Corría el mes de junio de 2013 y Sergio Massa jugaba al misterio sobre el espacio político en el que se presentaría encabezando la lista de diputados nacionales por la provincia de Buenos Aires. Una encuesta de 20 mil casos había llegado a sus manos poco antes de hacer pública su decisión de competir con su propia fuerza, por fuera del Frente para la Victoria, y evitar las PASO. Fue el momento clave de su proyección política nacional. Cuatro meses después sacó el 43% de los votos, anticipando lo que ocurriría en 2015 cuando reunió entre sus votantes a un antikrichnerismo visceral con otro sector que respaldaba muchas medidas del entonces gobierno pero quería un cambio de estilo. No fue tan distinto a lo que juntaría Mauricio Macri.
Luego de aquel cenit que lo proyectó como presidenciable, el tigrense fue perdiendo volumen y respaldo. No fue de modo lineal ni constante. Desde que comenzó el gobierno de Cambiemos arrancó el derrotero que lo ha llevado al lugar en el que hoy se encuentra, una encrucijada en la que ninguno de los caminos conducen a Roma.
La situación del líder del Frente Renovador se explica, en parte, porque en su estrategia de diferenciarse de Cristina y de Macri, que podía ser un camino para construir un perfil propio, se ubicó en el centro del oficialismo y la oposición. Puede haber un segmento amplio de la sociedad que no se sienta convocada por la figura de Macri ni por la de CFK, pero no hay ningún ciudadano que no tenga una posición tomada respecto de la gestión de un gobierno. Los que comparten lo que se está haciendo, por los motivos que fueran, son oficialistas, y los otros, opositores. No hay “avenida del medio” respecto de la acción de una gestión ejecutiva.
Por eso, paradójicamente, este debería ser “el momento” de Massa y no lo es. Al Frente para la Victoria le cuesta, desde 2013, construir una mayoría que le permita ganar las elecciones, más allá del sólido y amplio electorado que compone su núcleo duro. Y el gobierno de Macri, que había prometido cambiar “sólo lo que estaba mal” y “dejar lo que estaba bien”, para que cada votante arme su propia aventura, es un fracaso económico y social.
Massa debería, supuestamente, erigirse entonces como opción imparable y, sin embargo, pasa por un mal momento. Todas las encuestas lo muestran con un alto nivel de imagen negativa. No quedó en el medio de las figuras del presidente y CFK sino en el ´no lugar´ de no ser oficialista ni opositor. Ambos electorados lo miran con desconfianza.
¿Qué opciones le quedan? En 2015, cuando todavía no estaba claro quién sería el candidato presidencial del FpV, Daniel Scioli le propuso que se aliaran y que Massa fuera por la gobernación bonaerense. Mirado con la lógica de una carrera política era una propuesta “razonable”. Massa había sido intendente, tenía una fuerte instalación en la Provincia, a Scioli no le quedaba reelección y a Cristina tampoco. Pero hasta que no haya un gobernador bonaerense que llegue a la Presidencia por el voto popular, el fantasma de la maldición será preponderante. Massa rechazó la propuesta, fue por la Presidencia, hizo una buena elección y mantuvo sus 20 puntos. ¿Puede hoy volver sobre sus pasos y sumarse a la unidad peronista y presentarse para gobernador? Es posible. ¿Aceptaría ir a una PASO por la Presidencia contra la figura que impulse CFK si ella no se presenta? Es posible.
La opción que parece más compleja es que vuelva a ser la figura central de una tercera opción, lugar que hoy pareciera apostar a ocupar Roberto Lavagna, que ha transitado indemne estos años de macrismo, manteniéndose al margen del debate cotidiano y preservando el halo de piloto de tormenta que le dio haber sido ministro de Economía de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner en medio de la crisis.