El presidente habló desde el Salón Blanco, leyendo su discurso, que tuvo un tono predominantemente emotivo, diríamos con más precisión, depresivo que no logró empatía con el receptor; y que provocó la confirmación de un gobierno que se va diluyendo y que trata de llegar como pueda a las elecciones.
Gestualmente exhibió una distancia con el interlocutor que indicaba la concentración en su perfil individual ante una sociedad que desde lejos lo mira, y esa lejanía se da con los propios o los ajenos. Esa brecha entre el Ingeniero Macri y la población en general se actualiza en cada oportunidad en que el gobierno se comunica con el otro. Además, hay grandes sectores de la población que por la crisis gira hacia la concreción de las cosas y no a su abstracción como surge de los buenos deseos presidenciales.
Su discurso apuntó a sus segmentos de voto duro más que a la sociedad global. Voto duro que está abandonándolo o ablandándose, y que genera dudas sobre la continuidad de la alianza Cambiemos. Los contenidos discursivos apuntaron a victimizarse, ocultando o falseando la realidad. En el relanzamiento del gobierno, no logró trasmitir una épica, sino la imagen de un hombre abrumado por el fracaso, que le echa la culpa a cualquier cosa que pase por fuera de su responsabilidad. De autocrítica nada.
También dejó huecos de la realidad sin resolver: como por ejemplo, el futuro de las tarifas que están dolarizadas , también los combustibles. El déficit cero es un propósito que no se advierte como concretamente se logrará, sin afectar fuertemente a los ingresos del sector público, y jubilaciones.
En algún momento de su alocución se lo observó cerca del desborde lagrimal; y volvió a pedir comprensión con un formato voluntarista, en que para Macri siempre nos espera, al final del túnel, algo glorioso. Su referencia a su sufrimiento en el secuestro homologado a su rol presidencial, fue excesivo y de mal gusto.
Ratificó la idea, que viene creciendo en la sociedad, de que los problemas superan la capacidad de decisión del ejecutivo. El timonel nos anuncia y analiza la tormenta sin evitarla, ni asegurarnos buen tiempo.
Navegamos sin rumbo, al garete, sin conocer el destino de una embarcación endeble, en que una mayoría sufre el viaje. Cambiemos llegó al gobierno para convencernos de las bondades del tránsito, ahora en alta mar y con un clima adverso, los pasajeros empiezan a darse cuenta que tal vez nunca deberían haber subido a esta travesía.
El discurso presidencial no solo no nos convenció de lo contrario sino que confirmó una sospecha: la posibilidad de naufragio.
Datos preliminares de la habitualmente confiable Usina de Percepción Ciudadana.
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