Las respuestas

Por: Gustavo Cirelli

Por Gustavo Cirelli, director de Tiempo Argentino

Nunca preguntaba, porque no creía que me pertenecieran las respuestas», escribió hace un par de años Ángela Urondo Raboy en un breve texto, «El amparo del silencio», en la página 104 que compone el bloque «Crónicas (palabras hacia afuera)», de su libro ¿Quién te creés que sos? 

Días atrás el entrañable Lucas Mac Guire, responsable de la sede porteña de Asociación Miguel Bru, uno de esos ya no tan jóvenes empecinados que desde hace más de dos décadas (alumbrados por la fortaleza de Rosa, mamá de Miguel, -estudiante de periodismo asesinado por la Maldita Bonaerense en agosto de 1993, al que le arrebataron vida y cuerpo, porque sus restos, en democracia, jamás aparecieron-), abrazaron las causas justas y vienen denunciando la violencia institucional de ahora y de siempre; ahí, entonces, Lucas, amable, ofrece mate y se preocupa porque todo esté en orden, por caso, en la sala de música del porteñísimo caserón que la asociación tiene en Parque Patricios, para que los pibes de esa y otras barriadas aprendan algo más que animarse con la guitarra, piano o batería, o que las esperanzas de un futuro digno detrás de un oficio terrestre -electricista, cocinero o peluquería, por mencionar sólo algunos- sea lo más parecido a un destino cierto; y dice Lucas, entonces, como al pasar, que el viernes 23 de septiembre, el próximo viernes, en Rosario, en el Centro Cultural y Educativo Biblioteca Vigil presentarán los libros ¿Quién te creés que sos? de Ángela y El ex detenido-desaparecido como testigo de los juicios por los crímenes de lesa humanidad que Fabiana Rousseaux escribiera junto al irremplazable Eduardo Luis Duhalde. Urondo Raboy presentará el de Rousseaux. Rousseaux, el de Urondo Raboy.

 Lucas acerca un ejemplar de cada uno. ¿Por qué? Por qué leer, seguir leyendo, sobre esa herida abierta, punzante en la conciencia, hoy, justo hoy, en un presente atronador que viene envalentonado por patear el rompecabezas de la historia que tantísimo costó armar a lo largo de cuatro décadas en las que a fuerza de memoria, de verdad y aún desandando el camino de la Justicia, los malos, digamos, los siniestros, fueron ubicados donde merecen: en los calabozos en los que no existe el olvido. Ahora, cuando se impregna de relativismo suicida a las atrocidades del pasado y se escupe alegremente que esta tierra sufrió una «guerra sucia» recuperar el texto de Ángela ayuda a poner las cosas en su lugar con una poética de abrumadora genética en su caso. 

En las primeras páginas de su libro ilumina unos manuscritos de su padre, un tal Paco Urondo, -escritor, poeta, periodista, militante montonero, asesinado en Mendoza-, y la pregnancia de su caligrafía diminuta emociona; como emociona Ángela cuando bucea en el océano de la impunidad en la búsqueda de su madre, en la historia de su madre desaparecida, en la vida de Alicia Cora Raboy, y es así que aquella frase «Nunca preguntaba, porque no creía que me pertenecieran las respuestas» interpela ya, para siempre, porque cada respuesta le pertenece. 

¿Por qué leer, seguir leyendo hoy, aquello que no cesa? Porque una cita en el libro que Rousseaux escribiera con Duhalde sintetiza más que la operatoria sistemática, criminal de entonces, y con la que la historia de la humanidad tropieza una y otra vez en escenarios proclives de eso algo decrépito que llamamos planeta. Cita Duhalde una cita de un trabajo anterior de la propia Rousseaux en la página 35 de El ex detenido-desaparecido…: «El dominio producido sobre la sociedad en su conjunto con el mecanismo sistemático de la desaparición produjo el poder absoluto de la vida y la muerte, bajo la utilización del modo privilegiado del terror que implica el ocultamiento de los cuerpos vivos y de los cuerpos muertos. Ocultamiento que halla su eficacia a condición de dar a ver ese poder. Se trata del específico modo de procedimiento genocida, de ocultar a la vista de todos.» 

Y a la vista de todos la historia sigue latiendo, ahí, ya sin márgenes para el olvido pero con demasiada vergüenza ante los profanadores relativistas. Urondo Raboy expone, además, que a la memoria se la puede habitar con belleza. Rousseaux, que a las víctimas, a tanto dolor de ausencias, de pérdidas, se las abraza no sólo en el recuerdo sino porque debe haber una política de Estado inquebrantable que las proteja. Por respeto a las víctimas que ya no están; por respeto a las víctimas que siguen de este lado y denuncian lo que fue. La memoria es valentía. Son trazos de futuro. Nunca venganza y eso parece obvio, pero es necesario recordarlo en estas semanas feroces en las que la cúspide del Estado predica que comerse al caníbal es un aperitivo digestivo, normal; que la justicia por mano propia es eso que sucede naturalmente, que matar es sólo un circunstancia desdichada… Algo más: que la presentación de los libros se realice en la Biblioteca Vigil de Rosario es más que una metáfora precisa. Preciosa. Su sede fue arrasada por los grupos de tareas de la dictadura cívico-militar. El fuego consumió 20 toneladas de libros. Su conducción directiva fue detenida en cuevas del terrorismo de Estado y muchos de ellos siguen desaparecidos. Los canallas bautizaron aquel infierno como «Operativo Claridad». En febrero de 2014, el espacio fue recuperado de las cenizas. Es hoy un «sitio de memoria». Lo habitan los libros. La vida. «Todo está guardado en la memoria», dice León Gieco. El mismo León que es padrino de la Casa Miguel Bru, en Parque Patricios, donde Lucas acerca un par de ejemplares de Urondo Raboy y Rousseaux, y donde unos cuantos pibes le afinan los acordes a un futuro mejor con esa curiosidad indomable de llevarse las mochilas cargadas de algún «oficio terrestre», como alguna vez escribió Rodolfo Walsh, el amigo de Paco; Paco el compañero Alicia, los padres de Ángela, la hermana de Claudia y de Javier; Ángela, la que supo preguntar y en las respuestas desterró el olvido. <

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