Malvinas es mucho más que una guerra, AMIA no es sólo un atentado, por Roberto Caballero

Por: Roberto Caballero

Columna de opinión.

Hay zonas oscuras de la historia nacional que la sociedad todavía aborda a tientas, sin saber cómo pasar la página. La Guerra de Malvinas y los atentados contra la Embajada de Israel y la AMIA son algunos de los eventos que más apuntalan esa irresuelta perplejidad colectiva.

Sobre Malvinas, el kirchnerismo hizo mucho por instalar una cultura de malvinización que operara virtuosamente hacia adelante. Destacó que el reclamo pacífico de afirmación de la soberanía territorial y de recursos naturales era una causa argentina y latinoamericana contra el invasor inglés, designó a la guerra perdida como la maniobra final de una dictadura ilegítima para perpetuarse y reconoció a los excombatientes y veteranos como víctimas de ese proceso. Mientras fue gobierno, incluso con la apertura de un magnífico museo en la ex ESMA curado por Jorge Giles, logró imponer la suya sobre otras interpretaciones ancladas en los discursos del pasado: la que definió la guerra como «gesta», la que destacó la confluencia cívico-militar en lucha contra el usurpador británico y la que intentó licuar entre historias de heroísmo y entrega la línea que separa a oficiales represores de soldados mal alimentados, mal entrenados, además lacerados por la crueldad de sus jefes. Con la llegada del macrismo al poder, la versión democrática de los hechos, la asignación de responsabilidades históricas y la enjundiosa batalla diplomática en todos los foros internacionales, entró nuevamente en un incómodo cono de sombras e incertezas. La sensación es que Malvinas ya no es una causa que mira al futuro y que discute sobre la riqueza de nuestro suelo saqueado por el colonialista que agrede la soberanía nacional. Más bien, Malvinas volvió a ser, simple y mezquinamente, una guerra perdida. Que conlleva lo que toda derrota impone: la asunción de culpa, el reconocimiento a la victoria del enemigo y el repliegue hacia zonas de nula confrontación. La política exterior macrista es eso: una rendición más o menos maquillada, donde el gobierno hace como que reclama pero, en realidad, está a la espera de que el Reino Unido –en línea con la teoría Di Tella de los ’90–, resuelva asociarse con Argentina en la explotación común de los recursos australes. Es la angustia del colonizador lo que el macrismo quiere aplacar con gestos de buena vecindad, no recuperar el control de un territorio usurpado. La operación oficial, carente de toda intensidad nacional, repone en el escenario de la discusión a la guerra, a la derrota y a sus consecuencias. Entre ellas, la de asumir que los invasores se han ganado algún derecho a quedarse de modo indefinido con lo que no les pertenece pero de lo que se han apropiado a la fuerza. Reducir Malvinas a la guerra conviene a un solo interés: el de los ganadores de la guerra. La renovación del anecdotario bélico, el sobrevuelo de diarios y canales sobre el tema cuando se están por cumplir 35 años del desembarco de tropas argentinas en el archipiélago, el intento más o menos velado por destacar la valentía de oficiales que pasaron de los grupos de tarea de la dictadura a la turba malvinera con idénticos métodos criminales para conducir a soldados inexpertos a una derrota militar, produce en la psicología colectiva el efecto que el macrismo pretende: la regeneración de una memoria culposa que admita la pérdida como irremontable. Memoria culposa que, lejos de avivar el sentimiento malvinero e iluminar la comprensión sobre un asunto clave de la soberanía nacional presente, privatiza el recuerdo en beneficio de unos pocos, lo reduce a algunas imágenes y voces que refuerzan el abatimiento y sirve en bandeja un relato delimitado a un espíritu de gesta que mira unívocamente hacia un punto del pasado sin retorno, como si Malvinas hubiera sido la parte rescatable de una dictadura buena, que nunca existió.

