Para un Presidente argentino que llegó a la política gracias a un primer paso por el fútbol, la derrota de la selección nacional ante Croacia no pasó inadvertida. Desde este jueves, Mauricio Macri posiblemente recuerde con más amargura a Nizhny Novogorod que a Jerusalén, la última escala de su involucramiento político con el derrotero del equipo que conduce Jorge Sampaoli, cuando dejó que la diplomacia israelí anudara un partido amistoso que terminó en medio de un miniescándalo internacional.
Apenas el presidente ruso Vladimir Putin lo invitó a participar del partido inaugural, Macri se imaginó en Moscú con su familia. Así lo planificaron sus asesores. La crisis cambiaria posterior al 1° de mayo y la inestabilidad que todavía no concluye, le dio al Mundial de Rusia una centralidad oxigenadora, dentro de una dinámica comunicacional que navega el día a día para cruzar la tempestad.
Un mal desempeño del seleccionado era una hipótesis posible, pero la menos deseada por el entorno presidencial, que este jueves pasó la tarde mirando el partido en Casa Rosada. Macri estuvo en el Comedor Presidencial, junto a la primera dama, Juliana Awada, y a su vocero personal, Iván Pavlovsky, el secretario general de la Presidencia, Fernando De Andreis; de Legal y Técnica, Pablo Clusellas y el secretario de Asuntos Estratégicos, Fulvio Pompeo.
El final del segundo tiempo confirmó el escenario más temido. Cuando terminó el partido con el 3 a 0, y los rostros devastados de los jugadores, el jefe de Gabinete Marcos Peña tuvo una reunión con el consultor externo del Gobierno, Jaime Durán Barba. Es la única información disponible sobre una cita que en la Casa Rosada definieron como «habitual».
El oxigeno futbolero para la agenda política, según los pronósticos originales del Gobierno, se extendería por dos o tres semanas más, pero los malos resultados de la escuadra nacional aceleraron ese final. El problema no pasa por el fútbol, sino por el incremento del malhumor social en un año no electoral, cuyo segundo semestre se preanuncia «muy difícil», según reconocen dentro de la Casa Rosada.
En el imaginario político del macrismo, el fútbol juega un papel determinante. Tan importante como los lazos políticos que unen a Macri con Boca Juniors, por los tres mandatos que detentó como su presidente. También al empresario de los juegos de azar Daniel Angelici, actual titular del club y por su intermedio a la actual conducción de la AFA, presidida por Claudio «Chiqui » Tapia. De ese entramado surge sólo un contorno de la apuesta de Cambiemos por la diplomacia deportiva que, hasta hace un mes, atesoraba una posible candidatura para ser sede del Mundial 2030 junto a Paraguay y Uruguay.
De la última intervención del Gobierno en temas vinculados a la Selección Nacional han pasado solo 15 días, desde que los jugadores se negaron a participar de un amistoso con Israel, en Jerusalén. La negativa desbarató un plan que tenía el visto bueno de Macri, para celebrar un partido en medio de la ofensiva política israelí para que esa ciudad sea reconocida como su capital, como lo hizo Estados Unidos, por decisión de Donald Trump.
Desde entonces, el Gobierno buscó despegarse del papelón, en una relación bilateral donde el fútbol tiene una dimensión insignificante.