ¿Acaso no hay en una muñeca, en un barco pirata o en un oso de peluche una historia escondida que puja por ser narrada? Los ejemplos son muchos y se encuentran en todos las disciplinas artísticas. 

Charles Baudelaire escribió 1853 en el artículo Moral del juguete: “En un gran almacén de juguetes hay una alegría extraordinaria que lo hace preferible a un hermoso piso burgués. ¿No se encuentran allí toda la vida en miniatura, y mucho más coloreada, limpia y reluciente que la vida real?” 

En nuestra época, la escritora italiana Sandra Petrignani es autora del maravilloso libro Catálogo de juguetes, donde pasa revista poéticamente a los que tuvo en su infancia. Para Walter Benjamin constituyeron un objeto privilegiado de reflexión.
La Sinfonía de los juguetes, atribuida a Leopoldo Mozart, padre de Wolgang Amadeus, es una muestra de que el influjo de estas pequeñas reproducciones del mundo también llegó a la música. 

John Cage, por su parte, concibió obras para piano de juguete y la compositora china Yuko Ikoma grabó piezas de Erik Satie con cajitas de música que plasmó en el disco Moisture for Music Box. Estos son dos casos emblemáticos, pero son muchos los compositores que han elegido juguetes para interpretar sus creaciones. 

En los trabajos de Liliana Porter un juguete diminuto suele tener un protagonismo inusitado. “Los juguetes para mí son arquetipos pero también son las cosas con las que me relacionaba cuando era chica –dijo en una entrevista periodística en 2003-.  Nunca trabajo con algo con lo que nunca jugué. Los juguetes de mi época tienen esa cara como de no comprender… no sé. Para mi obra, Mickey es argentino porque así lo sentía cuando era chica, los íconos no tienen nacionalidad en la infancia. Este es mi tema: la distancia entre nosotros y las cosas, la construcción de la realidad.”

Pero volvamos a los Playmobil. Si hay coleccionistas que los atesoran y curadores que los muestran en una exposición, hay una artista plástica que creó a partir de ellos su propio museo de ficción. Se trata de María Pinto, artífice de Mi pequeño museo, quien convirtió a estos juguetes nacidos en Alemania en personajes de los cuadros más clásicos y reconocibles, desde La lección de Anatomía de Rembrandt a Mañana en Cape Cod de Edward Hopper o Las Meninas de Velázquez. Tampoco faltan los lienzos con la inimitable luz de Vermeer donde la lechera vuelca su cuenco cerca de la ventana convertida en un muñeco de los creados por juguetero alemán. 

Pero no sólo los Playmobil son protagonistas de sus pinturas, también lo son las Barbies  que ella utiliza para recrear, por ejemplo, Sin pan y sin trabajo, La Olimpia o Desayuno sobre la hierba de Manet, El baño turco de Ingres. También para evocar de modo escultórico al Discobolo o a los protagonistas de El beso, de Rodin, en que Ken se transforma en contemporáneo besador. 

¿Qué se esconde tras la actitud de recrear a los clásicos con juguetes que podrían considerarse banales? ¿Un desafío a lo consagrado? ¿Una actitud de rebeldía? ¿Un deseo de desacralización de lo instituido e intocable de la historia del arte? ¿Un simple juego en el sentido más literal del término? ¿Cuál es el juego que juega María Pinto?

“La idea nace al plantear la posibilidad de acercar algo tan bastardo por lo seriado y lo básico de su diseño (de rigidez germánica), -responde la artista en una entrevista- algo con tantas limitaciones desde lo expresivo y desde el movimiento, al vasto mundo de la plástica y de la historia del arte. Este acercamiento me reveló un mundo de limitaciones que me atrajo de inmediato. Vi que había cuadros que eran compatibles con el mundo del Play mobil, y otros que al realizar el pasaje se resignificaban como sucede con lo familiar vuelto extraño (¡Freud dixit!). Tal es el caso del Cristo Muerto de Mantegna, donde esa sonrisa boba (o maniática) impresa en el rostro se me vuelve inquietante. Otras versiones como las de Brueghel en la que el Playmobil interactúa con un vasto paisaje y éste se resiste a participar de la escala del juguete, produciendo una tensión que me parece atractiva.”

Los muñecos alemanes se prestan también para reversionar cuadros emblemáticamente argentinos como La vuelta del malón de Ángel della Valle y los campamentos de Cándido López, llamado El manco de Curupaytí porque perdió un brazo en esa batalla durante la Guerra de la Triple Alianza.

En Mi pequeño museo también figuran los héroes de la Patria. El típico retrato de San Martín envuelto en la bandera argentina tiene su versión Playmobil del mismo modo que las tertulias de Mariquita Sánchez de Thompson y Manuel Belgrano.

 El crítico Raúl Santana escribió en el catálogo de un exposición de Mi pequeño museo: “Una vez recorrido este magnífico conjunto, lo primero que podemos afirmar es que María Pinto pinta y se ha dado el lujo de recrear algunas secuencias privilegiadas de la historia del arte para entregar –con el candor que siempre caracteriza a su obra- impecables versiones de aquellas aunque, eso sí, como una niña que jugando a las muñecas ha poblado las escenas de Barbies y Playmobiles, lo que produce un singular maridaje –que algunos podrán considerar hasta ofensivo- entre el pasado de los maestros y el presente de la artista. Pero no hay ofensa, hay sorpresa porque María recrea las obras con una fuerte solvencia artística, lo que manifiesta el respeto que prodiga a los maestros, a la subjetividad de cada uno de ellos, en su mágica apropiación pictórica, a la que agrega su propia subjetividad en la elección de esos intrascendentes muñequitos a los que transforma en protagonistas de aquellas obras maestras.”

En esa “apropiación” de las obras del pasado que hace María Pinto la crítica de arte María Gainza no ve tanto un gesto posmoderno sino una forma de pintar lo que más le gusta y la divierte. Ese goce  está presente en sus cuadros donde los muñecos rígidos y poco expresivos son sometidos a un juego insólito por una pintora adulta que no ha perdido, sin embargo, el don lúdico de la infancia.

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