En el análisis político nacional se abrió un debate acerca de cómo deben leerse esos resultados. Porque fuimos invadidos de lecturas maniqueas y parciales. Por ejemplo, desde la oposición (kirchnerista y «alternativa») se subrayó demasiado que Cambiemos perdió todas estas elecciones (en más de una quedó tercero, de hecho), pasando por alto que en ninguna de estas provincias el oficialismo nacional tenía verdaderas expectativas de ganar. Por otra parte, desde los campamentos del lavagnismo y el peronismo federal se festejó sobremanera que partidos no alineados con ninguno de los actores principales de la política nacional (peronismo kirchnerista y cambiemismo macrista) ganasen en provincias como Neuquén o Río Negro, soslayando que esos oficialismos provinciales triunfadores (Movimiento Popular Neuquino y Juntos Somos Río Negro) son partidos provinciales, lo que los ubica en otro plano. Los partidos provinciales no tienen una clara visión alternativa a las políticas del macrismo o al kirchnerismo en los temas políticos nacionales: simplemente, se abstraen de la escala nacional y se concentran en la local. De hecho, son lo suficientemente flexibles como para relacionarse de la mejor manera posible con quien sea que controle la Casa Rosada –siempre y cuando ello sirva a sus intereses provinciales–.
Otra lectura que se sobredimensionó –esta vez, desde los campamentos del macrismo– fue la que sostenía que «el presidente quería» que los oficialismos provinciales se impusieran sobre los candidatos del kirchnerismo en la Patagonia, aun a costa de la derrota –contundente, en varios casos– de sus propios jugadores. Como si Cambiemos hubiera decidido sacrificar a los suyos en pos de ese fin superior. Pero no está claro que esa supuesta estrategia haya influido en el electorado. Ni tampoco se registraron movidas explícitas de Cambiemos en esa dirección (por ejemplo, que los candidatos cambiemitas renunciasen a sus postulaciones, o que referentes nacionales de la coalición declarasen sus apoyos al rionegrino Weretilneck o al neuquino Gutiérrez). Se especuló demasiado a partir de un dato poco fiable como «los deseos íntimos del presidente», careciendo de elementos concretos para justificarlos.
Tenemos, entonces, al menos tres lecturas parciales sobre lo ocurrido en las elecciones provinciales, promovidas por los partidos nacionales que quieren llevar agua para su molino. Está claro que los resultados provinciales no pueden ser extrapolados automáticamente al plano nacional, ya que se trata de dos escalas diferentes en las que priman lógicas diferentes. Muchos de los votantes que en las elecciones de gobernador se inclinaron por candidatos de partidos provinciales, en las presidenciales van a terminar optando por el peronismo kirchnerista o por Cambiemos. Sin embargo, tampoco es cierto que no haya nada para sacar en limpio de lo que viene sucediendo en las provincias para pensar el país. La política nacional argentina tiene mucho que ver con la sumatoria de las realidades provinciales. En las provincias hay tela para cortar.
El dato clave para el análisis político nacional no son los porcentajes de votos para gobernador, sino cómo se vienen organizando los espacios y coaliciones políticas en los distritos. Para el peronismo y para Cambiemos, las provincias ponen a prueba cuán unidos están sus dirigentes (y sus votantes). Cambiemos debe demostrar que no se disgrega, y el peronismo que es capaz de unirse.
En San Juan y en Entre Ríos los gobernadores justicialistas ganaron cómodamente en un marco de unidad de los diferentes peronismos. Algo similar puede decirse de varios municipios de Córdoba y se espera con expectativa lo que suceda en Santa Fe, donde las próximas primarias mostrarán que la cerrada disputa entre los tres partidos del distrito (Frente Progresista, justicialismo y Cambiemos) se terminará resolviendo por ese lado. Los socialistas temen perder la provincia y su ciudad principal –Rosario– como consecuencia de la ruptura de la alianza local con los radicales, que se cristalizó con la llegada de Macri a la presidencia. Por eso buscan, proyecto Lavagna mediante –que no casualmente tiene a Lifschitz como impulsor–, recuperar a parte de ese votante y dirigente local radical. Y tanto progresistas como macristas ven con preocupación la unidad del peronismo santafesino, que reunió a casi todas sus vertientes en el Frente Juntos. Que es considerado como una prueba piloto a nivel nacional (sobre todo, si el lavagnismo no se termina de constituir como una opción atractiva para los gobernadores).
Para Cambiemos fue alentador lo sucedido en San Juan. Pese al triunfo aplastante del gobernador peronista Sergio Uñac, la coalición que responde a Macri logró armar algo superador en este distrito, fusionándose las diferentes variantes neorradicales con el partido provincial del senador Roberto Basualdo. Y en Entre Ríos, pese al problema que enfrenta el intendente de Paraná y las miradas de reojo entre radicales y proístas, la alianza se mantuvo. Pero en Neuquén vimos que la insatisfacción radical con su propio gobierno nacional es mayor que lo saludable. En Córdoba y Santa Fe los radicalismos provinciales pesan, y los intentos de separar la campaña provincial de la situación nacional son ostensibles.
La crisis económica terminará definiendo hasta qué punto estos armados provinciales se coordinarán –o no– a nivel nacional para las elecciones presidenciales. Tanto el peronismo unificado como el Cambiemos que resiste la dispersión enfrentan la amenaza del proyecto Lavagna. Y cada elección provincial en la que el exministro de Duhalde y Néstor Kirchner no es protagonista es una confirmación de que la elección de octubre será entre los dos grandes de la grieta. Por ahora, el proyecto Lavagna no existe en las elecciones desdobladas: es una hipótesis que sólo figura en un escenario nacional totalmente divorciado del provincial. «
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