El resurgimiento de la extrema derecha es un fenómeno global. De modo que el mundo se ha convertido en una enorme República de Weimar (en alusión al régimen político que hubo en Alemania entre 1918 y 1933, cuando se incubó la llegada de Hitler al poder). Y la Argentina no es una excepción al respecto.
Lo cierto es que el fallido magnicidio de Cristina Fernández de Kirchner iluminó la existencia de pequeñas –pero ruidosas– falanges como Revolución Federal (RF), Nación de Despojados (ND), Unión Republicana (UR), Equipo Republicano (ER) y el Centro Cultural Kyle Rittenhouse, las cuales se suman en aquella franja ideológica a la ya consolidada coalición La Libertad Avanza, junto con una insigne nómina de influencers surgidos en las redes sociales.
Sobre estos sellos y personajes ya corrieron ríos de tinta. Pero no acerca de sus terminales en algunos espacios y referentes de la oposición tradicional. Pues bien, el asunto en sí es una caja de Pandora.
¿Qué diablos hace entonces Gastón Marano, un abogado orgánico del macrismo –y uno de los más caros del fuero porteño–, al asumir la defensa de Gabriel Carrizo, el humilde fabricante de copitos azucarados y caudillejo del grupo terrorista que intentó asesinar a CFK?
Ese, justamente, sigue siendo un gran interrogante del caso.
Pero para vislumbrar las injerencias invisibles en la génesis y desarrollo del neofascismo local, es necesario remitirse a una añeja trama.
Javier Milei es sin duda un himno en la materia. Porque de la nada aquel sujeto pasó a ser la nueva “voz de los sin voz” o, simplemente, el cerebro de quienes no lo usan demasiado. Sin embargo hay en su figura algo no del todo espontáneo. Algo que lo revela como un producto de laboratorio, una criatura amaestrada para atizar el fuego de la antipolítica. Y en este punto se desliza la sombra del partido Vox, la actual vanguardia de la ultraderecha española, cuya estructura internacionalista tiene por puntera local a la apologista de la última dictadura y diputada de La Libertad Avanza, Victoria Villarruel. En Juntos por el Cambio (JxC) circula la versión de que esa mujer habría sido la creadora de este Gólem, un ser de arcilla que no pocos votantes les «afanó».
Es aquí donde entra a tallar el tal Emmanuel Dannan, un influencer con una ideología que lo sitúa a la derecha de Atila. Su verdadero nombre es Manuel Gorostiaga. En realidad era –así como lo acaba de revelar el periodista Juan Alonso– un fisgón de la AFI macrista, reclutado en 2018 por la «Señora Cinco», Silvia Majdalani. Su nombre de cobertura era «Marco Galiani» (legajo Nº 55807); estaba adscripto a la Unidad de Inteligencia Estratégica y tenía una misión excluyente: infiltrarse en el entorno de Milei. Prosiguió con esa tarea hasta 2020, cuando fue eyectado del organismo por las actuales autoridades. Y dicho sea de paso, es uno de los «pollos» de Patricia Bullrich.
También actúa bajo el ala de la presidenta del PRO otro influencer de fuste: Eduardo Prestofelippo «El Presto», quien en 2020 había amenazado de muerte a CFK, y que recientemente fue condenado por hostigar a Fabiola Yañez, la pareja del Presidente.
Sobre este energúmeno, Bullrich supo expresar por Twitter: «Me alegro que haya jóvenes comunicadores que se animen a hablar y a manifestar sus ideas sin ser políticamente correctos».
Pero nada es comparable como su vínculo con Unión Republicana. En este punto hay que retroceder al 28 de septiembre de 2020. Aquel lunes pasó desapercibido para la opinión pública el lanzamiento –por zoom– de la UR. Un acontecimiento que tuvo a Patricia Bullrich como animadora de honor. De hecho, ella era la madrina de esa «orga». Y su líder, el diputado neuquino de JxC, Francisco Sánchez, un fascista de manual. El mismo que en agosto, tras concluir el alegato kafkiano del fiscal Diego Luciani, pidió la pena de muerte para CFK. Una hermosura de persona.
Sería injusto soslayar el apoyo recibido por Sánchez en la construcción de UR de tres dirigentes macristas: Miguel Ángel Pichetto, Guillermo Dietrich y Cristián Ritondo.
Durante la presentación en sociedad de aquella agrupación interna del PRO, Sánchez retribuía los elogios de Bullrich ladeando el maxilar inferior. Era su manera de sonreír.
Entre los dinosaurios presentes en ese zoom resaltaba un muchacho de contextura esmirriada, en cuya mirada había un brillo algo perturbado. Era Ulises Chaparro, quien en aquella oportunidad presentó la agrupación Jóvenes Republicanos (JR), el ala sub-25 de la UR. Al poco tiempo, ellos fueron los hacedores del acting de las bolsas mortuorias con nombres de personas vivas. Dicen que el bueno de Ulises no mueve un dedo sin el visto bueno de “Pato”.
Otra “soldado” de Bullrich es Cristina Luján Romero, una activista del denominado Equipo Republicano, otra agrupación con vasta experiencia en escraches violentos. Ella misma tiene causas abiertas por “maltrato, amenazas y hostigamiento”. También fue quien hizo entrar al departamento de Ximena de Tezanos Pinto –ya convertida en la “puerta de acceso” al edificio en el cual vive CFK– a Gastón Guerra, el virulento referente de Nación de Despojados, y a Leonardo Sosa, el correligionario en Revolución Federal de Jonatan Morel, quien recibió más de un millón y medio de pesos por la venta de maderitas a una compañía cuya razón social es “Grupo Caputo”.
¿Acaso todos tienen que ver con todos?