La sobrina del líder del PRT ERP fue querellante en el juicio en el que se consiguió la condena a Carlos Españadero, personal civil de inteligencia en el Batallón 601, por crímenes de lesa humanidad en el centro clandestino de detención Puente 12. Un juicio atravesado por la historia familia, la pandemia y por una sentencia sorpresiva.
“Es muy importante que se haya hecho el juicio, que haya pasado todo lo que pasó, que hayan podido testimoniar todos los que han podido testimoniar, incluso el costo para mí, que me pasó factura. Vale la pena pagar ese precio, es muy importante la justicia y la verdad, y alimentar la memoria con nuestras pequeñas piezas de un rompecabezas enorme. Vos crees que tu pequeña piecita no va a aportar mucho y sí que aporta”, analiza María Ofelia Santucho en diálogo con Tiempo unos días después de la sentencia, y agrega: “Para mí, 16 años como justicia es poco (la querella había reclamado 25 años de prisión) pero lo que significa para mí es empezar a cerrar un ciclo, porque si no es una agonía eterna y no cerrás la herida. Igual nunca se cierra totalmente, pero si hay cosas que necesitás cerrar”.
María Ofelia tenía apenas 15 años en diciembre de 1975, cuando una patota del Ejército irrumpió en la casa en la que su familia estaba clandestina en la localidad bonaerense de Morón. Habían llegado allí a a fines de 1973, cuando la situación en su Santiago del Estero natal ya era muy difícil por la persecución a su familia. Su papa, Asdrubal Santucho, se fue luego a Tucumán, donde estuvo a cargo de comunicaciones en la Compañía del Monte Ramón Rosa Jiménez y fue asesinado.
Ese 8 de diciembre de 1975 la casa estaba repleta de niños y niñas que festejaban el cumpleaños de 4 de Esteban Abdón, hijo de un militante del ERP que vivía allí. A María Ofelia la secuestraron junto a su mamá y al resto de sus hermanas menores, primas y su primo de apenas 8 meses, hijos de su tío Mario Roberto Santucho, líder del PRT ERP que era intensamente buscado por las fuerzas represivas. Fueron llevados al centro clandestino de detención Puente 12, que funcionó en la Brigada de Güemes de la Policía Bonaerense. Allí fueron interrogados por Españadero sobre el paradero de Santucho y pocos días después el represor los llevó a un hotel de Flores, desde donde lograron fugarse, primero a la embajada de Cuba y casi un año después a la isla.
María Ofelia tiene parte de su familia en Cuba y vive allí la mitad del año. Llegó con 16 años, escapando de la represión, y recién con la vuelta de la democracia comenzó a regresar de a poco y a reencontrarse con esa historia. Junto a su mamá declaró en Conadep sobre lo que habían vivido y, ya avanzados los juicios por los crímenes cometidos durante la última dictadura, decidió también ser querellante en esta causa.
“Mis hermanas y mis primas recordaban menos que yo, habían hecho como una barrera que luego les impidió reconstruir eso. Yo llevo años en estas idas y venidas, sin pensar que tenía que ser una causa judicial”, reconstruye y señala que la muerte de su mamá fue un parteaguas en este caso: “Mi vieja se moría con Alzheimer, una enfermedad terrible porque te va borrando la memoria, pero también fue una señal, porque a ella se le fue borrando todo pero hubo cosas de ese momento que le quedaron, que la marcaron como ser humano. Eso fue una señal para mí, después apareció Pablo (Llonto) me dijo que no había querellante, que Españadero estaba en domiciliaria y bueno…“.
“Cuando empezamos a hablar hace algunos años de este tramo del juicio yo me dije bueno, va a venir todo esto que yo había visto en Puente 12 I, donde había podido ir a las audiencias presenciales, y fue todo un ritual. Estuve años preparándome para eso y de pronto, no había presencialidad, había que hablarle a una pantalla y además me entero de que el final de juicio era ahora…”, cuenta María Ofelia sobre lo que le pasó por la cabeza cuando su abogado Pablo Llonto la llamó para avisarle que era inminente la lectura del veredicto.
Un especialista en infiltraciones
Españadero fue un eslabón central en la persecución que la Inteligencia del Ejército hizo sobre el PRT ERP. Fue militar hasta su retiro en 1970. Después ingresó al Batallón 601 del Ejército ya como personal civil de inteligencia y desde allí encabezó la estrategia para infiltrar con espías las organizaciones revolucionarias. Estos dobles agentes eran preparados por el propio Españadero.
A través de una infiltración en la organización lograron dar con la casa donde secuestraron a las niñas y niños de la familia Santucho y pocos días después también pudieron frustrar el intento de copamiento del batallón de Monte Chingolo por parte del ERP, donde murieron decenas de militantes en una emboscada preparada de antemano.
María Ofelia lo describió como “un cuadro de inteligencia” del Ejército. En el centro clandestino de detención se presentó como Mayor Peirano, también usaba el alias Mayor Peña, y no supo su verdadero nombre hasta varios años después, cuando la llamaron para consultarle para una entrevista que dio el represor en 1999. “Estaba en La Habana y me llaman por teléfono desde Buenos Aires de la revista Tres Puntos y me dicen que le estaban haciendo una nota al señor Carlos Españadero y que él nos había mencionado. Yo le dije que no conocía a ningún Españadero. Me mandó la foto por fax y me tuve que sentar porque entré en pánico. Le dije que les estaba mintiendo, que se llama Mayor Peirano. Esa fue la primera vez que supe su nombre. En la nota él decía que había salvado la vida a los hijos de Santucho, fue tremendo”, recuerda.
Años después, luego de la primera condena que recibió en 2014, le empezó a escribir al ex miembro del Batallón 601 para intentar obtener algo de información. “Pensé que no podían tener un pacto de silencio tan terrible, pero estuve un año intercambiando con él hasta que vi que no le iba a sacar nada. Te psicopatea de una manera…”, aclara.
“Hay un montón de gente que después de mi testimonio va a decir que este tipo fue muy malo. Eso que le dejo a mis nietos, Españadero no le puede dejar a sus hijos. Eso es una victoria. Para mí esto fue un alivio, poque llevo muchos años con eso trabado, sin poder hablarlo. Haber podido sacarme eso de encima, haberlo dicho cara cara en un tribunal, que se haya considerado el abuso deshonesto como un crimen de lesa humanidad también es algo muy importante”, concluye.
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