Con los atentados pasa algo parecido. En ambos casos, vale recordarlo, aún hoy se pavonea la impunidad. Sigue siendo una saga indigesta para los argentinos. Producto, entre otras cosas, de los intereses políticos internos y geopolíticos que dominaron y siguen dominando los expedientes. Esta semana, por ejemplo, se conoció la renuncia de los dos abogados de la querella estatal en la causa que investiga el verdadero encubrimiento a los responsables de la voladura de la AMIA. Todo apunta a las presiones que habrían recibido de parte del Ministerio de Justicia. El objetivo, obvio: mejorar la situación procesal de los acusados, entre ellos, Carlos Menem, Rubén Beraja, Hugo Anzorreguy y el «Fino» Palacios. Queda claro que al gobierno y a la DAIA no les interesa verlos condenados, sobre todo, a Beraja y a Palacios. Del único «encubrimiento» que el relato oficial quiere que se hable es del que deriva de otra causa desopilante abierta por el Memorándum de Entendimiento con Irán avalado por el Parlamento, a impulso de Cristina Kirchner, porque este último juega de modo monstruoso en la política del momento. Sin pruebas, sin delito probado, amasado en una verdadera fábula maquinada por servicios de inteligencia nacionales y extranjeros, el uso político de los muertos de la AMIA llega a su clímax con esta acusación estrambótica y con la que se mantiene abierta por la muerte del fiscal Alberto Nisman. CFK fue la senadora que más batalló en la Comisión Bicameral de Seguimiento de las Investigaciones por el atentado para quebrar la impunidad menemista. Buena parte del trabajo de esa comisión produjo la evidencia que hoy tiene a Menem, a Beraja y a Palacios en el banquillo. También la expresidenta liberó archivos estatales secretos y relevó a los exespías para que pudieran declarar en los juicios. No hubo foro internacional donde el Estado no planteara a su par iraní la necesidad de avanzar en la condena de los responsables. Hasta el Memorándum, que nunca implicó la caída de los pedidos de captura de los acusados, fue en el mismo sentido: lograr que los diplomáticos iraníes fueran indagados según manda la ley argentina. Y, sin embargo, el gobierno y la DAIA insisten en señalar a la expresidenta como la «encubridora», y al diputado Larroque, que no había terminado el secundario cuando la mutual judía voló por los aires, como un partícipe de la maniobra. Ahora se entiende con más claridad: mientras la cadena mediática oficial agita esta versión demencial de los acontecimientos, el Ministerio de Justicia opera para hacer zafar a los encubridores reales, los que hicieron posible que décadas después de los atentados no haya condenado algunos por esos crímenes. Misma razón por la que el partido judicial se resiste a cerrar la investigación sobre la muerte de Nisman. Necesitan la novela para darle verosimilitud a la acusación contra CFK. Hacer barullo para que el Fino Palacios, acusado por integrar una asociación ilícita dedicada al espionaje ilegal –contra familiares de víctimas de la AMIA– con protección de Mauricio Macri, salga del ojo de la tormenta, tormenta que amenaza con mojar al presidente actual, si es que se desata alguna vez. A la DAIA también le es funcional el esperpento: Beraja es la DAIA en esta historia. ¿Cómo explica la máxima institución judía del país que su expresidente ayudó a desviar la investigación sobre el atentado perpetrado contra argentinos de raíz judía? Y la ex SIDE, la de Menem, Anzorreguy pero también la de Jaime Stiuso, ¿de qué manera zafa de haber pagado sobornos para armar una falsa «verdad» en el expediente? A todos les resulta útil hundir a CFK. Porque es la única manera de que sigan a flote manejando los hilos de su poder antidemocrático, sin que les importe la justicia por los muertos de la AMIA.

Hay casos donde la sociedad no puede dar vuelta la página. Entre otras cosas, porque no son asuntos de meteorología y no pasaron por azar, y sus responsables operan permanentemente sobre la interpretación de esos acontecimientos, hasta reducir la convicción ciudadana a un funcional estado de sospecha infinita que cristaliza en que nada cambia de verdad. Cuanto más poder, más impunidad y mayor daño a la capacidad de asimilación colectiva de estas historias. También en Malvinas y AMIA, desde la asunción de Macri, hubo solo pérdida y retroceso. Una vuelta al pasado, ese pasado que nunca acaba de irse y hoy gobierna nuestro país. «

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